Para amplios segmentos de la población las controversias surgidas a raíz de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional tienen un carácter más profundo de lo apreciable en los medios de comunicación.
Se trata de que sectores poderosos en el plano internacional, han abierto una ventana a través de la cual mantener en antena sus propósitos de unificar Haití y República Dominicana, como una sola nación en la isla Hispaniola
O dicho de otra forma, pretenden que sea nuestro país el que cargue con la superpoblación, y las frustraciones ancestrales del lado oeste, que han llevado a tratadistas políticos y sociales a la conclusión de que es un estado inviable.
Pero hay enseñanzas que no se olvidan jamás. Y Juan Bosch nos enseñó que los problemas de Haití no pueden tirársele encima sólo a la República Dominicana, sino que la comunidad internacional tiene que cumplir con su responsabilidad de ayudar.
El historiador Bernardo Vega cree que el extinto presidente Joaquín Balaguer exageró cuando afirmó la existencia de un Plan de Francia (del que participarían Estados Unidos y Canadá) para hacer que los dos pueblos quedaran unificados en una sola nacionalidad.
A entender de las potencias, real y efectivamente así se resolverían muchos problemas de aquel territorio, pero se agravarían en términos insospechados, los de la patria, pues no podemos absorber los problemas haitianos sin desintegrarnos como nación.
Tiene razón el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, cuando asegura que existe una conspiración contra nuestro país, de parte de sectores poderosos locales y extranjeros.
Y también acierta el presidente de la Junta Central Electoral, doctor Roberto Rosario, al denunciar las presiones ejercidas para que se vulnere el espíritu de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional.
Es que existe un propósito, que se ve, que se siente, en perjuicio de nuestra soberanía, de nuestra población, y que “los buenos y verdaderos dominicanos” (como dijo Juan Pablo Duarte) no nos podemos dar el lujo de permitir aunque así lo quieran todas las ONGs del mundo.
Francia, Estados Unidos y Canadá por razones específicas están comprometidos con los haitianos. El primero es su Madre Patria, y con los otros dos, la razón es obvia.
República Dominicana y Haití tienen diferentes culturas, hablan distintos idiomas, y jamás puede olvidarse que nuestras guerras de independencia se libraron precisamente de la ocupación haitiana.
En esta isla de 76,261 kilómetros cuadrados, vivimos hoy dos pueblos hermanos en pacífica coexistencia. Sin resentimientos, ni conflictos, pero cada uno en su lugar.
De ahí a pretender la denunciada fusión, hay mucha distancia.
Todos los escarceos alrededor de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, en gran medida buscan abonar oportunidades para esa causa perdida de las grandes potencias. “Eso es lo que no se ve” más allá del fallo, aunque el nefasto propósito, para el pueblo dominicano, cada vez está más claro.