Moscú (PL)La pugna con Occidente en la cuestión ucraniana tiene de trasfondo los serios cuestionamientos de Rusia a la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) alrededor de sus fronteras y la política de dobles raseros.
Las relaciones ruso-estadounidenses cerraron 2013 un año de crecida tirantez por viejos y nuevos problemas que hacen cada vez más visibles la brecha entre Washington y Moscú en las perspectivas de la política mundial y la creciente tendencia hacia un orden multipolar.
El desenlace de los acontecimientos ucranianos tras el golpe de Estado anticonstitucional y la destitución ilegal del presidente Víktor Yanukóvich, con el guiño cómplice de Occidente, colocó a Ucrania en el epicentro de dos polos contrapuestos.
Rusia ha sido firme en su postura de no reconocer la legitimidad del proceso violento gestado allí durante los últimos meses, y en consecuencia, la toma del poder armado por sectores de derecha y fascistas.
Para muchos expertos, la confrontación verbal por la cuestión ucraniana, en relación con las amenazas y sanciones contra Moscú, significa apenas la punta del iceberg dentro del océano de contradicciones por las visiones contrarias y los intereses geopolíticos.
Según el criterio del politólogo Valeri Mijailin, a la sombra de la retórica oficial de Occidente se esconden muchas otras cosas relacionadas con los intereses y la política de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y la OTAN, contrapuestos a Rusia.
El investigador alemán y especialista sobre Rusia Alexander Rar coincidió con otros expertos en que esa puja en torno a Ucrania hace pensar en una nueva época de guerra fría y no descartó una membresía del país centroeuropeo en la alianza militar occidental.
La directora general del Instituto de Investigaciones e Iniciativas de Política Exterior, Veronika Krasheninnikova, observó al respecto que la guerra fría nunca terminó, y en estos últimos tiempos Estados Unidos y aliados de la OTAN han llevado a cabo una variante enmascarada y silenciosa.
Rememoró la politóloga en una entrevista exclusiva a Prensa Latina que, tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991, Rusia y otros estados del espacio postsoviético sucumbieron en una situación de debilidad, y por largo tiempo no pudieron contrarrestar la ofensiva de Estados Unidos.
Una década después, con un potencial político y económico en ascenso, la nación euroasiática estuvo en condiciones de defender sus intereses y los de otros amigos en el mundo, subrayó.
Consideró Krasheninnikova que tras los reveses en Siria e Irán, y la firme posición rusa, en Ucrania Washington y Occidente decidieron ir a la ofensiva. No podían perder, ante un escenario orquestado por las fuerzas fascistas y prooccidentales en ese país.
Y se trataba básicamente de reconfigurar el panorama político interno y el balance de fuerzas, por cuanto significaba sacar del tablero al presidente Yanukóvich y a su partido, las Regiones.
De fondo, concuerda la experta, la base de las contradicciones con Moscú radica en las ambiciones de la OTAN de continuar su avance y ampliación hacia las fronteras rusas a cuenta de incluir a Ucrania, y «ello es un factor muy peligroso, al cual no debió llegarse», advirtió.
En los últimos 20 años, el bloque militar creció de 16 miembros a 28 estados aliados, y no deja de estimular la entrada de otras repúblicas exsoviéticas como Georgia, Armenia y Azerbaiyán.
Desde el punto de vista del mapa político de Europa, es imposible imaginar a Ucrania en la OTAN y también desde el punto de vista de los intereses de Rusia, exteriorizó Krasheninnikova.
Golpe de estado armado patrocinado por Occidente
El 22 de febrero tuvo lugar en Ucrania un golpe de estado armado. Como resultado, llegó al poder un gobierno autoproclamado, constituido por un lado por agentes de Occidente, y por otro, por ultranacionalistas y fascistas, esbozó la analista rusa.
Arseny Yatseniuk, quien se considera a sí mismo el primer ministro, no fue fruto de una elección del pueblo ucraniano, sino de Estados Unidos.
Lo corrobora una conversación filtrada entre la secretaria de Estado adjunta, Victoria Núland, y el embajador de ese país en Kiev, Geoffrey Pyatt.
En dichas pláticas ellos apostaron, recordó la experta, sobre sus preferencias en cuanto al gobierno ucraniano, y dijeron abiertamente que Yatseniuk tenía que ser el primer ministro.
Otro líder de la oposición ucraniana, de la llamada ala moderada, es el boxeador Vitali Klichkó. Su partido Udar (Golpe), fue financiado y creado por iniciativa del partido alemán de los demócrata-cristianos. La Fundación Konrad Adenauer, asociada con la Unión Demócrata Cristiana, desarrolló en 2010 el concepto de esa formación. De manera que Udar fue creado con recursos alemanes. Además Klichkó es ciudadano alemán, y se supone, no tiene ningún fundamento para aspirar al puesto del presidente de Ucrania.
También el Gobierno autoproclamado en Kiev lo integran fascistas. El nombrado jefe del Consejo Nacional de Seguridad Nacional, Andrei Parubi, fundó en 1991 junto a Oleg Tiagnibok el partido neonazi Libertad (Svoboda), que en 2012 obtuvo 37 escaños de diputados en el parlamento unicameral.
Otra figura de esa organización que emergió tras el golpe de Estado es Dmitri Yarosh, cabecilla de Sector Derecho, acusado por Rusia de instigar el terrorismo, y sujeto a una orden de captura internacional.
Krasheninnikova recordó que fue precisamente esa agrupación la que integró comandos armados y llevó a cabo acciones de represión durante las protestas en la plaza de la Independencia (Maidán), matando a policías y civiles ucranianos.
Ese golpe de Estado y la destitución del presidente legítimo, Víktor Yanukóvich, se produjeron con el apoyo de los gobiernos occidentales, recalcó la politóloga rusa.
Dijo que tal afirmación lo corroboran muchos de quienes estuvieron en Maidán, epicentro de las protestas, donde se realizaron coordinaciones estrechas entre representantes de agencias de inteligencia occidentales y los activistas del Sector Derecho.
Para Krasheninnikova, todas esas actuaciones, el posterior golpe y sus consecuencias son ilegítimas, y quienes no ven a Stepán Bandera (nacionalista ucraniano que colaboró con los nazis) como su héroe, no están obligados a obedecer a esas autoridades.
Algunas de las regiones del este y sur de Ucrania no reconocen al Gobierno impuesto en Kiev y se declararon favorables a una unificación con Rusia, entre ellas, la república autónoma de Crimea y Sebastopol. Similares manifestaciones separatistas se suceden en Járkov, Donetsk, Jerson y Nikolaev.
En Occidente, y sobre todo Washington, insisten en que la decisión sobre el referendo en Crimea no es legítima. Sin embargo, apuntó la investigadora rusa, la Casa Blanca y una parte de Europa reconocen la independencia de los estados, aquellos que les ofrecen beneficios con ese status.
Mientras, se niegan categóricamente a reconocer la independencia de los pueblos que no se someten a ellos.
Valdría preguntar de nuevo por qué hace unos años Kosovo consiguió la independencia y Estados Unidos fue el que más insistió en ello. La respuesta es sencilla. Necesitaba a Kosovo, dijo Krasheninnikova, pues en ese territorio el Pentágono abrió su mayor base militar en Europa, la Bondsteel.
Washington tampoco se opuso a la independencia de Sudán del Sur porque precisamente en ese territorio se concentra la mayor parte de yacimientos de petróleo. Y resultó un beneficio para ellos controlar de esa forma los yacimientos y la extracción del crudo.
Contrastó igualmente que en paralelo a la consulta de Crimea, se prepara el plebiscito en Escocia con vistas a su independencia, y Estados Unidos no tiene nada en contra de ese referendo.
Es otro ejemplo más de la enorme hipocresía norteamericana y falta de respeto a la opinión de otros pueblos, sentenció la politóloga rusa.