NAVA, BLANCO, Luperón, Puerto Plata, el 21 de febrero de 1905, nació en Nava, sección Blanco, en el municipio Luperón, en la provincia Puerto Plata, Eduardo Brito Aragonés. Fue declarado con el nombre de Elauterio Aragonés, hijo de Liboria Aragonés, quien lo procreó con el agricultor Julián Alvarez, según indica su certificado de bautizo. Su nacimiento se produjo en la casa de una familia pobre.
Algunos biógrafos han sostenido que el apellido Brito lo tomó de su padre Julián Alvarez Brito y otros afirman que fue de su madre Liboria Aragonés Brito.
El 13 de junio de 1960, la madre de Eduardo Brito, Liboria Aragonés, de 85 años, al participar en el programa “Reina por un día”, que conducían a través de Rahintel, el locutor Homero León Díaz, y Maldonado Iglesias, afirmó que su nombre es “Gloria Aragonés viuda Féliz, cariñosamente llamada Liboria”, y que el nombre original de su hijo es Eleuterio y que el padre se llamó Julián Brito.
Eduardo Brito enseñó sus cualidades de un barítono fuera de lo común desde que era un adolescente mandadero, aprendiz de herrero, jornalero y luego limpiabotas en el Parque Duarte, en la ciudad de Santiago de los Caballeros.
En las primeras grabaciones de Eduardo Brito se aprecia que pronunciaba la letra i en lugar de la L y la R como un campesino cibaeño sin formación gramatical.
La vida de Eduardo Brito saltó a la fama a partir de 1927 cuando pasó a ser un protegido del maestro Julio Alberto Hernández. En ese mismo año Eduardo Brito fue el artista estelar de un banquete ofrecido en la Capital al doctor José Dolores Alfonseca y al licenciado Abigail Montás, lo que le permitió lograr la atención de la prensa de la ciudad de Santo Domingo.
Al reseñar la actuación del barítono Eduardo Brito, el Listín Diario reseñó:
“Ignorábamos que existiese en Santo Domingo un cantante de sus condiciones. Ha sido una verdadera revelación”. Tuvo la oportunidad de vivir momentos de gloria. Recibió el reconocimiento de medios de comunicación de América y Europa.
Durante un período de más de 10 años, Eduardo Brito se presentó en los centros de mayor prestigio en Nueva York, Madrid, Barcelona y La Habana, entre otros.
El 3 de noviembre de 1928 contrajo matrimonio con la vedette Rosa Elena Bobadilla.
De la gloria Eduardo Brito cayó enfermó de la mente. Murió el 5 de enero de 1946, en el manicomio de Nigua, San Cristóbal. En ese momento el hospital psiquiátrico se denominaba “Manicomio”.
Hasta ese momento, había sido el artista que había puesto más en alto el nombre de la República Dominicana en el exterior. Eduardo Brito, el mejor barítono dominicano de todos los tiempos, falleció solo y olvidado en una celda del manicomio de Nigua.
Hay una anécdota que da cuenta de que cuando uno de los enfermeros descubrió el cadáver exclamó: “ya murió ese locazo”.
Eduardo Brito enfermó de la mente a consecuencia de la sífilis que arruinó su vida. Con frecuencia sufría crisis en el manicomio.
En 1946, en la República Dominicana no había capacidad médica para tratar de manera adecuada una enfermedad como la que sufría Eduardo Brito. Así terminó la vida física de Eduardo Brito, quien habría nacido el 21 de febrero de 1905. El mejor barítono dominicano de todos los tiempos.
Dejó al mundo su voz como legado de un artista extraordinario. Al reseñar la muerte de Eduardo Brito, el periódico La Nación del 8 de enero de 1946 anotó:
“La parca inexorable acaba de tronchar la vida de uno de sus más genuinos representantes: Eduardo Brito.
“El querido compatriota que ha muerto se encontraba paseando nuestra música por los escenarios de las capitales más populares del mundo desde el misterioso Amazonas hasta el legendario y poético Rin, acaba de desaparecer para siempre.
“Su muerte inesperada ha llenado de consternación a millares de hogares, no solamente en esta su patria nativa, sino en todos aquellos países donde el artista convivió.
“Y es que además de admirable, actor y exquisito cantante, cuya voz alcanzó los aplausos más nutridos de las multitudes, Eduardo Brito fue el amigo que siempre estuvo para todos una palmada de afecto y una sonrisa de sinceridad.
¡Descansas en paz, querido compatriota! Que los que ayer llenos de entusiasmo y orgullo te aplaudimos con fervor, hoy lleno de tristeza te dedicamos una lágrima fraterna de dolor, como un holocausto a tu venerado recuerdo y a tu sinceridad bien reconocida.
“Y mientras tu duerme en el mundo de los justos, aquí está Quisqueya amada, llenaremos de crespón las rosas que dejaste perfumadas en la intimidad de tus recuerdos”.