Opinión

La historia bíblica que da título a esta entrega es conocida por todos. Es el relato sobre el gigante Goliat, principal guerrero del ejército Filisteo, y su breve enfrentamiento ante el pequeño y débil David, tirador del ejército de Israel que dirigía el Rey Saúl.

Malcolm Gladwell, reconocido autor norteamericano, ha escrito una extraordinaria obra basándose en analogías de la historia de David y Goliat. Gladwell plantea que la percepción es que el más grande siempre tendrá mayores probabilidades de triunfo y que los casos donde los más pequeños – como David – triunfan, son escasos. Nada menos cierto.

El autor afirmar que “el hecho de ser subestimados puede cambiar a las personas en formas que no logramos apreciar en un primer instante: puede abrir puertas y crear oportunidades, educar e iluminar a los pequeños y hacer que realicen cosas que parecían imposibles.” Es decir, el hecho de ser considerados pequeños sirve de combustible para demostrar el valor real de una persona.

Al analizar científicamente el por qué David le ganó a Goliat, se llega a la conclusión que este último nunca tuvo ventaja sobre el primero, al contrario, la razón aparente de su poder – su gran tamaño – era su talón de Aquiles. La evidencia científica indica que Goliat, por su gigantismo, sufría de visión doble y poca agilidad, lo cual David aprovechó, como tirador experto que era, para ganar la batalla. “Lo mismo que le había hecho crecer tanto, a la vez, era la causa de su debilidad”.

La inteligencia, sagacidad y la gran fe del pequeño, triunfaron sobre el poder, el avasallamiento y la fuerza del grande.

Esta historia y los ejemplos que incluye en su obra el profesor Gladwell, van en sintonía con lo que está sucediendo en el mundo en términos políticos, geográficos y culturales. Cada vez más, en países desarrollados y en vías de desarrollo, David se está enfrentando a Goliat, y David está ganando.

Los procesos de la reciente Primavera Árabe, el triunfo de los partidos independientes en las elecciones de Europa, las causas sociales que gracias a las redes sociales se convierten en movimientos mundiales – como fue el caso de Malala o las niñas secuestradas en Nigeria –; así como un sinnúmero de luchas locales, demuestran que el poder ya no tiene que ver con el tamaño o la cantidad de recursos disponibles.

Hasta en el Mundial de Fútbol de Brasil hemos visto el triunfo de equipos “underdog”, como Colombia o Costa Rica, sobre equipos de gran poder, que de seguro formarían parte de la lista de “matagigantes victoriosos” del politólogo Ivan Arreguin-Toft.

De igual forma, hemos visto la reciente creación del Banco de Desarrollo de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); ¿será un nuevo David frente a los Goliat del sistema financiero mundial?

En su obra “El fin del Poder”, el escritor Moisés Naím, ha afirmado que “el poder ya no es lo que era; tal y como lo conocíamos, llegó a su fin”. Es una valoración sobre la que en otras ocasiones hemos escrito, pero que en realidad, a la luz de este enfoque de David y Goliat, nos plantea otra valoración distinta. Se trata de que el Poder se está reconfigurando hacia lo que debe ser: un espacio donde se gana o se pierde en base al talento, el esfuerzo, el trabajo y la dedicación.

Hasta cierto punto, es un dilema lo que planteamos, en el sentido de que la lógica nos indica que el poder, hasta por su etimología, debe estar siempre relacionado con la tenencia o la posición de ventaja frente a los demás.

Ahora estamos ante un nuevo concepto del poder. El triunfo de los “David” es expresión de una sociedad que va cambiando, donde el equilibrio de fuerzas es una muestra de la justicia social. Es, a la vez, una razón para tener fe y esperanza en que los más vulnerables podrán tener espacio para alcanzar sus metas; donde las mujeres vivirán en equidad con el hombre.

Para los que en algún momento nos corresponde ser David, los ejemplos de Gladwell en su obra resultan ser aliciente para continuar batallando por lograr los objetivos que nos planteamos, sin desmayar ante los “Goliat” que presente la vida.

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