Opinión

Desde la segunda mitad del siglo XIX, que fue cuando el genio de Karl Marx desarrolló el pensamiento original que lleva su nombre, ha estado planteado en el debate internacional de si el marxismo es una ciencia o es un dogma.

No se puede negar que de allá a nuestros días el dilatado e intenso debate ha estado sesgado por el fenómeno de las ideologías, tanto de un lado como del otro. Tanto los partidos de izquierda como los de derecha han llevado al cenit la ideologización del debate, lo que no ha permitido establecer con claridad si el marxismo es una ciencia o un dogma.

Y de paso hay que decir que esta ideologización, llevada a la estratosfera en los países del socialismo real, se convirtió o pasó a ser la otra inveterada enfermedad infantil del izquierdismo en el mundo.

No hay duda de que al lado de una ciencia social, de un pensamiento social o de un sistema filosófico hay implícita una ideología o un pensamiento político. Pero de todas maneras la ciencia social, cualquiera que sea, conserva su autonomía y su independencia como ciencia sin dejarse eclipsar por la ideología, porque cuando eso sucede el proceso de ideologización termina anulando la ciencia, al convertir a ésta en un cuerpo de conocimientos “absolutos e infalibles”.

Y ocurre que ninguna ciencia, mucho menos una ciencia social, es un cuerpo de conocimientos absolutos, infalibles, inmodificables e invariables.

No creo que Karl Marx tuviera esa pobre visión del pensamiento desarrollado por él en la segunda mitad del siglo XIX y que lo concibiera como la verdad absoluta bajada del cielo y revelada a los hombres aquí en la tierra.

El sentido de progreso que hay en la historia no hay manera de que pueda estar ausente en el origen y en el desarrollo de la ciencia, de modo que ésta no puede ser un cuerpo de conocimientos absolutos, cerrados y de espalda a la realidad viva y dinámica que le sirve de contexto histórico para delinear y moldear su desarrollo en un sentido progresivo, por lo que tiene que estar permanentemente abierta al conocimiento de los nuevos hechos históricos para generar nuevas conceptualizaciones y nuevos conocimientos.

O sea que la ciencia, en su propia dinámica, tiene que reproducir y reflejar siempre el carácter permanentemente cambiante, dinámico y renovador de la propia realidad histórica. Por consiguiente, los conocimientos científicos, mucho menos en las ciencias sociales, no pueden ser ni estáticos, ni eternos.

El marxismo es un cuerpo de conocimientos integral que tiene una teoría económica, una teoría de la historia y una teoría de la naturaleza. La teoría económica, Marx la plasmó en su obra monumental, en tres volúmenes, El Capital, que es una enjundiosa y verdadera crítica a la economía capitalista y a la economía política convencional.

Su teoría de la historia queda visualizada en la elaboración de los fundamentos del materialismo histórico, que es el método utilizado por Marx para estudiar la evolución histórica de la humanidad. Lo que se asume como teoría del materialismo dialéctico no fue desarrollada propiamente por Marx, sino por Friedrich Engels en su libro denominado Anti-Dühring. En la primera parte de este libro Engels expone su crítica a la filosofía de la naturaleza de Eugenio Dühring (expuesta en su libro La Revolución de la Ciencia), en la segunda parte esboza sus consideraciones sobre la economía política y los fundamentos históricos del orden social y en la tercera parte aborda lo relativo al socialismo.

En realidad, estas tres columnas del edificio teórico de Karl Marx y de Friedrich Engels dan cuenta de que su finalidad última era establecer los fundamentos históricos, filosóficos y teóricos del socialismo científico que prefiguraba ya desde la segunda mitad del siglo XIX el nacimiento en el futuro de un nuevo orden social, que se conoce como socialismo real, que los explotados, obreros y clase media, debían construir en el futuro para liberarse de las ataduras del capitalismo.

Ellos, Marx y Engels, son los precursores, en el plano de la teoría y de la filosofía, del socialismo real, puesto que fueron ellos los que armaron el edificio del socialismo científico en el contexto histórico del movimiento filosófico del romanticismo que predominó en el siglo XIX y que se extendió hasta la primera guerra mundial, el cual asumía expectativas optimistas respecto del desarrollo futuro de la humanidad.

Es necesario destacar que tanto el idealismo, como el positivismo y el marxismo fueron tres corrientes filosóficas que en el siglo XIX asumieron, acuñaron y conceptualizaron, aunque desde diferentes perspectivas teóricas y analíticas, la idea del progreso.

Para mí las grandes fortalezas teóricas de Marx están, sobre todo, en los libros El Capital y Contribuciones a la Crítica de la Economía Política Convencional, en los que el autor fundamenta su crítica desde la perspectiva de reorientar la teoría del valor-trabajo y de desarrollar teorías innovadoras, en ese tiempo, sobre la plusvalía y la acumulación de capital, aunque la teoría implícita de Marx sobre el capital es de considerar a éste solo como factor de producción en el marco de su teoría de la producción.

Debo aprovechar para subrayar que como la economía marxista es una crítica a la economía capitalista, que se plantea su sustitución o su negación histórica en el tiempo, no es posible que de la misma surja un modelo de política económica para ser aplicado en una economía capitalista.

En el siglo XX se incorporaron al marxismo clásico la teoría del imperialismo de Wladimir Lenin como fase superior del capitalismo y la teoría del intercambio desigual de Arghiri Emmanuel.

La validez y la potencia explicativa de la teoría económica marxista están en analizar e interpretar los problemas estructurales de las economías capitalistas y de la economía mundial, pero tiene grandes limitaciones para analizar e interpretar los problemas económicos coyunturales.

En la actualidad se nota una especie de atascamiento para estudiar, analizar e interpretar los problemas estructurales de la economía mundial en el contexto de la globalización desde una perspectiva marxista.

En la que sí encuentro una gran falencia es en su filosofía de la historia que se entreteje en el método del materialismo histórico, conforme al cual están sobredeterminadas las demás actividades y dimensiones de la sociedad por las relaciones de producción y de cambio que Marx establece como base de todo orden social. Este determinismo economicista sobredetermina la historia.

En su concepción materialista de la naturaleza fundamentada en la dialéctica también hay algunas debilidades. El marxismo no expone explícitamente su concepto filosófico de naturaleza: no dice si ésta existe como entidad autónoma e independiente, si es exterior o interior al ser humano y no explica, además, cómo se da la determinación dialéctica de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento. En ocasiones la dialéctica parece ser un constructo mental elaborado apriorísticamente mediante una operación deductiva de la razón humana.

Para Jean Paul Sartre (autor de Crítica de la Razón Dialéctica, del Ser y la Nada y del Existencialismo es un Humanismo, entre otras) sostiene que “la doctrina de la dialéctica es un saber puro y solidificado, incapaz de corregirse porque ya se ha transformado en dogma”. “Por eso, el materialismo dialéctico se reduce a un razonamiento inútil y presuntuoso acerca de las ciencias fisico-químicas y biológicas, y solo sirve para disimilar, por lo menos en Francia, el más trillado de los mecanismos analíticos”. “Para Sartre, el marxismo no es en absoluto el materialismo dialéctico, si por éste se entiende la ilusión metafísica de descubrir una dialéctica de la naturaleza”. (Giovanni Reale y Darío Antiseri, Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, Tomo 3, Pag.543)

Jean Paul Sartre fue marxista, pero no se adhirió a la doctrina del materialismo dialéctico de Karl Marx. Y distinguía entre la dialéctica dogmática y la dialéctica crítica.

El marxismo es un sistema filosófico que sirvió para expresar las fuerzas sociales que pugnaban y pugnan por el nacimiento de un nuevo orden social. Dejemos que sea el mismo Paul Sartre quien exprese el contenido histórico de toda filosofía: “en ciertas circunstancias muy definidas, una filosofía se constituye para dar su expresión al movimiento general de la sociedad; y mientras vive, ella es la que sirve de medio cultural a los contemporáneos”. (Jean Paul Sartre, Crítica de la Razón Dialéctica, Tomo 1, Pag.15)

Bien, el marxismo en sí no es dogmático, pero los países socialistas, los partidos comunistas, los partidos socialistas y los partidos de izquierda, en general, al ideologizar el marxismo le han matado su condición de ciencia, su carácter crítico, y la han sumido en un instrumental envuelto en una dialéctica dogmática o acrítica.

El marxismo es un cuerpo de conocimientos científicos, filosóficos e históricos que no ha de morir siempre y cuando que no se le asuma como un cuerpo acrítico arropado por verdades absolutas. Por el contrario, el marxismo debe estar abierto al conocimiento y envuelto en una dialéctica crítica, innovadora y renovadora de sus contenidos y de sus fines.

Los intelectuales del marxismo tienen el desafío de reoxigenear, renovar y reactualizar el pensamiento marxista para evitar su muerte en el contexto de globalización que vive el mundo y rescatar así su condición de filosofía que sirve para dar “expresión al movimiento general de la sociedad”.

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