Opinión

El período de tranquilidad para el pueblo dominicano después de la Batalla de Santiago, librada el 30 de marzo de 1844, la cual hemos calificado como la persecución de un ejército en retirada, atemorizado, que se extendió en todo el cuerpo que lo componía y que costó cientos de víctimas, tal vez más de mil muertos, y gran pérdida de armas y municiones, se extendió hasta el año de 1855 cuando los gobernantes que se habían impuesto en el vecino país lo habían convertido de nuevo en una monarquía. Esa monarquía era encabezada por el emperador Soulouque, singular personaje que profundizaría la miseria y la desgracia del pueblo haitiano, que tenía para ese entonces todavía, más de seiscientos mil habitantes que era cinco veces más la población que habitaba en territorio dominicano.

Ese propósito de Soulouque y de los militares de su imperio de más alto nivel, que se había convertido en una nobleza históricamente ridícula, encontró su oposición frontal, firme, decidida de los dominicanos, en la batalla de Santomé el 22 de diciembre 1855. El Ejército dominicano bajo la jefatura de José María Cabral, que fue una de las figuras más distinguidas y respetadas como guerrero en la historia de la naciente República, escenificó en la Sabana de Santomé”, hoy dentro de los límites geográficos de la provincia de San Juan, un combate extraordinario, de apenas tres mil quinientos soldados nuestros, frente al llamado ejército haitiano del sur, comandado por el general Antoine Pierre, ennoblecido con el título de “conde tiburón”. Se extendió hasta la caída de la tarde de ese día cuando en su retirada, José María Cabral, seguido y acompañado de los oficiales de su Estado Mayor, penetró en las filas de los soldados enemigos y en combate singular hirió y dió muerte al jefe militar invasor cercenándole la cabeza. Hecho tal vez único en la historia de América, en la que el general en jefe de un ejército, en el campo de batalla, le da muerte al jefe del ejército invasor con sus propias manos.

En la batalla de Santomé el general Cabral ordenó después del mediodía,que el Escuadrón de Caballería de Baní, aproximadamente doscientos cincuenta hombres, que se trasladaba desde la frontera hacia su lugar de origen, fuera desviado hacia el campo de batalla y en esas sorpresas de la historia, venía como ayudante del abanderado del batallón un joven de apenas veinte años de edad, que se llamaba Máximo Gómez, quien sería años después el gran jefe militar de la independencia de Cuba, que era entonces la colonia más rica de la monarquía española. Fue Máximo Gómez, acompañado de Luis, Francisco y Félix Marcano, Antonio Gil y Modesto Díaz, quienes en la guerra que se inició en el hermano pueblo antillano a partir de 1868, enseñaron a los cubanos a utilizar como arma de guerra para el combate el machete que se habían utilizado por primera vez en la historia de América en 1808, en la batalla de Palo Hincado, cuando los dominicanos-españoles comandados por Juan Sánchez Ramírez, derrotaron las tropas francesas ocasionando la muerte a más de setecientos soldados que habían servido bajo las órdenes del general Ferrand al emperador de Francia Napoleón Bonaparte. La cuarta batalla de las tres más importantes que consolidaron para siempre la independencia de nuestro pueblo, frente a los vecinos de la parte occidental de la isla, que fue desde sus inicios una monarquía, república, imperio, y monarquía dos veces después, fue la batalla de Sabana Larga que cerró definitivamente esos capítulos que demostraron a lo que hoy es un conglomerado humano nada más, que la nación dominicana es un “Pueblo legendario, veterano de la historia y David del Caribe”. Continuaremos…

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