Opinión

La naturaleza grita y habla de manera elocuente y potente de que algo nuevo está en camino. El ambiente actual huele a tragedia, desolación, destrucción y tristeza.

Respiramos entre el pesimismo, la incertidumbre y el desasosiego, generado por los recientes desastres naturales que han golpeado de manera inmisericorde a una parte de los pueblos América Latina y El Caribe.

Terremotos, huracanes, inundaciones y deslizamiento de tierras han sido los causantes de este cuadro desolador cargado de oprobio contra la República Dominicana, México, Puerto Rico, Cuba México, y otras islas de El Caribe.

El saldo es terrible, centenares de muertes, miles de desplazados, personas que han perdido, sus familiares, amigos, propiedades, y lo más doloroso, hoy padecen los rigores del hambre y el frio.

En medio de todo este dolor que desgarra, América y El Caribe, deben tomar el camino de la solidaridad de verdad, de la acción de corazón y del aliento sin resentimientos.

Cero asomo de politiquería barata, no jugar con la tragedia y el dolor ajeno, nada de protagonismos; el momento es para poner de manifiesto los sentimientos más nobles del ser humano y la hermandad entre los pueblos.

La ocasión es para mandar de vacaciones nuestras diferencias y enconos ideológicos y religiosos e ir en auxilio de los niños, adultos mayores y mujeres embarazadas que hoy han perdido todo e incluso la esperanza.

El panorama es desagradable y aterrador para estos pueblos de América y El Caribe por lo que es menester confundirnos en un abrazo de concordia y humanidad para conseguir las fuerzas para superar los retos del presente y las vicisitudes que nos aguarde el futuro.

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