Opinión

Proverbio que repetía con cierta frecuencia Juan Bosch. Vaya pues nuestra más acendrada gratitud a todos los militares retirados y compañeros civiles que por la memoria de Juan Bosch dan hoy de manera pública la cara. Y con el mismo respeto y gratitud con que aceptamos su valioso testimonio, les devolvemos las innecesarias aclaraciones de que Juan Bosch no era infalible, debido a que no se tiene constancia de la existencia en el universo de seres infalibles. Por infalible daba antes el catolicismo romano al Papa, y hoy tenemos un Papa Francisco que al despedir en Roma al presidente cubano Raúl Castro le pide con sinceridad: “Rece por mí”, y al que con recíproca sinceridad le dice el Presidente: “Y rece usted por mí”; petición ante la cual el Papa le retruca en español argentino: “Lo hago”. ¿Y en este contexto sigloveintiunista avanzado, por qué demonios vamos a pretender el cargo, como si estuviéramos en el Medioevo, en la falibilidad de Juan Bosch? Eso sería como aclarar que tampoco era marciano ni natural de la Cochinchina.

Con igual respeto y gratitud, devolvemos en el mismo sobre con todo y matasellos de Correos, la aclaración de que sus virtudes pesaban más que sus defectos. Sin duda sobre el cuero cabelludo tenía Juan Bosch más pelos que en los párpados de los ojos. Pero eso tampoco hace falta que lo aclaremos.

¿Cuáles eran esos defectos de Juan Bosch que puestos en una balanza pesaban menos que sus virtudes? Entonces sí, ya lo sabemos: era cascarrabias, tenía un humor del demonio:

— ¡Ajá, no me digan: ¿Y cuáles son por favor los humores de Dios?

Y hasta se ha acuñado un adjetivo que aún no ha llegado a la RAE y que lleva un elemento compositivo que alude al alma, a las actividades de la mente: psicorrígido. Esa apreciación siempre dependerá de lo que se haya querido colar por bueno y válido en presencia de Juan Bosch. La bondad y la validez de esas cosas rechazadas por Juan Bosch sería lo que habría que probar en un juicio oral, público y contradictorio. Si a mí me fuera dado acuñar con relación a la mente y al alma de Juan Bosch un antónimo que usara el mismo elemento compositivo como prefijo, no lo dudaría dos veces: psicoflexible, diría. Qué mente y qué alma para erguirse serena y lúcida por encima de prejuicios y vacilaciones.

Este articulito no comporta ironía de clase alguna. Desde mi temprana adolescencia y para siempre han sido para mí sagrados todos los hombres y todas las mujeres que enfrentaron a pecho descubierto las balas invasoras de abril. Muchos cayeron. Otros preservaron la vida porque cualquier mujer o cualquier hombre es objeto de dicha si la suerte lo desea.

Con el mayor respeto y con la mayor sinceridad, gracias a esos hombres de abril por defender la verdad histórica; pero la próxima vez sobran las matizaciones de que Juan Bosch no era infalible, de que sus virtudes pesaban más que sus defectos; así como otra que meten a menudo de contrabando: “Pero era humano”. Cogollo, pero humano era lo mejor que era, ya que no se conoce la existencia de ningún ser vivo que supere al humano, así en lo bueno como en lo malo. La conjunción adversativa pero, antepuesta a una forma verbal y a la acepción sustantiva de humano, da a entender que si hubiera sido saturnino, marciano o neptuniano no habría tenido tales defectos.

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