Pensando en el viejo Marcel Proust acuden a mi memoria los sonidos de músicas olvidadas o guardadas en cajones de la conciencia, esperando su turno en la resurrección de esas notas que vuelven a colocar delante de nuestros ojos gratas experiencias.
Ojo y oído, las utopías favoritas del maestro Fernando Birri, se alían para retrotraernos a unas épocas signadas por la distancia, que no siempre son tan crueles, como dice la canción aquella.
De vez en cuando, el sonido de la música revive la película a la cual se integró, de ahí la importancia de este elemento cuando es usado con acierto en la narrativa fílmica y no como mero relleno o cubre faltas, para adornar sin mayor trascendencia.
Esa melodía pegajosa ligada a una escena trascendente siempre estará al acecho o resurgiendo junto a ese filme que no recordábamos y que gracias a la radio u otros medios hemos vuelto a tararear casi sin darnos cuenta, pues la música conecta con los archivos visuales en el interior de nuestro cerebro.
El listado de bandas sonoras que manejamos a lo largo de nuestra existencia puede ser amplio, pero seguro que tendremos una especie de “top ten” o algo parecido para señalar nuestras favoritas, las que vuelven una y otra vez, encontrando nuevos matices que enriquecen nuestro gusto por ellas.
Los momentos iníciales del cine no estuvieron ausentes de música, pues de eso se encargaba el pianista que noche tras noche acompañaba al charlatán que leía los diálogos. Una pareja que aportaba la cuota auditiva a las imágenes que desfilaban por las pantallas.
La original banda sonora compuesta por Charles Chaplin para película Candilejas -Limelight-, en 1952, es una música que al igual que la película navega entre lo dramático y lo cómico, además se convertía en la agridulce despedida del mimo del cine de norteamericano, en esos momentos.
Candilejas está reconocida como una de las mejores partituras de la historia cinematográfica, y es imposible resistir la tristeza que emana de sus notas como un reflejo de la situación personal por la que el gran autor estaba pasando en esos momentos. Paradójicamente recibió un Oscar años después por ella, el único ganado en competencia.
Mencionaremos algunas canciones y músicas de filmes emblemáticos como Apocalipsis Ahora -Apocalipse Now-, (1979) de Francis Ford Coppola, que tiene entre sus temas a The End Interpretado por el grupo The Doors, tan retorcido y oscuro como la película misma.
La Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner le sirvió al director para enmarcar el vuelo del escuadrón de helicópteros, escena que ha pasado a la historia por la cruel belleza plástica que dibuja para plasmar una guerra sin sentido. El tema fue interpretado por la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta de Sir George Solti.
Un perfecto maridaje entre atmósfera, personajes y ambientes fue lo que logro Bernard Herrmann al escribir la música que escuchamos en Taxi Driver (1976), la crónica urbana de la extrañeza que dirigió Martin Scorsese.
Taxi Driver Theme es una oda a la soledad, a la nocturnidad existencial que cobija a seres como Travis Bickle, náufrago de una sociedad que abandona a sus guerreros, siguiendo una larga tradición que no cesa, aún en nuestros días. El tema crepuscular de Herrmann cruza nervioso el film, dotándolo de una atmósfera que solo los grandes compositores pueden lograr, fusionándose con las imágenes y las palabras. La unidad perfecta que cualquier director quisiera para una obra suya.
Un nombre que asoma a los escenarios de esta parte del mundo es el de Tan Dun, compositor y director de orquesta chino que cuenta en su palmarés con la música de Tigre y Dragón, de Ang Lee (2000), la ceremonia de las medallas de los juegos olímpicos de Beijin (2008), y una obra fílmica aclamada por el público, la impresionante Hero (2003), de Zhang Yimou.
Dun se distingue por el uso de instrumentos construidos de materiales no tradicionales como papel y piedras, y sus obras tienen una ligazón con la cultura interpretativa china, es decir del teatro y el folklore de su país.
El soundtrack o banda sonora de Hero está marcado por temas que van desde la sutileza al realismo cruel, en una película de gran complejidad ante los ojos de los espectadores, sobre todos los accidentales que no manejamos adecuadamente los códigos de colores chinos ni su dramaturgia. Y aun así nos transmite una historia que divierte, entretiene y nos conmueve.
Dun elabora una música que se mueve al ritmo de la acción y el viento que azota los ropajes de los personajes, que comparte con el color y es color ella misma, en unas melodías que marcan el discurso sonoro de este compositor. La brillante interpretación del violinista Itzhak Perlman hizo el resto.
Componer música para cine no es colocar un tema aquí o allá que tenga cierta afinidad con la acción, la simbiosis que comporta la narrativa musical con la narrativa fílmica debe encontrar un punto común que permita la interacción de ambas.
Hasta la fecha, de las pocas películas dominicanas en la que se ha compuesto música usando los métodos estandarizados en la industria es 331 Amín Abel (2015), donde Huayna Jiménez Ronzino elaboró un soundtrack completo, y no una cierta cantidad de temas, como es usual por estos lados.
El oficio de componer música para cine no es una mera formalidad auditiva ni un divertimento vano. Bien usado es un poderoso elemento que potencia la expresividad del filme, convirtiéndose en un arte para la eternidad.