Opinión

La reflexión de la Semana Santa tiene vertientes tan interesantes o iguales que asistir a un retiro o visitar de manera constante los templos y caminar junto a las procesiones -algunas muy vistosas-, que pueblan calles y caminos para estas fechas. Los más mundanos se regodean en los azules mares, en las calientes arenas o en los ríos que se esconden en nuestras montañas.

El llamado que se hace para pensar a manera de recuento, emprendiendo la aventura de adentrarnos en las profundidades de nuestros espíritus, se hace a destiempo o de manera autoritaria. Como si no fuera poca cosa repensar una trayectoria vital que no es siempre agradable, exitosa o esperanzadora.

En un mundo sin razón, la locura de pensar es un lujo que se dan ciertos humanos que ven como se acerca la barbarie a pasos agigantados, haciéndoles retroceder a un futuro de trivialidades sin fin. La introspección no está de moda en las redes sociales ni en los canales de televisión.

Hacer una pausa en la trajinada existencia humana es un sano ejercicio, que, como determinados remedios, sirve para todo. Solo que nos agobia la prisa de desgastarnos o de morir, sorbiendo la vida a tragos tan largos que no se pueden apreciar la calidad ni el sabor de los líquidos ingeridos.

Decir que al cine le preocupa en su conjunto el tema de la reflexión seria pecar de exagerados, pero puede afirmarse que ciertos humanistas aposentados en los mundos de las imágenes en movimiento han producido obras que se hermanan a los filósofos y escritores en el legado de asomarse a las profundidades del alma humana.

Roberto Rossellini en Francisco, Juglar de Dios, Pier Paolo Passolini en el Evangelio Según San Mateo, y Luis Buñuel en Simón del Desierto, nos acercan a las verdades humanas que pueden ser suscritas por cualquier religioso. Como lo apunta el Papa Francisco, “cada uno recibe verdad y la expresa a partir de sí mismo, de su historia, de su cultura y de la situación en donde vive”.

Roberto Rossellini es una de las cumbres del neorrealismo italiano y en Francisco, Juglar de Dios (1950), describe la vida de este santo, sus acciones y su filosofía de vida. Francisco está lleno de un Dios que a ratos está muy alejado de los parámetros de la vida actual en la iglesia católica.

La religiosidad debe vivir una cotidianidad despojada de lujos y fastuosidad, cosa que otro Francisco, el Papa actual, intenta reintroducir en la iglesia actual, donde el hombre sigue siendo el lobo del hombre. La distancia entre el discurso oficial y los textos son enormes, de ahí la perdida de adeptos.

El Rosellini humanista y social se adentra en los vericuetos de esta figura de la religiosidad católica en una película estructurada en forma de estampas. El director no busca la espectacularidad estética, más bien se centra en la presentación de una forma de vivir la fe, no como un modelo discursivo sino como el ejercicio práctico recreador del cristianismo primitivo.

La aparente sencillez del filme que elige el director no oculta las virtudes de este idealista que parece resignado ante los males mundanos, despreocupado de la generación de riquezas, pero a la vez adjurando de una iglesia erigida en mecanismo de poder. Francisco, Juglar de Dios no complace a los izquierdistas recalcitrantes, pero mucho menos a la derecha inmovilista, y en eso reside su virtud, pues su apuesta es por los valores humanos y la poesía de la vida.

El Evangelio Según San Mateo (Il Vangelo Secondo Mattteo -1964-), retrata la vida de Jesucristo desde su venida al mundo hasta la muerte en la cruz, siguiendo rigurosamente lo descrito por el Evangelio de San Mateo. Pier Paolo Passolini dirigió y escribió una de las más acertadas representaciones de Jesús en la pantalla, despojado de las usuales representaciones embellecidas que sufrimos de cuando en cuando.

Passolini prescinde de la grandilocuencia y de los lugares comunes para contarnos la vida del hijo de Dios lejos de esa iconografía de superhombre rubio y de ojos azules, para acercarnos al hombre de fe quemado por los soles y deambulando entre los pobres para llevarles su mensaje de esperanza. La simplicidad estética cumple su cometido de no desviarnos de la importancia del mensaje.

Que un ateo pudiese expresar el discurso cristiano con tanta economía del lenguaje y tan cercano a los textos bíblicos, sorprendió a todo el mundo, empezando por el Vaticano. Passolini no era santo de la devoción de los sectores ultraconservadores del catolicismo por la verticalidad de sus pensamientos y su orientación sexual.

Se logra con actores no profesionales, un tono documental que funciona como antítesis de lo rebuscado y artificioso, mostrar un Jesús más cercano a los líderes obreros de masas que a esas hagiografías detenidas en el tiempo para el consumo de los buenos burgueses. El gran director de fotografía Tonino Delli Colli y el realizador acuden a las reglas básicas como los planos generales, los encuadres y los barridos, para aumentar la sensación de realismo.

Entre las distinciones logradas están sus tres nominaciones al Oscar y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia. Pero más importante aún lo fue el premio de la OCIC (Oficina Católica Internacional del Cine), por el acercamiento humanista a Jesús de Nazaret. Cuarenta años después de su estreno, el diario del Vaticano, L´osservatore Romano, la califica de ser “probablemente el mejor filme sobre Jesús rodado nunca”.

Que Luis Buñuel, “ateo gracias a Dios”, como el mismo se describiera, hubiese dirigido Simón del Desierto (1965), que describe la vida contemplativa del penitente Simón, residente durante seis años sobre una columna de ocho metros, no es para nada incongruente con su formación religiosa o su humanismo crítico.

Simeón el Estilita (Claudio Brooks), es tentado por el diablo una y otra vez, encarnado por una bellísima mujer (Silvia Pinal). Con todo esto de fondo, esta propone la vía contemplativa como el camino para la liberación del espíritu, que debe alejarse del mundo para reflexionar sobre sí mismo.

Lejos de la tesis sostenida por muchos, en Simón del Desierto Buñuel no descalifica la contemplación como un método fallido, más bien lo sitúa en la encrucijada de la realidad, sujeta a los acontecimientos propios de la humanidad, con sus tentaciones, vacilaciones, y los errores que se cometen al vivir. El precio a pagar por un libre albedrio mal utilizado.

El espíritu humanista, crítico y desmitificador, observado en Francisco, Juglar de Dios, en El Evangelio Según San Mateo y en Simón del Desierto, es la forma elegida por los realizadores para acercarse al fenómeno religioso desde una óptica artística. Estos directores ateos han logrado unos filmes de gran hondura teológica.

El cine es el vehículo privilegiado elegido por los cultivadores de la imagen en movimiento para dar una panorámica de lo religioso desde sus particulares personalidades. El ojo analítico del cineasta se conjuga con la visión espiritual, reflexionando sobre la eternidad de humanos y dioses.

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