Hablan los hechos

Estados Unidos y sus aliados europeos intentan rendir a Rusia imponiéndole un bloqueo económico y financiero que recuerda la estrategia seguida por la administración del presidente Ronald Reagan para arrodillar a la Unión Soviética.

No se trata en esta ocasión de una lucha entre dos sistemas, de una confrontación por razones ideológicas, sino de un descarnado esfuerzo por contener las actuales tendencias hacia la conformación de un mundo multipolar.

Con su oposición al plan de ataques aéreos contra Siria del presidente Barack Obama y la concesión de asilo político a Edward Snowden, el ex empleado de la CIA que desató el escándalo más grande en toda la historia de la diplomacia, poniendo en graves aprietos al gobierno estadounidense por su labor de espionaje masivo realizado en todo el mundo, que incluía hasta sus propios aliados, Rusia se evidenció como la parte más activa y peligrosa del poder emergente que amenaza con opacar el hegemonismo norteamericano y la influencia occidental.

El pretexto ha sido la anexión de Crimea por parte de Rusia y el alegado apoyo de Moscú a los rebeldes del este de Ucrania. Una crisis que occidente creó cuando puso al gobierno legítimo de Viktor Yanukovich a escoger entre una alianza con la Unión Europea y la OTAN o el mantenimiento de las tradicionales buenas relaciones con su vecino de Eurasia.

El apoyo occidental a la destitución de Yanukovich y las medidas de represalia contra la población rusófila de Ucrania para viabilizar la alianza que el gobierno legítimo se negó a aceptar, constituyó una abierta provocación, pues nadie en su sano juicio podía pensar que Rusia aceptaría que se completara un cerco militar en su contra y que se le expulsara de una zona vital, donde está alojada su flota del Mar Negro, sin oponer ninguna resistencia.

Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea persiguen cerrarle a Rusia las puertas de los mercados financieros y bloquear el comercio de productos estratégicos como los relacionados con la tecnología, especialmente en el sector de la energía. La idea es obstaculizar el comercio de mercancías mediante el bloqueo de todo tipo de transacciones financieras, torpedeando al propio tiempo los avances del gigante euroasiático en diversas áreas como el desarrollo de la explotación petrolera en las profundidades marítimas.

La administración del presidente Obama pretende aislar a Rusia económicamente hasta rendirla en el plano político, de la misma manera que el plan Reagan logró el desplome de la Unión Soviética en 1991.

Según los expertos es difícil estimar los daños que el conjunto de las sanciones puede ocasionar a la economía rusa, pues mucho va a depender de la estrategia seguida por Moscú para minimizar su impacto.

El cálculo de Occidente, sin embargo, parece obviar algunos factores importantes. Por ejemplo, no es posible estrangular la sexta economía del planeta sin poner en grave riesgo la economía mundial y sin que ello repercuta significativamente en el desempeño económico de aquellos países con los que Rusia sostiene intensos intercambios, como ocurre con muchos de la eurozona. Según el diario Der Spieguel, por ejemplo, el intercambio comercial entre Rusia y Alemania ascendió a 77 mil millones de euros en el 2013.

Es notorio que las sanciones europeas contemplan muchas exclusiones que limitan considerablemente su alcance, dándose la paradoja de que los sancionadores no ocultan su temor de que el sancionado responda suspendiéndole el suministro de gas, una decisión que tendría gravísimas repercusiones en Europa y en todo el mundo, pues entre sus muchos efectos estaría el de incrementar los precios del petróleo.

El propio presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, al advertir sobre los posibles efectos negativos de la geopolítica en la economía de la eurozona y del mundo, dijo que los riesgos aumentan en un contexto de “sanciones por una parte y contra sanciones por la otra”.

Las últimas medidas adoptadas por la Unión Europea contra Rusia, las cuales entraron en vigor el primero de agosto pasado, harían perder a este país unos diez mil millones de euros al año, según estimaciones. Mientras, la respuesta rusa prohibiendo o limitando la importación de alimentos desde Estados Unidos, la Unión Europea, Australia, Canadá y Noruega que comprende carnes, pescado, leche, productos lácteos, frutas y verduras, reportaría pérdidas similares a Europa y afectaría las exportaciones de alimentos de Estados Unidos por un monto de 1.3 mil millones de dólares.

En su edición del 5 de agosto pasado el Financial Times se hace eco de las advertencias de importantes empresas europeas sobre el impacto negativo que están teniendo o que pudieran tener en sus operaciones las sanciones impuestas a Moscú.

Entre esas empresas se encuentran Adidas, el segundo mayor fabricante de ropa deportiva del mundo; Vlolkswagen, la automotriz más grande de Europa por ventas; Metro, la cadena alemana de supermercados (segunda de la eurozona por su tamaño), que posee una filial en Moscú; Total, una compañía petrolera francesa, y British Petroleum, dueña de la quinta parte de la compañía energética rusa Rosneft. Asimismo, la banca británica ha advertido que las compañías rusas se abstendrán de cotizar en la bolsa de Londres hasta tanto bajen las tensiones.

También están experimentando pérdidas por la misma razón, según la citada publicación, entidades empresariales norteamericanas como Visa y Master Card; Bank of America, que redujo en casi la mitad su exposición a Rusia, a 3 mil millones de dólares, y Exxon Mobil que está desarrollando una enorme obra en Sajalín para la exportación de gas natural licuado.

Naturalmente, a todo esto habrá que añadir el impacto de la respuesta rusa. Rusia era el destino del 30 por ciento de las exportaciones de frutas de los países de la Unión Europea y más del 20 por ciento de sus hortalizas.

Según el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, “la política occidental de sanciones que son consecuencia del comportamiento de Rusia, nos hizo más daño que a Rusia. En política esto se llama cavar su propia fosa o pegarse un tiro en el pie”.

Lo peor es que todo esto ocurre en un contexto caracterizado por el estancamiento de la economía europea. La alemana, la más grande de la zona euro, se redujo un 0,2% en el segundo trimestre de este año, mientras que la francesa, la número dos, registró un crecimiento cero por segundo trimestre seguido. Italia, la economía número tres, se contrajo.

No obstante, es innegable que las sanciones perturbarán el desempeño de la economía rusa toda vez que las mismas afectarán la inversión extranjera, estimularán la fuga de capitales y limitarán el acceso al crédito de las empresas de este país. Dado que las sanciones afectarán, además, la inversión en activos fijos, se prevé que la economía rusa pudiera experimentar cierta desaceleración. Pero, como ha alertado el Fondo Monetario Internacional, estas sanciones también traerán consecuencias económicas negativas para la UE, pudiendo tener efectos adversos, además, a escala global.

Otro factor importante que parece desconocer la estrategia de occidente frente a Rusia es que no se trata ya de una nación de economía planificada altamente ineficiente y limitada por excesivos procedimientos burocráticos y la falta de interés de los trabajadores en la productividad. Rusia es un país con economía de mercado que está en capacidad de convertir en una oportunidad la situación creada por las sanciones con medidas dirigidas a estimular a los productores locales. Los especialistas prevén que la sustitución de importaciones aumentaría la demanda interna.

A diferencia de lo que ocurría con la Unión Soviética, que enfrentaba las actitudes adversas de Europa Occidental, Japón, China, Canadá y Estados Unidos, países que en su conjunto representaban el 60 por ciento de la economía mundial, Rusia mantiene hoy sólidas relaciones económicas con países que no están dispuestos a seguir la línea trazada por Washington y la UE, como los integrantes del BRICS, Japón, Corea del Sur, Singapur y un largo etcétera.

Justamente, adelantándose a lo que veía venir, el presidente Vladimir Putin firmó hace poco importantes acuerdos comerciales con China y aprovechó la reciente cumbre del BRICS celebrada en Brasil para estrechar sus nexos con los países latinoamericanos.

A diferencia de lo que ocurría con la Unión Soviética, cuyos éxitos políticos se limitaban al mundo subdesarrollado y representaban para ella un altísimo costo económico, Rusia es vista por la mayoría de países como una oportunidad para desarrollar intercambios provechosos en las distintas áreas.

Ejemplo de esto son los países latinoamericanos, que ya han mostrado su interés en suplirle al gigante euroasiático aquellos productos que dejará de adquirir en Europa, pese a las presiones que se ejercen desde el viejo continente.

Un ejemplo de las posibles consecuencias de las maniobras de Occidente encaminadas a aislar a Rusia es lo que ha ocurrido con el embargo impuesto a Cuba por Estados Unidos durante más de 50 años.

Según la ex Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, el bloqueo contra Cuba no ha servido para promover cambios en la isla y sí ha producido daños a ambos países. En su libro de reciente publicación “Hard Choices” (Opciones Difíciles), la también ex primera dama reconoce que la cuestión del embargo a Cuba genera frecuentes dificultades en las relaciones de Estados Unidos con los demás países latinoamericanos, por lo que siendo Secretaria de Estado propuso al presidente Obama su levantamiento.

Contrario a lo esperado por Occidente, las sanciones han ido unificando al pueblo ruso en torno a su gobierno, el mismo efecto que ha tenido el bloqueo contra Cuba. Los niveles de agresividad mostrados por Occidente contra Rusia y sus propósitos reales en Ucrania no dejan a este país, una vez más, otra opción que la resistencia.

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