Hablan los hechos

La superficialidad y hasta el desdén con que la mayoría de los estudiosos de la historia dominicana han tratado el tema de la Ocupación Norteamericana del 1916 ha conducido a verse el acontecimiento como producto del mero interés de los Estados Unidos por desarrollar en el país la industria azucarera, por encima incluso del objetivo de cobrar deudas pendientes contraídas por los gobiernos dominicanos con la potencia del Norte.

Como lo advierte la investigadora María Elena Muñoz en su libro “Las Relaciones Domínico-Haitianas: Geopolítica y Migración”, las acciones de la época “nos pueden dar la idea de que el proceso de formación del enclave azucarero se inicia durante la intervención. Pero, sin embargo, no es así. El mismo tiene lugar mucho antes, en el momento que se procedió a firmar la Convención de 1906”, de la que dice “consagró jurídicamente la dependencia neocolonial, pero se consolida luego durante la intervención”.

Lo cierto es que, ganada la guerra contra España en 1898, los Estados Unidos necesitaban proteger el terreno conquistado en las Antillas de las potencias europeas, de las que eran competidores geopolíticamente, las cuales amenazaban también con invadir República Dominicana con el pretexto de viejas deudas que parecían impagables.

En la Convención de 1907 Norteamérica compra esas deudas, a cambio del control de las aduanas, haciéndose responsable de los compromisos crediticos de República Dominicana, quedando el país bajo la rectoría económica del coloso del Norte. Para hablar claro, se trataba del pérdida de la soberanía económica de la Nación.

En el caso dominicano, la “necesidad” de invadir se hizo más patética –dice Muñoz-, “cuando se agudizaron las rivalidades imperialistas, ante el anuncio de que Francia, Inglaterra y Holanda estaban movilizando barcos de guerra hacia el Caribe para proceder al pago de sus acreencias en República Dominicana y Haití”.

Apunta la investigadora que los “Estados Unidos de Norteamérica, ante tal noticia, apresuraron los preparativos intervencionistas, no solo para boicotear los aprestos europeos, sino para dar un paso certero en la realización de sus objetivos expansionistas en las Antillas”.

Hechos imprevistos como el triunfo de la Revolución Rusa en 1917 y el recrudecimiento de la Primera Guerra Mundial fueron nuevos ingredientes que contribuyeron con la justificación por parte de Estados Unidos de la Ocupación a la República Dominicana y a otras naciones caribeñas.

Otro factor que lleva a creer que el objetivo de la Ocupación fue la explotación azucarera por los yanquis es la grave crisis que atravesaban los grandes productores de azúcar de remolacha, Polonia y Rusia como consecuencia del conflicto mundial, profundizada la segunda por ser escenario además de una guerra civil.

La realidad para el mercado internacional del azúcar favoreció, como es evidente, la producción del que tienen en la caña su materia prima, provocando en aumento de su productividad y eficiencia para suplir la demanda ante la caída del dulce de remolacha.

La autora destaca que los Estados Unidos establecieron, en el plano económico una extraordinaria industria azucarera, con su base social en la inmigración haitiana, elementos que considera “fuente de subdesarrollo y dependencia de los dos países”.

Mediante un Registro de Títulos hecho a la medida de la Ocupación, las tierras conocidas como “comuneras”, varios propietarios de hecho en un predio común sin deslindar, los invasores utilizaron mecanismos como “el desalojo” violento o la compra vil para quedarse con los predios necesarios para los ingenios azucareros.

Hay que agregar que con las instituciones de recaudación bajo el control de los extranjeros crearon las condiciones para que los productos manufacturados norteamericanos entraran al mercado nacional con ventajas significativas con relación a las demás naciones industrializadas de la época.

En su obra De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe Frontera Imperial, Juan Bosch, fundador del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), demuestra que la Ocupación Norteamericana de 1916 fue parte de un plan hemisférico de los Estados Unidos para imponer un sistema neocolonial en toda la región.

Desnacionalización de las tierras y la mano de obra

La investigadora Muñoz demuestra en su libro que con la Ocupación, los norteamericanos buscaban dejar en el país un orden económico, militar y político que a su retiro de la República Dominicana le permitiera mantener el control del país, con grandes ventajas para sus consorcios industriales y como mercado obligado para sus manufacturas.

El triunfo de los comunistas rusos en 1917 se sumaba ahora como argumento ideológico para tratar de consolidar su control en toda la región con intervenciones militares en el continente y otras regiones del mundo.

Tras la Ocupación, “el gobierno interventor procedió a realizar unas obras de infraestructura como la construcción de carreteras, puentes, caminos, etc. También se dedicaron a crear vías férreas con el objetivo de facilitar el desplazamiento y movilidad del transporte de la caña y demás actividades en los ingenios de gran escala”.

Con negociaciones ventajosas para las industrias norteamericanas, estas fueron desplazando del sector azucarero a los productores dominicanos. Las primeras, de común acuerdo con el National City Bank, prestaban dinero “a algunos dueños de ingenio de nuestro país, para la compra de maquinarias, repuestos, etc., y cuando los deudores no podían pagar, ejecutaban la hipoteca, que casi siempre eran los terrenos o las instalaciones de los ingenios”.

La autora de “Las Relaciones Domínico-haitiana: Geopolítica y Migración” refiere que la “estrategia típica presentada por la National, la cual prestaba a los campesinos en tiempo de alzas y exigía el pago de las deudas en tiempo de crisis”.

La trasnacional The Central Romana Corporation se inició comprando las cosechas de caña para exportar a ingenios que operaban en Puerto Rico, pero luego adquirió grandes extensiones de terrenos en San Pedro de Macorís, El Seybo, Chavón Abajo y La Romana, hasta construir su propio ingenio e iniciar un proceso de diversificación con crianza de ganados, instalación de servicios telefónicos y cablegráficos, así como represas y obras de infraestructura que virtualmente la hicieron dueña de la región.

El investigador Franc Báez Evertz, en su libro Azúcar y Dependencia en la República Dominicana, destaca que en los ocho años de Ocupación, los capitalistas norteamericanos se hicieron de 11 ingenios azucareros de 25 existentes en el país, con participación directa en otros cinco de los que era socios.

Consuelo, Barahona, Quisqueya, San Isidro, Las Pajas, San Marcos, San Carlos, Santa Fe, Porvenir, Ansonia, Montellano y Romana, eran de propiedad norteamericana. Otros ingenios con inversiones yanquis eran Boca Chica, en sociedad con dominicanos y puertorriqueños y Amistad, con dominicanos. La totalidad de los ingenios existentes en las regiones Este, Norte y Sur, ocupaban 438,182 acres de terrenos, con valores declarados para la época ascendente a RD$40,894,135.78 dólares norteamericanos.

Otros ingenios eran Italia, Azuano, Ocoa, Angelina y Cristóbal Colón, propiedad de italianos; el J.J. Serrallés, de italianos y dominicanos, así como el San Luis y el Cuba, de capital criollo.

Como en estos días está sobre el tapete el tema migratorio, es oportuno señalar que el inicio de la inmigración masiva de nacionales haitianos al país comenzó en la etapa de 1916 a 1924. Sucede que antes que aquí los norteamericanos contemplaron desarrollar la industria azucarera en Haití, pero sus tierras no eran aptas para tan ambiciosos proyectos, además de estar saturadas por el minifundio que venía desde la Revolución Agraria de Boyer en el siglo XIX.

La División racial del trabajo

En República Dominicana los norteamericanos encontraron la tierra pero no los braceros necesarios, no solo por la escasa población sino por la resistencia del dominicano al corte de la caña. De manera que hicieron un proyecto agroindustrial corporativo con tierras dominicanas y mano de obra haitiana.

Así las cosas, los haitianos encontraron su espacio en los cañaverales donde surgió de inmediato el guetto del Batey, con barracones inhóspitos donde eran alojados. Para los trabajos de mecánica, metalmecánica y conducción de trenes, se contrataron obreros en las islas británicas (Cocolos), tan negros como los haitianos pero con ínfulas de pertenecer a la corona británica. Los trabajos de oficina eran asignados a los puertorriqueños, descendientes en su mayoría de españoles, pero ahora bajo el dominio de los Estados Unidos. Toda una división racial del trabajo.

Si algún puesto quedaba para los dominicanos era como policía rural o capataz, a no ser que optara por engancharse en la Policía Nacional Dominicana creada por los yanquis para perseguir a los supuestos “gavilleros”, como fue el caso de Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Hay que reconocer, sin embargo, que con el desarrollo infraestructural motorizado por la Ocupación se ensancharon las plazas para albañiles, carpinteros, ebanistas, herreros, plomeros y otros trabajadores de la construcción de nacionalidad dominicana.

Las gerencias de los ingenios siempre estaban en poder de un norteamericano auténtico. Con solo visitar un ingenio de la época se verá como los niveles de vida iban bajando, lo que era evidente en sus viviendas, de mayor a menor, entre el administrador, el oficinista, el capataz y el policía rural hasta llegar a los braceros del barracón.

Cada uno trajo también sus creencias y prácticas religiosas. Los yanquis junto a su soldadesca profesaban el protestantismo, los boricuas como los dominicanos se decían católicos, los cocolos eran anglicanos y los haitianos se aferraban a su voudú, dándose inicio a la diversidad religiosa que se observa hoy en el pueblo dominicano.

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