Damasco, (PL) Como fecha más simbólica que real, este 15 de marzo se cumplen tres años del conflicto sirio, marcado hoy día por avances militares gubernamentales en varios frentes, aunque la solución definitiva a la guerra se presenta de momento elusiva.
Durante ese periodo, los opositores armados han escogido como escenario principal de los combates los entornos urbanos, los más dañinos para la infraestructura económica y de servicios, y letales para la población civil, a la cual toman frecuentemente como escudos humanos.
Junto a ello, incontables masacres perpetradas por los extremistas islámicos han traído como resultado la muerte de más de 100 mil sirios, en tanto unos nueve millones de civiles han tenido que abandonar sus lugares de residencia, para convertirse en desplazados dentro de su propio país o refugiados en naciones vecinas.
A ese costo humano reducido a cifras, se suma la profunda erosión del tejido social sirio, caracterizado durante milenios por una convivencia religiosa generalmente armónica, más allá de eventuales desencuentros.
Inicios Calculados
En marzo de 2011, manifestaciones populares en la sureña provincia de Deraa, que pudieran haber tenido legitimidad, fueron rápidamente aprovechadas por varias potencias occidentales y algunos países de la región para poner en marcha planes de desestabilización gubernamental previamente calculados.
Aplicando paso a paso el Manual para la Guerra No Convencional de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, que hoy circula desclasificado de facto por Internet y cuyos principios se aplicaron en Libia y Egipto, el incidente de Deraa fue seguido inmediatamente por una gigantesca campaña de prensa.
La acción de las fuerzas de seguridad sirias fue magnificada y satanizada en una campaña mediática internacional sin precedentes, que estimuló y llamó a manifestaciones similares en otras ciudades sirias, incluida Damasco.
Mientras, comenzó la infiltración de mercenarios que procedieron a asesinar a civiles en las marchas para responsabilizar al gobierno y caldear aun más la situación.
Al mismo tiempo, sectores populares descontentos por los resultados de la aplicación de la Economía Social de Mercado (programa económico), fueron presa de la manipulación de sus motivaciones por los servicios especiales occidentales y de gobiernos aliados de la región.
Con el objetivo de dar visibilidad y representatividad internacional a la tutelada oposición siria, en el verano de ese año, y según el guión del citado Manual, se instituyó el Consejo Nacional Sirio (CNS) como embrión de un gobierno en el exilio, así como el Ejército Libre Sirio, que fungiría de brazo armado de la «oposición nacional».
Países como Jordania, El Líbano y Turquía facilitaron la entrada de miles de extremistas islámicos y mercenarios de 84 naciones, básicamente manejados mediante sus creencias religiosas extremas.
Esa invasión, más el reclutamiento de sirios descontentos, desencadenó acciones bélicas que ganaron rápidamente en extensión geográfica, magnitud y ferocidad.
Así, en agosto del 2013 los grupos de irregulares armados lanzan un ataque químico en la ciudad de Ghouta oriental, en el este de Damasco.
Esa masacre, en la que murieron muchos civiles, fue manipulada por los países opuestos a Damasco para acusarlo de su autoría. Como era de esperarse, Washington anunció un ataque militar masivo «de respuesta» contra Siria.
La falta de pruebas, la hábil postura diplomática rusa, junto a la decisión siria de deshacerse de sus armas químicas (almacenadas, pero nunca usadas), frenó el intento estadounidense de bombardeo. Comenzó entonces el largo, y aún en curso, proceso de eliminación de esos agentes tóxicos a cargo de una misión conjunta de la ONU y la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ).
Sin el pretexto químico, Washington y sus aliados, usando el rechazo general a una solución militar al conflicto, apostaron por doblegar al gobierno sirio en la mesa de negociaciones de Ginebra ante una oposición plegada a los intereses occidentales.
No obstante, ese diálogo se estancó apenas comenzado, pues la oposición basada en el exterior del país rechazó las propuestas del Gobierno de priorizar el combate al terrorismo, mientras sus reclamos de marginar al presidente Bashar al-Assad resultan inadmisibles para Damasco.
Actualmente, desde el punto de vista militar, la situación se caracteriza por un avance sostenido del Ejercito Árabe Sirio, junto a los Comités Populares y tropas del movimiento libanés Hezbollah, en casi todos los frentes, principalmente en la poblada franja occidental del país.
No obstante, en esas mismas zonas actúan decenas de miles de armados, situación que se repite en el resto de Siria.
En tanto, Damasco implementa una iniciativa de Reconciliación Nacional destinada a detener el derramamiento de sangre, y que contempla el cese al fuego en barrios y ciudades, cuya administración pasa de forma conjunta a manos del Ejército y los irregulares.
A esas localidades ya pueden regresar sus habitantes, se reanudan los suministros de alimentos y de medicinas, y poco a poco puede iniciarse la necesaria reconstrucción nacional.
Esa puede ser, de momento, la mejor manera de frenar el sufrimiento y las enormes pérdidas del pueblo sirio, cuya situación humanitaria comienza a ser empleada por los mismos países que desencadenaron el conflicto como un nuevo frente para atacar al Gobierno.
Así, el cuarto año de guerra en Siria comienza lleno de incertidumbres, de momento con la oposición armada aún beligerante, aunque en franco retroceso, y con el temor de muchos que no sea el último.