Nunca como hoy había tenido la República Dominicana la oportunidad de revisar serenamente el conjunto de factores económicos, sociales, políticos y geopolíticos determinantes de la primera intervención militar norteamericana al país durante el siglo XX, de cuyo acontecimiento se cumplirán cien años el próximo 2016.
Los elementos ideológicos y propagandísticos que durante décadas sesgaban las investigaciones quedaron atrás con el fin de la Guerra Fría, de manera que se hace propicia una mirada objetiva sobre esas cuestiones a fin de evitar errores futuros, precisamente por un desconocimiento de la historia.
Lo que ha representado el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y la prédica de su fundador Juan Bosch en toda su vida política, ha sido una crítica al desorden y a los vicios de la pequeña burguesía, clase mayoritaria en el país que siempre tuvo al frente de los conflictos sangrientos que caracterizaron la vida nacional desde la muerte del dictador en 1899 hasta la ocupación militar en 1916.
El gobierno del dictador Ulises Hereaux para mantenerse veinte años en el poder dejó una deuda de aproximadamente 33 millones de dólares con entidades financieras británicas, alemanas, francesas, holandesas y belgas, lo que daba motivos a esas potencias a presionar al gobierno dominicano, con amenazas de buques de guerra incluidas, para el cobro de esos capitales.
La situación coincidía con el proceso de expansión imperialista de los Estados Unidos, que al salir victoriosos de su guerra contra España se había quedado con la posesión de Puerto Rico y la bahía de Guantánamo en Cuba, dispuestos a hacer valer los principios de la famosa Doctrina de Monroe, que desde 1823 sentenciaba: “América para los Americanos”.
Tal como resalta la investigadora María Elena Muñoz en su libro Las Relaciones Domínico-Haitianas: Geopolítica y Migración, la potencia norteamericana, gobernada entonces por Teodoro Roosevelt, no quería competencia de intereses europeos en lo que entiende por “destino manifiesto”, su área de influencia.
EE.UU compra deuda de RD con Europa
El fino olfato político de Hereaux en su objetivo de conservar el poder lo llevó a ponerse a tono con la visión geopolítica norteamericana y ya, antes de tres años de su muerte, suscribió un convenio con la firma estadounidense Improvement Company, que como refiere la investigadora Muñoz, absorbió el capital y los intereses de la compañía europea representante de “los últimos vestigios del capital europeo aquí”.
Con los acuerdos suscritos por el Gobierno Dominicano y la firma norteamericana la deuda europea se convirtió en estadounidense. “Tal como se había establecido, la deuda estaba garantizada principalmente por una hipoteca de nuestras aduanas”, dice Muñoz, con la creación de “una Caja General de Recaudaciones de Aduanas, que sería administrada por delegados nombrados por el acreedor”.
“Esta famosa Caja, conocida históricamente como la Regie, serviría de modelo a la Receptoría General de Aduanas, factor inmediato de la intervención militar de 1916”, explica.
Los estudios realizados con apego al método científico no concluyen en que originalmente el gobierno norteamericano estuviera interesado en intervenir militarmente a la República Dominicana, lo que sí se observa es el objetivo de desplazar económicamente a las potencias europeas, no solo de aquí, sino de todo el Caribe. Nuevos elementos se fueron sumando hasta llegar a la tragedia del año 16.
Se puede establecer como un primer incidente preludio de la intervención una resolución ejecutiva del primer gobierno salido de las urnas tras la caída de Hereaux presidido por Juan Isidro Jimenes, de fecha 10 de enero de 1901 mediante la cual suspendía la Caja General de Recaudaciones en sus funciones de Receptoría de las rentas aduaneras “aduciendo que la Improvement Company no había tenido el consentimiento de todos los tenedores de bonos dominicanos” de conformidad con un contrato previamente suscrito en 1900.
Los investigadores coinciden en que, hasta el momento en que se emite la Resolución del Presidente Jimenes, el gobierno norteamericano se había mantenido al margen de la citada compañía de su país.
“Pero, ante la Resolución Ejecutiva del 10 de enero de 1901, reaccionó y por medio del Secretario de Estado John Hay intervino en los asuntos internos de nuestro país, al ordenar al cónsul Maxwel que le advirtiera la Presidente Jimenes que su gobierno estaba dispuesto a tomar todas las medidas necesarias para proteger los intereses de sus nacionales”, expresa la autora de Las Relaciones Domínico-haitianas: Geopolítica y Migración.
El divisionismo y la anarquía sientan sus bases
Jimenes fue, como ya se ha dicho, el primer presidente electo tras el fin de la dictadura lilisista en 1899, acompañado del vicepresidente Horacio Vásquez, protagonista principal junto a Ramón Cáceres (Mon) en la eliminación física del dictador.
Los tres personajes históricos estaban unidos por su aversión a la dictadura, con sus crímenes y su desorden en el manejo de la hacienda pública. Pero aparentemente, esos mismos hombres carecían de la suficiente formación política, y fueron permeado con facilidad por las intrigas y las diatribas del lilisismo fuera del poder, logrando dividirlos y enemistarlos hasta la muerte.
Los amigos Jimenes, Vásquez y Cáceres, a juzgar por el comportamiento que registra la historia, no midieron los peligros que acechaban al país, con un gobernante amenazado por la potencia imperial emergente cuando, sencillamente, se enfrentaba a la compañía que regenteaba las deudas internacionales.
La división de esos hombres heroicos, que pusieron en peligro vida y fortuna durante la dictadura, debilitó internamente al país y facilitó la injerencia extranjera, en lo económico primero, y en lo político después, hasta culminar con la perdida de la soberanía nacional.
Luis F. Mejía, en su acucioso libro De Lilís a Trujillo, dice que la “oposición horacista en el Congreso irritaba a Jimenes, quien la atribuía a inspiraciones de Horacio Vásquez, cuando todo lo contrario, este era más bien impulsado por sus diputados”.
Es evidente que en la sociedad dominicana previa a la intervención del 1916 primaban las relaciones primarias y los sentimientos personales por encima del convencimiento ideológico y el interés nacional. “amigos apasionados, inconscientes de su perniciosa labor, atizaban el fuego. Había otros, que seguros de ocupar posiciones de primera fila al quedar eliminado el contrario, laboraban intencionalmente por el rompimiento”.
El 17 de marzo de 1902 el Congreso aprobó un voto de censura al Presidente, con el argumento de que se había excedido en sus prerrogativas constitucionales, responsabilizándolo de un déficit que atribuía a la supuesta autorización ilegal de aumentos salariales a varios empleados públicos.
Mientras por su lado los amigos del Presidente Jimenes exigían una actitud más radical del gobernante frente a sus opositores, los de Vásquez lo instigaban para que llamara a un levantamiento revolucionario contra el gobierno, demanda a la que accedió con un manifiesto al país el 26 de abril de 1902.
“Inició la insurrección el general Cáceres en Santiago, tocando la llamada en la Fortaleza San Luis. Como el número de los ciudadanos que acudieron fue escaso, salió a caballo y repartiendo planazos a diestra y siniestra, penetró en los cafés, los billares y plazas públicas, enviando la gente a la fortaleza. Tales procedimientos definieron a aquella ciudad como baluarte jimenista, a pesar de haberle dado al horacismo sus mejores espadas”, comenta Mejía.
Los ataques feroces que se le hicieron al primer presidente electo después de la caída del dictador Hereaux solo podrían compararse con los que se hicieron al primer gobierno elegido por el pueblo tras la eliminación del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, 60 años después, Juan Bosch.
“Jimenes se sintió caído ante la fácil derrota de sus partidarios. Cuando llegaron las fuerzas revolucionarias cerca de la capital, quiso evitar inútiles derramamientos de sangre, y negoció una capitulación, renunciando a la Presidencia, el 2 de mayo de 1902”, refiere el autor.
La población que se ilusionó con la posibilidad de disfrutar las ventajas de la democracia después de la dictadura debió observar consternada cómo los héroes del magnicidio dañaron su hoja de servicio a la Patria encabezando el derrocamiento del primer gobierno democrático, acción por la que más tarde le cobraría la historia, pero con la que marcaron amargamente el destino dominicano.