La preocupación que persiste sobre la situación actual de la economía en la sociedad globalizada no es exclusiva de la República Dominicana. Gobernantes, funcionarios, expertos en economía, analistas y otros, están dedicados a estudiar el futuro de la economía de mercado, las secuelas de la crisis financiera internacional y los cambios que hay que implementar en los modelos de desarrollo. Es justamente la crisis la que ha causado este gran debate.
Casi todos los actores de cierta influencia en el estudio de los modelos económicos, han puesto su enfoque en la redistribución de las riquezas y la disminución de las brechas de desigualdad. Es el enfoque de la obra de Thomas Piketty; y también lo es para el Banco Mundial con su “Prosperidad compartida”. Más recientemente, se ha estrenado un interesante documental que se llama “Inequality for All” (Desigualdad para Todos), el cual plantea la cuestión de la mala distribución de las riquezas y sus causas y consecuencias.
El mundo entero está reflexionando sobre las exenciones al empresariado que se otorgan con el objetivo de crear empleos, la desaparición de los sindicatos, la rigidez de las legislaciones laborales, los costos marginales de los sistemas políticos y democráticos, la capacidad impositiva, en fin; es el capitalismo como lo conocemos el que está en cuestionamiento.
El documental “Inequality for All” analiza varios puntos interesantes, relativos a la economía estadounidense, los cuales – muy seguramente – aplican en una medida u otra a los sistemas económicos de los demás países. Por un lado, las dos grandes crisis financieras de los últimos 100 años, la de 1929 y la del 2008, sucedieron luego de que se registrara una alta acumulación de riqueza en el 1% de la población norteamericana que corresponde al tope de la pirámide.
Lo que plantea Robert Reich, ex Secretario de Trabajo del gobierno de Bill Clinton, basándose en la data que ha publicado Thomas Piketty en su obra, es que el año que precedió a estas dos grandes crisis económicas, es decir 1928 y 2007, los más ricos de Estados Unidos, por coincidencia, acumularon un 23% de los ingresos registrados por la economía de los Estados Unidos. Es decir, se hicieron tan ricos, que rompieron con el orden de los mercados.
Este interesante dato nos hace cuestionarnos sobre la necesidad de regulaciones a la concentración de riquezas, no tan solo para evitar una disrupción del orden de los mercados financieros, sino también por la imperiosa necesidad de la igualdad en la distribución de las riquezas. Esto último es lo que preocupa a todo el mundo.
Robert Reich plantea una situación que se ha ido creando desde la década de los 70: la economía global continúa en un crecimiento constante, sin embargo, los salarios no han crecido de igual manera, razón por la cual se ha deteriorado la capacidad de consumo de la clase media, creando lo que se plantea como un “círculo vicioso”, que disminuye la capacidad recaudatoria del Estado y, en consecuencia, limita la inversión pública.
Los factores económicos que han llevado a la desigualdad tienen su impacto en nuestro día a día. En el Reino Unido, se ha cifrado el costo de la desigualdad en 39 billones de libras esterlinas cada año. De acuerdo a un reporte de The Equality Trust, la desigualdad cuesta a Reino Unido 12.5 billones de libras esterlinas solo en reducción de la expectativa de vida de las personas en situación de vulnerabilidad, debido a que disminuye su productividad para la sociedad. De igual manera, le cuesta 25 billones de libras esterlinas en salud mental; 1 billón en aumento de la población carcelaria y 678 millones por el aumento de homicidios.
Sería muy interesante que en la República Dominicana midiéramos el impacto de la desigualdad en la inversión pública y el desarrollo económico.
Joseph Stiglitz, en su obra “El Precio de la Desigualdad”, ha planteado que la desigualdad disminuye la productividad y retrasa el desarrollo; afirmando que “una sociedad más igualitaria trae consigo economías más estables”.
Es por ello que el concepto de “Prosperidad Compartida” que plantea el Banco Mundial como respuesta a los índices de desigualdad, resulta interesante para los que creamos políticas públicas para combatir la pobreza extrema. Jaime Saavedra-Chanduvi, director del Departamento de Reducción de la Pobreza y Equidad del Banco Mundial, ha planteado que “sin crecimiento económico sostenido, es poco probable que las personas pobres mejoren su nivel de vida. Pero el crecimiento no es suficiente por sí mismo. Una mejora en el Indicador de prosperidad compartida requiere que el crecimiento incluya a las personas menos favorecidas”.
Para ese objetivo, la educación es clave, en la labor de crear la gran oportunidad para cerrar las brechas y superar la pobreza. En Estados Unidos, en el período comprendido entre 1947 y 1977, sucedió un proceso que Reich llama “La Gran Prosperidad”, donde la economía, los salarios y la capacidad de los ciudadanos de consumir, crecieron en una misma medida, lo que fue atribuido a un aumento significativo del número de ciudadanos estadounidenses que obtuvieron títulos de estudios terciarios.
Es por ello que el enfoque de nuestro Gobierno hacia la educación, pero una educación de calidad y para todos y todas, resulta ser la inversión más importante en el futuro de la nación. Esto unido, por supuesto a una apropiada inversión en el sector salud, porque sin salud no hay desarrollo, y a políticas de creación de empleos.
Lo que necesitamos es una visión común hacia el aumento rápido y sostenido de la calidad de vida de nuestros ciudadanos, con políticas públicas que no afecten a ningún sector de la sociedad, sino que beneficien a todos los sectores. De lo que se trata es de crear y ejecutar un nuevo contrato social para un mundo más equitativo y seguro.