Opinión

En esta época de florecimiento fílmico de nuestro país aún nos aguardan caminos por recorrer para encontrar una imagen que conecte con la identidad visual del dominicano y de los dominicanos.

Se podría argumentar, muy ingenuamente diría yo, que las películas se hacen con y por dominicanos, lo cual sería una verdad a medias en el entendido de que eso no basta si no existe claridad en el concepto de cómo se ve y como nos vemos culturalmente los nativos de Quisqueya.

Ha pasado mucho tiempo desde que el comerciante italiano Francesco Grecco desembarcara en Puerto Plata en agosto del 1900 con un cargamento de películas del catálogo de la casa Lumiere dando inicio a la historia del cine en nuestro país.

De la exhibición hasta la filmación de la primera película auténticamente dominicana no paso mucho tiempo y en 1922 aprovechando la coronación de la virgen de la Altagracia se produjo el alumbramiento, obra de Francisco Arturo Palau y la fotografía de Tuto Báez, de la leyenda de nuestra Señora de la Altagracia, estrenada con toda pompa en la ciudad primada de América según la crónica del Listín Diario.

Como podemos analizar, el tema escogido para nuestro primer intento fue uno que recorre palmo a palmo nuestra identidad, porque sea usted religioso o no, la influencia cultural de la virgen de la Altagracia es inmensa en nuestro país.

La travesía de nuestro cine ha continuado dando obras no perfectas pero significativas que reflejan nuestra realidad social y pasaje de ida -1988-, es una de las mejores muestras para señalar el camino identitario, gracias a la acertada dirección de Agliberto Meléndez.

Otro ejemplo que siempre tenemos que otro ejemplo que siempre tenemos que mencionar es la trilogía documental El Poder del Jefe (I, II, III) y Abril La Trinchera del Honor, dirigidas por René Fortunato, todas obras perdurables y que involucran interesantes estrategias comerciales de distribución interna que deben ser estudiadas.

El cine dominicano ha llegado a un estadio de gran ampliación de audiencia que quizás no ha sido asimilado del todo y vemos con indicios de preocupación, la rapidez con que se está llevando a nuestras salas películas que quizás con un mayor periodo de maduración saldrían con una mejor terminación.

Un fenómeno que me llama particularmente la atención es la proliferación de Directores –Guionistas-Productores, caso inusual en industrias del cine del tamaño de la nuestra pues concentra una variedad de funciones en una sola persona, lo que podría significar que, o bien tenemos escasez de personal o no existe ni la confianza o la seguridad de entregar información sensible de producción a manos diversas.

La queja es particularmente aguda en el sector guion, pues muchos guionistas con formación no son llamados con la frecuencia esperada ni consultados en proyectos importantes, aunque es notorio que ciertas películas locales necesitarían aunque fuese unas ligeras correcciones en sus guiones.

Algunas voces claman por acudir a la literatura para dotar de profundidad, de solidez y de prestigio los filmes criollos cosa que no puede ordenarse por decreto ni es una solución real o efectiva a esa debilidad discursiva que acusan una parte importante de las imágenes que pueblan nuestras salas.

Nuestro joven cine lo que debe es ser poblado de audacia, de experimentación, de minimalismo, de búsquedas dentro del ser dominicano, que los sonidos y las imágenes sean el reflejo de la sociedad nacional, tomando prestado los buenos ejemplos vengan de donde vengan para que no seamos carcomidos por un nacionalismo anémico e improductivo.

Una ventana experimental interesante es la que se abre con los cortos que según nuestro parecer, están trillando unos caminos dignos de mayor apoyo para visibilizar sus contenidos y así ir construyendo desde sus cimientes una nueva y audaz forma de hacer cine en estas tierras.

Recuerdo que hace unos años atrás en una rueda de prensa el actor norteamericano Harvey Keitel nos decía que tenemos millones de historias para contar en nuestro país, que nos olvidáramos de imitar a Hollywood o sus grandes producciones, y mucho me temo que no solo no hemos hecho caso, sino que vamos en sentido contrario a tan sabios consejos.

Sin embargo debajo de los icebergs de la mayoría de las producciones que llegan a las salas veo algo moverse, indicios en gente de la vieja y la nueva guardia, que camina con firmeza hacia expresiones temáticas nacionales como las que inspiraron al pionero Palau para iniciar el cine dominicano.

Se ha señalado como uno de los talones de Aquiles en los filmes criollos el proceso dramatúrgico al incorporar figuras comerciales provenientes sobre todo de la TV o la música, con escasos talentos o técnicas interpretativas, en vez de acudir a los buenos y verdaderos representantes de las artes interpretativas, justificando estas decisiones en imperativos comerciales de dudosa credibilidad.

No carecemos, y esto es fácilmente comprobable, de calidad en los apartados técnicos más sensibles como fotografía, dirección artística, sonido, etc etc; pero si debemos poner énfasis en una mayor provisión de recursos a la Universidad Autónoma de Santo Domingo entidad que aun con sus carencias aporta de manera decisiva talentos a esta industria.

El cine dominicano se encuentra en un momento estelar de su historia porque cuenta con público, recursos, un marco legal y un organismo rector, y en las manos de nuestros cineastas, y solo en la de ellos, está el futuro de la identidad cinematográfica de nuestro país…

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