Opinión

Los territorios caribeños correspondientes a las Antillas mayores, digamos Cuba, La Hispaniola, Jamaica y Puerto Rico, muestran una diversidad cultural lingüística producto de la colonización europea española, inglesa y francesa. El emperador Napoleón Bonaparte dejó una cicatriz mutilante en la recién nacida República de Haití, deformidad que vino a agravarse con la ocupación norteamericana del año 1915. En enero del año 2010 la madre naturaleza se ensañó contra dicho país con un calamitoso terremoto que sembró la muerte, y ahondó el estado de miseria espantosa e insalubridad existentes. El desempleo y el hambre en la hermana nación ejercen una enorme presión en la porosa zona limítrofe. La ceguera, sordera y la mudez condicionada de nuestros centinelas, sumada a la fuerza magnética atrayente del empresariado constructor y agrícola dominicano, hacen de la frontera un cinturón virtual que se ajusta cómodamente a la presión político social del momento.El flujo migratorio de oeste a este se incrementa cada día de un modo exponencial, ejerciendo un efecto negativo devastador en el frágil sistema sanitario nacional. Nada refleja mejor el triste, doloroso y deprimente panorama haitiano que el caso descrito a continuación.

Una joven haitiana embarazada visitó por primera vez la Maternidad Nuestra Señora de La Altagracia en Santo Domingo. La adolescente albergaba un embarazo de 30 semanas, sin chequeos prenatales y con una enfermedad hipertensiva, tipo preeclampsia, a lo que se agregaba una amenaza de parto prematuro. La paciente permaneció hospitalizada durante 15 días cuando se decidió realizarle una cesárea, obteniéndose un producto femenino con bajo peso e inmadurez respiratoria. La bebé fue colocada en incubadora y días después dada de alta. A los 25 días, a media mañana, la menor fue encontrada muerta en la cama. Tratándose de una muerte súbita infantil el cadáver fue conducido al Instituto Nacional de Patología para fines de autopsia. El cuerpo sin vida de la neonata tenía un aspecto que llamaba poderosamente la atención. Aquella imagen era la de un esqueleto infantil humano revestido por una fina y plegada piel negra. No había tejido graso en ninguno de los compartimientos corporales. Al abrir las cavidades se notó que tanto el estómago como los intestinos solamente contenían aire. Ni líquidos, ni sólidos pudieron ser identificados a través de todo el trayecto que va desde la boca hasta el ano. La barrera del idioma de los familiares, sumada a la ausencia de pariente alguno al momento del experticia, impidieron establecer de manera socialmente objetiva de si se trataba de una negligencia alimentaria, o de una incapacidad financiera para proveer los nutrientes básicos para mantener con vida a esta desgraciada niña.

El grado extremo de desnutrición proteico calórica tipo Marasmo de la fallecida, precedido por la falta de atenciones prenatales maternas ponen en evidencia la precariedad sanitaria isleña. Si deficitaria y pobre es la calidad tradicional de la salud pública nacional, ésta se torna grave y aguda cuando le agregamos el sobrepeso de la insalubridad haitiana presente.

Hacemos votos para que manos caritativas y ojos piadosos franceses, norteamericanos y del resto del mundo cooperen solidariamente con el desarrollo armonioso de la vecina república. Una mejoría en las condiciones de vida y salud del pueblo haitiano repercutirán positivamente en la reducción de la mortalidad materno infantil dentro del territorio dominicano.

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