Cuando Estados Unidos desató la guerra en Afganistán e Irak aprovechando la coyuntura provocada por los ataques del once de septiembre de 2001, los cálculos sobre el agotamiento de las reservas mundiales de petróleo provocaban alarma en todo el mundo.
De hecho, los precios de los hidrocarburos alcanzaron niveles nunca antes vistos y hubo quienes se lanzaron a la producción de biocombustibles como una de las alternativas a los derivados del petróleo.
En un escenario como ese, el control de los recursos energéticos se concibió como algo vital y urgente, pues suponía poder suficiente como para dictar las normas que habrían de regir al mundo. Fue ese el razonamiento que hizo sonar los tambores de la guerra.
Sin embargo, una década después, el cuadro que se percibe es totalmente distinto luego del descubrimiento de nuevos yacimientos de petróleo que le aseguran a la humanidad la disponibilidad de esta fuente de energía en forma más o menos holgada por muchos años más de lo que se preveía.
Incluso, Estados Unidos, que hasta hace poco importaba el 49 por ciento de todo el petróleo que demandaba, ha revolucionado radicalmente su producción de hidrocarburos con la explotación de nuevos yacimientos en suelo estadounidense y en alta mar, así como del gas y el petróleo de esquisto, acercándose a la autosuficiencia. Según algunos cálculos, Estados Unidos podría convertirse en el principal exportador de petróleo en el mundo para el año 2020.
En su último informe anual World Oil Outlook, la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) calcula que la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos y Canadá subirá hasta los 4,9 millones de barriles diarios en el 2018 y prevé una disminución en la demanda del crudo de los países miembros en 1,1 millones de barriles diarios.
Semejante situación ha llevado a Estados Unidos a introducir cambios en sus prioridades en materia de política exterior, siendo el más significativo el desplazamiento de su zona de interés más vital, del Oriente Medio a la zona del Pacífico. En otras palabras, Estados Unidos se está mudando al lejano oriente.
¿El objetivo de esta jugada? Acercarse a la zona donde están los intereses fundamentales de la única nación en capacidad de disputarle su hegemonía mundial: China. La idea es presionar cerca de casa al gigante asiático para frenar su expansión en el resto del mundo.
Esto explica los últimos movimientos del gobierno norteamericano en el Asia Central y en Oriente Medio, que han implicado cierto distanciamiento de antiguos aliados (Israel, Arabia Saudita, Egipto, Qatar y Turquía) y un cambio en las políticas hacia Irán y Siria.
Estados Unidos pretende alejar a Irán de la influencia China y evitar una alianza de este país con Pakistán, que de aliado de Washington ha pasado a procurar la protección de Beijing. Un acercamiento con Irán es importante de cara a la actual realidad de Irak, donde la dinámica del enfrentamiento tribal y las propias maniobras norteamericanas han conducido al predominio de los chiitas en este país, situación que, a su vez, ha convertido a Irán en la nación más influyente en ese país árabe.
Algunos analistas entienden que el cambio de enfoque de Estados Unidos hacia Irán ha tenido que ver con el creciente intercambio comercial entre China y Arabia Saudita. El suministro de petróleo al gigante asiático por parte del país árabe se ha incrementado sustancialmente.
Los últimos acuerdos alcanzados con Irán que reducen el programa nuclear persa y alejan la posibilidad de que este país se convierta en una potencia nuclear, son parte de los esfuerzos de Washington por evitar mayores desbalances políticos en la zona que operen en su perjuicio, si bien los mismos han causado el enojo de Israel y Arabia Saudita, que apostaban por la minimización de la influencia chiita en la zona.
Israel, Arabia Saudita, Turquía y Qatar eran partidarios de las acciones militares de Estados Unidos contra Siria anunciadas por el presidente Obama, alegando el uso de armas químicas por parte del régimen de Baschar Al Asad. Sin embargo, la oposición radical de Rusia, que contó con el apoyo de China, sirvió para alertar a Estados Unidos de la peligrosidad de esa aventura.
Como forma de ilustrar las razones que suelen inspirar el accionar geopolítico de los principales actores de la zona, resaltemos que Irán, Irak y Siria firmaron un acuerdo a mediados del año pasado para la construcción del que, conforme a algunas opiniones, será el mayor gasoducto en el Medio Oriente, capaz de transportar gas natural desde el sur de Irán hasta Europa.
Este acuerdo fue visto con recelo por los aliados de occidente que abastecen de petróleo y gas a Europa vía Qatar y Arabia Saudita, lo mismo que por Turquía, que es el principal transportista de gas en la actualidad. Además, el proyecto de Irán, Irak y Siria rivaliza con la idea de Qatar de construir su propio gasoducto, con apoyo de Estados Unidos, a través de Arabia Saudita, Jordania, Siria y Turquía, también para abastecer a Europa.
Claro, el gasoducto que llevaría el combustible desde Irán a Europa reforzaría sustancialmente el peso político de Irán, lo que resulta altamente preocupante para los enemigos de este país.
Algo que deja ver claramente la difícil situación en que se encuentra Estados Unidos en el Medio Oriente es el hecho de que la administración de Barack Obama no ha tenido en Irak más remedio que apoyar a Nuri Al Maliki, el primer ministro, que desarrolla una alianza con Irán para afianzarse en el poder y que apoya a Siria. Esto, desde luego, enoja a Israel, Arabia Saudita, Qatar y Turquía.
Así las cosas, no es difícil entender por qué Vladimir Putin pudo vetar la decisión de Washington de bombardear Siria, un aliado de Rusia desde los tiempos de la Unión Soviética. Las compras de armas de Damasco a Moscú han sobrepasado los tres mil millones de dólares. Rusia, además, tiene en Tartus una base militar de relevante importancia estratégica.
Finalmente, es importante anotar que el presidente Barack Obama ha asumido una posición más neutral frente al conflicto israelo-palestino con miras a mejorar su imagen y apaciguar los radicalismos en el mundo árabe, lo que ha molestado enormemente al gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu.
Como se puede apreciar, Estados Unidos está ajustando su política en Oriente Medio como forma de acomodarse a los cambios geopolíticos en la región, en donde han surgido nuevos actores y se han ido tejiendo nuevas alianzas. La idea es facilitar una redistribución de los recursos que refleje, además, los cambios a nivel global, reenfocando la escala de prioridades.
El Lejano Oriente: Un nuevo Foco de Tensión
El lejano oriente es el área de influencia directa de China, país de creciente influencia en el mundo al que Estados Unidos considera como una amenaza real a su predominio en el planeta.
Además de China, entre los actores principales de esta zona figuran Japón, Corea del Norte y del Sur, Rusia y Taiwán. Aunque ubicado a miles de kilómetros, Estados Unidos mantiene una influyente presencia en la zona.
El extremo oriente es el escenario de viejas disputas territoriales. Una de ellas es la relativa a la pertenencia de decenas de pequeñas islas del mar de China Meridional, que involucra a China, Japón, Corea del Sur, Filipinas, Malasia y Vietnam. Se trata de islas sobre las que nadie tiene una posesión efectiva.
Es bueno destacar que, según los estudios científicos, en la plataforma submarina del Mar Meridional hay abundante gas y petróleo, lo que constituye un fuerte estímulo para las apetencias de los países de la región.
A su vez, entre Japón y Rusia existe una disputa sobre la pertenencia de las islas Kuriles, un archipiélago del Océano Pacífico ocupado por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial.
China, por su parte, considera como suya la isla de Taiwán, antigua Formosa, lugar donde se refugiaron los partidarios de Chan Kai-shek, el bando que fue derrotado en la guerra civil que terminó en 1949 con la victoria de los comunistas de Mao Zedong. El producto interno bruto de Taiwán (nominal) es actualmente de 467 mil millones de dólares.
Gran repercusión tiene en la zona el conflicto entre las dos Corea, la del Norte, potencia nuclear que cuenta con el apoyo de China, y la del Sur, potencia económica aliada de Estados Unidos.
Para la potencia norteamericana es fundamental su vieja alianza con Japón, la tercera economía del mundo, así como con Corea del Sur. Y si hay algo que preocupa enormemente a Washington en los actuales momentos es el creciente intercambio comercial de China con estos dos países vecinos.
De hecho, China es ya el socio comercial más importante de Japón. Estos dos países, desde mediados de 2012, dejaron de utilizar el dólar en sus intercambios comerciales bilaterales. Esta decisión, que involucra la segunda y tercera economías más importantes del mundo (las dos más grandes del continente asiático) se inscribe dentro de la estrategia china de internacionalizar el yuan y rivalizar con el dólar estadounidense.
Por su parte, la cooperación económica y comercial chino-surcoreana se ha ido expandiendo rápidamente luego de que los dos países decidieran restablecer sus relaciones diplomáticas en agosto de 1992. En 2010 el comercio bilateral alcanzó los 207 mil millones de dólares. Desde el 2003 China pasó a ser el mayor socio comercial de Corea del Sur. Actualmente, el intercambio bilateral supera al combinado de Estados Unidos y Japón. A su vez, Corea del Sur se convirtió en el mayor socio comercial de China en el mismo año.
En el 2011 más de 800 vuelos conectaban a los dos países y el flujo de visitantes entre ambos lados superó los seis millones de personas. En ese mismo año, había 80 mil estudiantes chinos realizando cursos en Corea del Sur, mientras que otros 68 mil surcoreanos estaban estudiando en China.
Algo parecido ocurre en las relaciones entre China y Taiwán. El crecimiento de la interacción económica entre estos dos países es sorprendente. En el año 2003 el comercio entre los dos territorios tenía un volumen de 85.4 millones de dólares, mientras que en el 2010 superaba los tres billones de dólares.
Según el Ministerio de Economía de Taiwán, China fue el principal destino de sus exportaciones en el 2010, representando un 28% del total; mientras que las exportaciones chinas a la isla ocuparon el segundo lugar después de Japón, suponiendo un 14,2 %.
Según estadísticas del Ministerio de Comercio de China, las inversiones de Taiwán en el continente ocuparon el segundo lugar en el 2010, con 6,7 billones de dólares.
Es en este contexto de interacción económica y comercial y de rivalidades de carácter territorial entre los países de zona que se produce el anuncio del Departamento de Defensa de Estados Unidos de que cambiará la posición de su flota naval, asignando el 60% de sus buques de guerra a la región Asia-Pacífico para el año 2020.
Los vecinos de China han incentivado la decisión de Estados Unidos de fortalecer su presencia en la zona ante la modernización de sus fuerzas militares que ha estado impulsando el gigante asiático, que incluye la ampliación de la Marina y la construcción de aviones de combate de última generación.
Esta actitud se ha visto favorecida, además, por la amenaza que para Japón y Corea del Sur representa el comportamiento del régimen de Corea del Norte, país que China utiliza para ejercer presión sobre a sus rivales del área y contener la penetración de Estados Unidos.
Estados Unidos, por su parte, está interesado en mantener su influencia en la zona, sobre todo en el mar de China Meridional, espacio de carácter estratégico que conecta el petróleo y otras rutas marítimas comerciales de Oriente Medio y Asia del Este. El objetivo es controlar una zona por la que transitan miles de buques comerciales y presionar ahí para contener la expansión china a nivel global sin que ello se traduzca en enfrentamientos directos. La importancia de los nexos económicos y comerciales entre las naciones involucradas opera aquí como elemento disuasorio.
No obstante, los movimientos en el tablero geopolítico se producen con lógica destructiva y adquieren matices altamente peligrosos. Japón, a quien China destronó hace poco como segunda economía más grande del mundo, se está armando a la carrera. Muchos esperan que este país se deshaga de la limitación constitucional que se le impuso al término de la Segunda Guerra Mundial y que limita su capacidad para desarrollar una fuerza militar propia. De esta forma tendría las manos sueltas para organizar mejor su propia defensa, disminuyendo la dependencia de Estados Unidos en esta materia, que otorga al socio del norte de América una excelente herramienta de presión, y le permitiría una mayor capacidad de maniobra en la zona Asia-Pacífico.
Estados Unidos, por su parte, ve con buenos ojos un mayor protagonismo de Japón, pues a través de esta nación puede incrementar su influencia en todo el lejano oriente, aumentar su presión sobre China e introducir un nuevo elemento disuasorio frente al impredecible régimen de Pyongyang.
China, por su parte, mueve sus fichas. Por un lado, continúa su estrategia de reforzar vínculos económicos y comerciales para generar compromisos políticos, mientras por el otro exhibe sus avances en materia militar e intenta acercamientos directos en el plano político, como ocurrió recientemente con Taiwán, con cuyo gobierno inició un diálogo por primera vez desde la guerra civil en 1949.