Henry Kissinger, Secretario de Estado durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerard Ford, probablemente el político que más influencia ha ejercido en la política exterior de Estados Unidos de las últimas décadas, escribió en 1996 un “monumental” libro bajo el título “Doplomacia”.
Haciendo galas de conocimientos profundos de la historia universal, de las relaciones internacionales y del arte de la diplomacia, Kissinger describe en esa obra cómo se conformaron los sistemas mundiales conocidos por la humanidad, cuáles fueron sus características y cómo, producto del empuje en la arena internacional de las naciones más influyentes, se fue conformando el mundo en que vivimos hoy.
A partir de esas apreciaciones, el veterano diplomático plantea importantes ideas sobre el ordenamiento mundial de la post guerra fría, los factores que incidirán en su conformación, los probables protagonistas de este proceso y los principales retos de la diplomacia norteamericana de cara al mismo.
Tras criticar a los presidentes George H. W. Bush y Bill Clinton, quienes al esbozar objetivos de la política exterior de Estados Unidos, a su juicio, llegaron a expresarse como si el orden mundial de la era post soviética estuviera ya definido, Kissinger advertía en ese libro que dicho ordenamiento estaba en gestación y que su forma final no será visible hasta bien entrado el siglo XXI.
Contrario a los que eufóricos proclamaron el triunfo definitivo del liberalismo y “el final de la historia”, como lo hizo Francis Fukuyama, Kissinger, más sereno y calculador, advertía que “En un sistema internacional caracterizado tal vez por cinco o seis grandes potencias y una multiplicidad de Estados más pequeños, el orden tendrá que surgir, casi como lo hizo en el siglo pasado, de una reconciliación y un equilibrio de intereses nacionales en competencia” (Dplomacia, Henry Kissinger, Ediciones B, S. A. , Barcelona, 1996, pags.866 y 867).
“El fin de la Guerra Fría ha creado lo que algunos observadores llaman un mundo `unipolar` o de una `superpotencia´. Pero en realidad, los Estados Unidos no están en mejor posición para imponer unilateralmente el orden mundial de lo que estaban al comienzo de la Guerra Fría. Son más preponderantes de lo que eran hace diez años y, sin embargo, de manera irónica, el poder también se ha vuelto más difuso. De este modo, en realidad ha decrecido la capacidad de los Estados Unidos para aplicarlo en la formación del resto del mundo”, sostiene (Ibíd., pág. 870).
Y más adelante dice: “Al aproximarse el siglo XXI, han entrado en acción vastas fuerzas mundiales que con el tiempo harán menos excepcionales a los Estados Unidos. El poderío militar norteamericano seguirá careciendo de rival a corto plazo. Sin embargo, el deseo norteamericano de proyectar ese poderío a la infinidad de pequeños conflictos que el mundo probablemente presenciará en las próximas décadas, como en Bosnia, Somalia y Haití, constituye un desafío conceptual clave para la política exterior norteamericana. Los Estados Unidos tal vez tendrán la economía más poderosa del mundo hasta bien entrado el siglo próximo. Sin embargo, la riqueza se repartirá más, así como la tecnología capaz de producir riqueza. Los Estados Unidos se enfrentarán a un tipo de competencia económica que nunca experimentaron durante la Guerra Fría”.
“Seguirán siendo la nación más grande y poderosa, pero con otras naciones iguales; los Estados Unidos serán primus inter pares pero no dejarán de ser una nación como otras” (Ibíd., pág. 471).
Esto lo decía Kissinger en un momento en el que Estados Unidos parecía no tener rival importante en el mundo. Y fue más lejos todavía cuando dijo lo siguiente: “Los norteamericanos no deben ver esto como una humillación de su patria o como un síntoma de decadencia nacional. De hecho, durante la mayor parte de su historia fueron una nación entre otras, no una superpotencia preponderante. El nacimiento de otros centros de poder, en Europa Occidental, Japón y China, no deberá alarmar a los norteamericanos. Después de todo, compartir las riquezas del mundo y desarrollar otras sociedades y economías ha sido un objetivo particularmente norteamericano desde el Plan Marshall”.
Al navegar en el mar desconocido del mundo de la post Guerra Fría, la brújula de orientación de la política de Estados Unidos propuesta por Kissinger consiste en una clara definición del interés nacional.
“Dondequiera que se establezca el equilibrio entre valores y necesidad, la política exterior deberá empezar por definir lo que constituye un interés vital: un cambio en el entorno internacional, el cual es tan probable que socave la seguridad nacional que habrá que oponérsele, independientemente de la forma que adopte la amenaza, o de lo legítima que parezca ser. Durante su apogeo, Gran Bretaña habría ido a la guerra para impedir la ocupación de los puertos del canal de la Mancha en los Países Bajos aunque hubiesen sido tomados por una gran potencia gobernada por santos”, sostiene (Ibíd., pág. 874).
Kissinger reconoce las dificultades para actuar militarmente en la era post Soviética cuando asegura que “la controversia que rodeó casi todas las acciones militares norteamericanas durante el período posterior a la Guerra Fría muestra que ya no existe un vasto consenso sobre dónde deben trazar un límite los Estados Unidos”. Sin embargo, acto seguido propone como un gran desafío para los líderes estadounidenses la creación de ese consenso.
Muy interesante resulta el hecho de que, al tocar el tema relativo a los intereses vitales de Estados Unidos, al hablar sobre las zonas más sensibles en las que Estados Unidos debe estar preparado para trazar un límite, Kissinger se refiere a Eurasia. Y lo hace de la siguiente manera:
“En lo geopolítico, los Estados Unidos son una isla frente a las costas de la gran masa continental de Eurasia, cuyos recursos y población son muy superiores. La dominación de cualquiera de las dos principales esferas de Eurasia, Europa o Asia por parte de una sola potencia sigue siendo una buena definición del peligro estratégico al que se enfrentan los Estados Unidos, con Guerra Fría o sin ella. Semejante agrupación tendría la capacidad de superarlos económicamente y, a la postre, también militarmente. Habría que resistir a ese peligro aunque la potencia predominante fuese en apariencia benévola, pues si cambiaran sus intenciones, los Estados Unidos se encontrarían con una capacidad mucho menor para oponer una resistencia eficaz, con una incapacidad creciente para determinar los acontecimientos” (Ibíd., pág. 875).
La postura de Estados Unidos y Europa en relación a Ucrania no fue suficiente para disuadir a Rusia de reincorporar a su territorio la península de Crimea y como quedó evidenciado con las votaciones en la Asamblea General de Naciones Unidas, donde se conoció una resolución de condena a Moscú, el consenso sugerido por Kissinger está lejos de haberse logrado.
Y no es que Estados Unidos no hiciera el esfuerzo por construir ese consenso. La política de lucha contra el terrorismo articulada por Washington luego de los ataques del 11 de septiembre tuvo por finalidad alcanzar ese objetivo. Pero el fracaso de las acciones militares que se llevaron a cabo en el marco de esa lucha en Afganistán e Irak con la participación de una coalición de países, terminó por generar una gran apatía hacia nuevas aventuras, como lo demostró la oposición británica a las acciones militares de Estados Unidos en Siria, ni hablar de la postura de Rusia.
A propósito de Rusia, Kissinger considera casi inevitable nuevas confrontaciones con este país, tras examinar su “larga historia expansionista” y la forma en que los rusos se conciben a sí mismos.
Según el afamado intelectual, “La abrumadora mayoría de las figuras rusas importantes, cualquiera que sea su inclinación política, se niega a aceptar el desplome del Imperio soviético o la legitimidad de los Estados sucesores, especialmente Ucrania, cuna de la ortodoxia rusa. Hasta Alexandr Solzhenitsin, cuando escribió acerca de liberar a Rusia de la maldición de unos renuentes súbditos extranjeros, pidió que Moscú retuviera un núcleo formado por Ucrania, Bielorrusia y cerca de la mitad de Kazajistán; prácticamente el 90 % del antiguo imperio. En el territorio de la ex Unión Soviética ni todos los anticomunistas son demócratas, ni todos los demócratas se oponen al imperialismo ruso” (Ibíd., págs. 877 y 878).
Desde luego, el maestro de la diplomacia sabe perfectamente que es imposible el planteamiento de pretensiones en Eurasia e incluso plantearse la reorganización geopolítica de esta vasta zona, como en efecto lo hace, sin entrar en contradicción con los intereses de Moscú.
Por eso, aunque en 1996, año en que fue publicado el libro objeto de estos comentarios, Rusia hacía esfuerzo por dar el salto hacia la economía de mercado, casi en situación de colapso, Kissinger aconsejaba “no apostarlo todo a la reforma interior” y “crear contrapesos a las tendencias previsibles” (Ibíd., pág. 879).
“La OTAN es la mejor protección contra el chantaje militar, venga de donde venga. La Unión Europea es un mecanismo esencial para la estabilidad de Europa central y oriental. Se necesitan ambas instituciones para conectar los antiguos satélites y Estados sucesores de la Unión Soviética con un orden internacional pacífico”, añade (Ibíd., pág. 886).
Frente a los grandes desafíos de política exterior, el veterano diplomático sostiene que Estados Unidos necesitará de aliados para mantener el equilibrio en varias regiones del mundo, asignándole una importancia de primer orden a los nexos con Europa. “Sin Europa, sostiene, los Estados Unidos se convertirán, psicológica, geográfica y geopolíticamente, en una isla frente a las costas de Eurasia”.
La incorporación a la OTAN de varias ex repúblicas soviéticas y la propuesta a Ucrania por parte de la Unión Europea de firmar un pacto de asociación económica y colaboración política, cuyo rechazo trajo como consecuencia la destitución del presidente Viktor Yanukóvich, son la traducción a la práctica de esas recomendaciones de Kissinger.
Por su parte, las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos y la Unión Europea, previo a la cumbre de Bruselas, y ella incluida; la expulsión de Rusia del G8, la rehabilitación del G7 y los esfuerzos para lograr la aprobación de una resolución de condena a Moscú son parte de los nuevos esfuerzos encaminados a crear el consenso necesario para dotar a occidente de la capacidad de “trazar un límite” de que hablaba Kissinger.
Con sorprendente clarividencia el veterano diplomático considera a los que denomina como “Estados del tipo continental”, esto es, India, China y Rusia como los más probables representantes de las unidades básicas del nuevo ordenamiento internacional.
El libro “Diplomacia” revela a un Kissinger de pensamiento muy agudo y gran visión de futuro. Sus cálculos sobre los posibles efectos de la competencia económica y el probable nacimiento de otros centros de poder resultaron correctos.
Las ideas que dominaron el ejercicio de la política después de la caída del muro de Berlín, el denominado pensamiento único, entró en crisis, fortaleciendo la tendencia de los Estados nacionales a actuar en función de sus propios intereses, mientras que el sistema de relaciones internacionales experimenta profundas transformaciones como consecuencia de la aparición en el escenario mundial de los denominados países emergentes, integrados, justamente, por los que Kissinger denomina como “Estados del tipo continental”.
Rusia se recuperó en tiempo record y, tal como previó Kissinger, reclama sus viejos espacios, mientras que China, luego de superar a Alemania y Japón por el tamaño de su economía, compite ahora con Estados Unidos por el primer lugar, pudiendo superar al gran coloso de América en el 2017.
Sobre china Kissinger dice lo siguiente: “De todas las grandes potencias, y de las potencialmente grandes, China es la que va más en ascenso. Los estados Unidos ya son la más poderosa, Europa debe esforzarse por lograr una mayor unidad, Rusia es un gigante que se tambalea y Japón es rico pero, hasta hoy, tímido. En cambio, China, con tasas de desarrollo económico que se aproximan al 10% anual, un fuerte sentido de la cohesión nacional y unos ejércitos cada vez más poderosos, mostrará el mayor aumento de estructura entre las grandes potencias” (Ibíd., pág. 893).
Sin embargo, coherente con su planteamiento de que el escenario de la post Guerra Fría impone avanzar por etapas, sugiere un entendimiento con China privilegiando la concentración de toda la atención de la política exterior norteamericana en las zonas por él definidas como vitales.
Sin embargo, la recuperación de Rusia, el fracaso de la política hacia Oriente Medio y Asia Central, así como la agresiva política de expansión en los mercados por parte de China, ha obligado a Estados Unidos a prestarle atención, además, a la creciente influencia de la única nación en capacidad de disputarle su hegemonía mundial, el gran gigante asiático.
Aprovechando una vieja disputa territorial entre China y Japón, Estados Unidos ha dispuesto el aumento de su presencia militar en el Mar de China Meridional, con el objetivo de ejercer presión en la misma zona de influencia vital de China.
Estados Unidos se ha visto así en la necesidad de actuar en múltiples frentes en forma simultánea, con el agravante de que algunos viejos aliados se resisten a aceptar la Realpolitik de Washington, que también figura entre los consejos de Kissinger.
Esto último es lo que explica la reciente visita del presidente Barack Obama a Arabia Saudí, donde no se entiende el cambio de política hacia Irán por parte de la gran potencia del norte de América.
Como bien lo predijo Kissinger, los intereses nacionales en competencia siguen configurando el rostro que habrá de tener el nuevo orden mundial del siglo XXI.