Opinión

En las lecturas que hacemos de páginas, artículos, revistas o simplemente reseñas noticiosas, nos encontramos con mucha frecuencia esos famosos listados de las películas más importantes de la historia, de los directores más famosos o los mejores actores, las cuales pueden ser recibidas con aplausos o con silbidos. Así están de divididas las opiniones.

Estas doctas enumeraciones de nombres guardan cierta similitud con las encuestas políticas, porque las discusiones vienen por el lugar ocupado por los personajes o películas, quienes la hicieron, por qué dejaron fuera a este o aquel y detalles como esos. Lo asombroso es que esos lugares no les reportará grandes ganancias a las compañías ni a los personajes. Es un incentivo para el ego y nada más.

Cada época debe realizar la suya, cambiando los personajes y obteniendo los productos más recientes y las posiciones más destacadas, aunque estas no siempre resisten el paso del tiempo, jurado implacable que no es sujeto de manipulación. Si preguntas hoy día por Mary Pickford, solo algunos especialistas o cinéfilos la recordarán. Así de fugaz es la fama.

Las obras, los actores o los directores que resisten los años son aquellas dotadas de verdaderas esencias estéticas no sujetas al vaivén de los gustos y la propaganda. Esa es la causa por la cual volvemos a hablar de Chaplin, de los Lumiere o de Marlon Brando. Obras y creadores conectados al espíritu imperecedero de la humanidad.

“Contra gusto no hay disputa”…, nos canta Joan Manuel Serrat. Y lleva la razón el cantautor catalán, pues discutir sobre las dotes actorales de Julia Roberts o sobre la pericia directorial de Michael Bay, es una pérdida de tiempo tan elemental que no vale la pena hacer un extenso ejercicio racional para demostrar la falta de calidad de ambos. Basta ver sus obras.

Hechos, circunstancias e intereses

Si en este momento se te ocurre cuestionar la aseveración de que Christopher Nolan es uno de los grandes directores de la historia, por obras como Incepcion o la reciente Dunkerque, para solo mencionar dos, probablemente recibirás unas sonoras descalificaciones sobre tus capacidades analíticas y profesionales. Por más que te esfuerces desmenuzando sus filmes y el contenido de éstos, no lograrás convencer a mucha gente de que Nolan no es un súper director.

Si nos dedicamos a revisar un listado cuyo origen es EE.UU. encontraremos que las películas de ese país ocuparán aproximadamente el 80% del contenido, y para dotarlo de alguna credibilidad, colocarán algunas obras del resto del mundo. Todo eso viene de la influencia de las productoras y distribuidores, de la propaganda apabullante y de su público, unas poderosas fuerzas que determinan los resultados.

Cruzando hacia el continente europeo, no es que los métodos cambien del todo, y salvo en aquellas listas elaboradas por prestigiosas revistas o instituciones académicas, veremos muy pocas películas o autores latinoamericanos o africanos, a lo sumo algunos ejemplos asiáticos, lo justo para no ser acusados de colonialistas o euro centristas.

Se establecen parámetros y se asignan juicios de valor a filmes que si bien poseen cierta calidad, pueden palidecer en comparación con otros similares, y ahí entra el ejemplo de Cinema Paradiso (1988) de Giusepe Tornatore, manipuladora y sobrevalorada, frente a un verdadero ejercicio de nostalgia fílmica como lo es Splendor (1989) de Ettore Scola. Si la buscan en una lista, encontrarán a la primera, pero no a Splendor.

Las comparaciones son pues filmes o directores que pueden ser incluidos o excluidos de acuerdo a la trascendencia mediática y no al factor estético. Un asunto que no carece de complejidad por los actores interesados desde el sector industrial. En los tiempos del internet los listados se reproducen como virus en cuerpos enfermos, respaldados por datos dudosos extraídos de Wikipedia o similares, y de ciertos faranduleros cinematográficos.

El problema no es la subjetividad de tales listas, pues en todo caso las categorizaciones son eso, temas subjetivos, pero en las artes se debe acudir al análisis y la deconstrucción de la obra para extraer las virtudes y fallos estéticos, vertiendo esto en forma de crítica o análisis riguroso y honesto. Poner a competir al Ciudadano Kane o al Acorazado Potemkin contra Transformers o la última versión del Planeta de los Simios, es una insensatez.

Está visto que es una disfuncionalidad estética el empeñarse en asignar lugares al director más talentoso, a la película más famosa o al actor más destacado, pues su único resultado visible son unas exclusiones odiosas hechas por personas sin los conocimientos suficientes para arrogarse el papel de jueces, y cuya única virtud conocida es su mal gusto, si miramos los resultados.

Los listados para clasificar a las obras y los autores cinematográficos tienen un valor meramente mercadológico y publicitario, y en otros casos, son testimonios del fanatismo del público, lo que no incide en la durabilidad temporal de los valores estéticos de esos filmes. El lugar ocupado en un listado no determina en ningún caso la permanencia ni la importancia de una obra o autor en la historia del cine.

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