Hablan los hechos

Estados Unidos ha utilizado como pretexto la lucha contra el terrorismo para conseguir objetivos geoestratégicos en Oriente Medio. De tal forma, invadió a Irak, promovió cambios en Libia, patrocinó a los grupos armados que desde hace cuatro años intentan derrocar en Siria al presidente Bashar al-Asad e intentó aislar a Irán mediante la imposición de sanciones económicas.

Pero las cosas no le han salido bien a los estrategas norteamericanos. Libia, por ejemplo, está sumida hoy en un perfecto caos, con dos gobiernos paralelos y con grupos terroristas fuertemente armados ejerciendo moviéndose como pez en el agua dentro de su territorio.

De su lado, el grupo terrorista Estado Islámico (EI), originalmente una rama poco importante de Al Qaeda, se convirtió en el peligro que actualmente representa gracias a la política de Estados Unidos y sus aliados de armar y entrenar a los yihadistas enemigos de al-Asad, muchos de ellos provenientes de otros países.

El Estado Islámico se ha erigido en una seria amenaza para la estabilidad en Oriente Medio y su influencia se extiende hasta el África. El EI tiene presencia comprobada en Libia e influencia en Nigeria, el país más grande, rico y poblado del continente, donde el grupo terrorista musulmán Boko Haram, que opera en el norte, ha jurado lealtad al califa Ibrahim, como se conoce al líder del EI, Abubaker al Bagdadi.

Más aún, la oposición al gobierno de al-Asad agrupada en el denominado Ejército Libre de Siria (ESL), que ha contado con el apoyo de Occidente, tiene nexos con el EI, que controla parte del territorio sirio.

Estados Unidos luce hoy espantado por los resultados de su propia política en Oriente Medio, como lo evidencian recientes declaraciones del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, admitiendo la necesidad de conversar con el presidente Bashar Al Asad para lograr una conclusión al conflicto en Siria.

“Al final tendremos que negociar. Estamos trabajando duro para reencaminar los esfuerzos en busca de una solución política al fin de la guerra”, dijo textualmente Kerry, al anunciar lo que evidentemente significa un giro en la política norteamericana hacia este país.

Más aún, el deterioro de la situación en Oriente Medio ha obligado al gobierno norteamericano a flexibilizar su posición frente a Irán, país con el que actualmente negocia la eliminación de las sanciones a cambio de garantías del uso pacífico de la energía nuclear.

El entendimiento con Irán y Siria facilita la incorporación de estos dos países en la lucha por atajar al EI y abre las puertas a la colaboración con esta causa de la federación Rusa, un aliado histórico del gobierno de al-Asad.

De hecho la reciente ofensiva del ejército de Irak para liberar Tikrit de los grupos yihadistas contó con la discreta participación de Irán. Occidente, que ha estado brindando apoyo aéreo, confronta dificultades políticas para involucrarse en los combates por tierra.

El riesgo que entraña la nueva estrategia norteamericana es lo que los grupos radicales israelíes denominan como la “iranización de Irak”, algo que tiene muy disgustado al gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, que ve en Irán y su programa de utilización de la energía nuclear como una amenaza para su propia existencia y que brinda soporte al ESL.

El gobierno de Estados Unidos y los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania, confían en poder lograr un acuerdo que evite que Irán pueda desarrollar armas atómicas. Para la Casa Blanca la denominada “iranización de Irak”, algo muy difícil de evitar luego del ascenso al poder de los chiitas en Irak tras el derrocamiento del gobierno sunita de Sadam Husein, constituye un mal menor que el control de este país por parte de las hordas yihadistas suníes.

Netanyahu intenta por todos los medios de boicotear este cambio en la política norteamericana en Oriente Medio con el apoyo de los republicanos que ahora controlan el Congreso y que han amenazado desde allí con revertir cualquier acuerdo con los iraníes sobre el tema del uso de la energía nuclear.

Hasta ahora el gobierno de Obama, que ha impulsado una política exterior zigzagueante, se ha mantenido firme en sus propósitos, llegando a acusar a Israel de no presentar alternativa ninguna.

Al felicitarle por su reciente triunfo electoral, la Casa Blanca declaró que la renovación del mandato del primer ministro judío no tendrá ninguna incidencia en las negociaciones con Irán, al tiempo de reiterar la necesidad de coexistencia de Tel Aviv con un Estado palestino.

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