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A lo largo de su carrera empresarial, Donald Trump se ha caracterizado por ser el modelo pefercto de “Show Man”, esa clase singular de figura pública que tiende a sobresalir por su carácter controversial, pleno dominio de su marca personal y un aura de seguridad en cuanto a sus propias convicciones, que en lo particular, le lleva a diluirse con frecuencia entre la soberbia y la auto-idolatría.

Debido a esto se tornó habitual que durante las últimas tres décadas se haya escrito bastante sobre su figura, pero sería su salto a la arena política en las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos lo que, sumado a un polémico discurso grandilocuente y cargado de propuestas ambiciosas, vendría a consolidar su reputación de hombre fuerte e impredecible. Para muchos “el tipo de mandatario que requería la nación”.

Lo citado anteriormente se tradujo en todo un torrente de titulares periodísticos, análisis políticos y psicosociales, que procuraban brindar respuestas precisas y esclarecedoras al meteórico ascenso político del carismático magnate inmobiliario. Esto a su vez se sumaría a una mediatización sin parangón de su figura, que en parte sin proponérselo, y potenciado por el auge de la “posverdad”, llevó a los medios de comunicación y redes sociales a mercadear su imagen más allá del análisis objetivo de su poco convincente programa de gobierno.

Hoy en día la historia ya es conocida, pudiéndose resumir que lo que en principio representó un motivo de burla general, se tradujo luego en una amenaza sustancial para la clase gobernante, y finalmente en una incómoda realidad para gran parte del mundo, ahora viviendo bajo la era Trump.

Es así como tras su juramentación el pasado enero, los titulares han cambiado por completo. Por ello, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se vio obligado acalibrar sus impulsos, teniendo ahora que poner en balanza su populismo discursivo versus la praxis del ejercicio presidencial. Dicha comparación vendría acompañada de un desalentador punto de partida, si se comienza por indicar que, tras tres meses de gobierno, su administración no ha logrado superar el 40% de popularidad (un índice de aprobación preocupantemente bajo para un mandatario que recién inicia).

Conocido también como “los primeros 100 días”, el filtro de análisis estándar al cual se somete Donald Trump esta semana, nos muestra una pléya de resultados poco halagadores para un mandatario cuya elección estuvo cargada de muchas expectativas. En efecto, durante este periodo de tiempo, la nueva administración no ha podido exhibir una sola victoria legislativa, a pesar de que cuenta con un Congreso a favor.

A modo de ejemplo tenemos que, promesas controversiales y sobredimensionadas, como la construcción de un “gran muro” para completar la división territorial entre Estados Unidos y México, no han podido ir más allá de la retórica. Lo propio pasaría también con la fallida aspiración de derogar el programa universal de salud instaurado por la pasada administración, peyorativamente conocido por los republicanos como “ObamaCare”.

Por su parte, Trump insiste en indicar que “ha hecho más que cualquier otro presidente en los primeros 100 días”, pero ignora que el diagnostico que se desprende del análisis minucioso de su gestión durante este tiempo, precisa que, más allá de la elección de un juez conservador para la Corte Suprema, Neil Gorsuch; el poco convincente ataque a la base aérea en Siria; y sus amenazas a Corea del Norte, no es mucho lo que pueda mostrar como iniciativa con su sello personal.

A este balance negativo se une el bloqueo que en dos ocasiones ha sufrido una de sus iniciativas, consistente en impedir la entrada a Estados Unidos de ciudadanos provenientes de unas siete naciones (de población mayoritariamente musulmana), en el marco de unas medidas migratorias que trastocan las leyes estadounidenses, según los propios jueces federales y estatales que se le oponen. Todo esto se produce mientras trata de sacar adelante un nuevo presupuesto, que contiene reajustes controversiales en cuanto al cambio climático, asistencia social, energía, educación, defensa, entre otros renglones que conjugan la consolidación de una nueva agenda neoliberal, con su afán desmesurado de sepultar poco a poco el legado de deBarack Obama. Quizás también esta realidad pueda explicar el que, a propósito del hito simbólico que rodea la citada fecha, el actual mandatario insista en señalizar que “los medios de comunicación procuran siempre atacarle, no importando cuanto haya logrado avanzar durante los primeros 100 días”. A su vez, busca mitigar las críticas con el anuncio esta semana de un plan de reforma fiscal, basado esencialmente en reducción de impuestos, con el que aspira a obtener un nuevo impulso favoreciendo a los más acaudalados.

No podríamos dejar de lado en el presente analisis otros aspectos fundamentales, tales como la ambivalencia de su postura en torno a China; su sorpresivo y tosco distanciamiento de Rusia (el cual coincide con los avances en las investigaciones sobre la implicación del Kremlin en las pasadas elecciones); su antipatía hacia la causa de la Mancomunidad europea (lo que alienta las candidaturas nacionalistas); y su interés de dejar sin efecto el “acuerdo nuclear con Irán” (avalado por el Consejo de Seguridad de la ONU y el G7), al igual que hizo con el acuerdo Transpacífico.

Es evidente que existe un marcado contraste entre el otrora “Trump empresario – candidato” y el ahora “Trump mandatario”, donde se percibe que a este último le cuesta adaptarse a las reglas de juegos de un sistema de “Check and Balance”, en el cual no basta la sagacidad negociadora, sino también la ponderación de variables históricas, culturales, geopolíticas y sociales, que terminan por condicionar toda toma de decisión.

Cierto es que durante las primeras dos semanas de mandato, llegamos a bautizar el desconcertante impulso de la naciente administración como “La doctrina del Shock de Trump”. No obstante, parece que la experiencia adquirida a lo largo de estos 100 días de mandato, han llevado a que incluso colaboradores cercanos del presidente como el jefe de Estado Mayor, Reince Priebus, reflexionen que: “Más allá de una irregular carrera de Sprint, quizás la Casa Blanca deba variar su estrategia hacia el estilo de resistencia de un consistente Maratón…”.

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