Alexander Zinoviev (1922-2006), fue un filósofo, sociólogo y novelista ruso que en 1978 se vio obligado a abandonar la Unión Soviética tras la publicación en el exterior de su novela “Bostezos en las Alturas”, que contiene duras críticas al régimen comunista. Durante su exilio en Alemania escribió más de 40 novelas que han sido traducidas a más de veinte idiomas, entre ellas “Cumbres Abismales” (1978) y “Radiante Porvenir” (1978). Zinoviev, autor también de numerosos textos sobre lógica, retornó a Moscú tras la caída de la Unión Soviética, donde asumió la defensa del comunismo y se hizo crítico de Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov, a los que acusó de agentes extranjeros. El periodista Víctor Lupanov le hizo una entrevista poco antes de su regreso a Moscú para el periódico francés Le Fígaro, que la publicó el 24 de julio de 1999. El “Diario Independiente” (Nezavizimaia Gazieta) de Moscú la reprodujo en su edición del pasado 14 de agosto por entender que las ideas de Zinoviev han tenido un “carácter profético”. Vanguardia del Pueblo comparte con sus lectores un fragmento de esta entrevista, en la que se vierten criterios indiscutiblemente polémicos e incuestionablemente novedosos. La traducción del texto en idioma ruso es de nuestro Editor Internacional Cristino del Castillo.
– ¿Con qué sentimientos regresa a casa después de tan largo exilio?
– Con la sensación de que una vez dejé un país respetado, poderoso e incluso temido, y ahora regreso y me encuentro con un país derrotado, todo en ruinas. A diferencia de otros, yo nunca me hubiera alejado de la URSS de haber tenido al menos alguna opción. La emigración se convirtió para mí en un verdadero castigo.
– Sin embargo, usted fue recibido aquí (en Alemania) con los brazos abiertos.
– Es verdad… Pero a pesar de la recepción triunfal y del éxito mundial de mis libros, siempre me he sentido un extraño.
– Después de la caída del comunismo, el sistema occidental se convirtió en el objeto principal de sus investigaciones, ¿por qué?
– Porque ocurrió algo que yo predije: la caída del comunismo se convirtió en el colapso de Rusia.
– ¿Está usted insinuando que la lucha contra el comunismo encubrió el deseo de destruir a Rusia?
– Correcto. Digo esto porque en un tiempo fui cómplice involuntario en este acto vergonzoso para mí. La catástrofe rusa fue programada aquí en Occidente. Yo leí documentos, participé en las investigaciones con el pretexto de llevar a cabo la lucha ideológica, pero realmente lo que se preparaba era la muerte de Rusia. Y esto se hizo tan insoportable para mí que ya no podía estar en el lado de los que destruirían a mi pueblo y mi país. Occidente no es extraño para mí, pero lo veo como un ente hostil.
– ¿Se ha convertido en un patriota?
– El patriotismo no me concierne. Tengo una educación internacional y permaneceré fiel a ella. Yo, incluso, no puedo decir si amo o no a los rusos y a Rusia. Sin embargo, yo pertenezco a este pueblo y a este país. Yo soy parte de ellos. Los sufrimientos actuales de mi pueblo son tan horribles que no puedo soportar verlos desde lejos. Las groserías de la globalización revelan cosas inaceptables.
– No obstante, hoy en día muchos de los antiguos disidentes soviéticos hablan de su antigua patria como un país de los derechos humanos y la democracia. Y ahora que este punto de vista se ha vuelto común en Occidente, usted está tratando de refutarlo. ¿No hay una contradicción en esto?
– Durante la Guerra Fría, la democracia fue un arma en la lucha contra el totalitarismo comunista. Hoy nosotros entendemos que la Guerra Fría fue un momento éxtasis en la historia de Occidente. En ese momento Occidente lo tenía todo: un crecimiento sin precedentes del bienestar, libertad verdadera, un progreso social increíble, colosales descubrimientos científicos y técnicos. Pero al mismo tiempo, Occidente cambiaba imperceptiblemente. La tímida integración de los países desarrollados iniciada en aquellos tiempos era, en esencia, el inicio de la internacionalización de la economía y la globalización del poder de la que hoy somos testigos.
La integración puede servir al crecimiento del bienestar general y tener un impacto positivo si, por ejemplo, ella satisface la legítima aspiración de los pueblos hermanos a unirse. Sin embargo, la integración de la que estamos hablando fue concebida desde el principio como una estructura vertical fuertemente controlada por el un poder supranacional. Y sin el éxito de la contrarrevolución en Rusia, de la lucha contra los Soviets, Occidente no hubiera podido comenzar la globalización.
– Significa esto que el papel de Gorbachov no fue positivo?
– Yo miro las cosas desde un ángulo un poco diferente. Contrario a lo que se piensa, el comunismo soviético se derrumbó no por razones internas. Su colapso es, sin duda, la mayor victoria en la historia de Occidente. Una victoria nunca antes vista, repito, que hizo posible el establecimiento de un gobierno planetario. El Fin del comunismo también marcó el fin de la democracia. La era actual no es sólo post-comunista, sino también es post-democrática. Hoy somos testigos de un totalitarismo democrático, o, si se quiere, de una democracia totalitaria.
– ¿No suena todo esto un poco absurdo?
– De ningún modo. La democracia necesita del pluralismo y el pluralismo supone la presencia de al menos dos fuerzas más o menos iguales que luchan entre sí y que al mismo influyen una sobre la otra. Durante la Guerra Fría hubo democracia mundial, un pluralismo global, dentro del cual coexistieron dos sistemas contrapuestos: el capitalista y el comunista. El totalitarismo soviético era sensible a la crítica que venía de Occidente. A su vez, Occidente se encontraba bajo la influencia de la URSS, sobre todo a través de sus propios partidos comunistas. Hoy vivimos en un mundo dominado por una sola fuerza, una ideología y un solo partido pro globalización. Todo esto tomado en su conjunto comenzó a formarse aún durante la Guerra Fría, cuando poco a poco fueron apareciendo organizaciones superestructurales en una variedad de formas: comerciales, bancarias, políticas y de información. No obstante sus diferentes campos de acción, a estas fuerzas las cohesionaba su esencia transnacional. Con el colapso del comunismo ellas comenzaron a dominar el mundo.
De tal forma, los países occidentales han quedado en la posición dominante, pero al mismo tiempo están en una posición subordinada, porque poco a poco pierden su soberanía a favor de lo que yo llamo supra sociedad. La supra sociedad planetaria está compuesta por organizaciones comerciales y no comerciales cuya influencia va mucho más allá de los estados individuales. Al igual que otros países, los países occidentales están bajo el control de las estructuras supranacionales. Por otra parte, la soberanía de los estados también fue una parte integral del pluralismo, por tanto, de la democracia a escala planetaria. El poder supranacional actual suprime la soberanía del Estado. La integración europea que se despliega ante nuestros ojos también conduce a la desaparición del pluralismo a lo interno de este nuevo conglomerado a favor del poder supranacional.
– Pero ¿no cree usted que Francia y Alemania siguen siendo democracias?
– Los países occidentales conocieron la verdadera democracia durante la Guerra Fría. Los partidos políticos tuvieron genuinas diferencias ideológicas y diferentes programas políticos. Los medios de comunicación también se diferenciaban significativamente unos de otros. Todo esto influía en la vida de la gente común, contribuía al crecimiento de su bienestar. A todo esto le llegó su fin. El capitalismo democrático y próspero, con una legislación de orientación social y seguridad laboral le debía en mucho su existencia al miedo al comunismo. Después de la caída del comunismo en Occidente comenzó un ataque masivo contra los derechos sociales de los ciudadanos. Hoy los socialistas, en el poder en la mayoría de los países europeos, aplican políticas encaminadas al desmantelamiento del sistema de protección social, políticas que destruyen todo cuanto de socialista exista en los países capitalistas.
En Occidente ya no existe esa fuerza política capaz de defender a los ciudadanos comunes. La existencia de los partidos políticos es una mera formalidad. Cada día existen menos diferencias entre ellos. La Guerra en los Balcanes ha sido cualquier cosa, menos democrática. Sin embargo, la llevaron a cabo socialistas, que históricamente estuvieron en contra de este tipo de aventuras. Los ecologistas, encontrándose también en el poder en algunos países, dieron la bienvenida a la catástrofe medioambiental causada por el bombardeo de la OTAN. Incluso, se atrevieron a afirmar que las bombas con uranio empobrecido no representan un peligro para el medio ambiente, a pesar de que para su carga los soldados usan trajes especiales de protección.
Así que la democracia desaparece gradualmente de la organización social de Occidente. Se extiende por todas partes el totalitarismo porque la estructura supranacional le impone a los estados sus propias leyes. Esta superestructura antidemocrática da órdenes, impone sanciones, organiza embargos, lanza bombas, mata de hambre. Incluso Clinton se somete a ella. El totalitarismo financiero ha sometido al poder político. Al frío totalitarismo financiero le son extraños las emociones y el sentimiento de lástima. En comparación con la dictadura financiera, la dictadura política se puede considerar bastante humana. En las dictaduras más brutales era posible, al menos, un poco de resistencia. Contra los bancos la rebeldía es imposible.
– Y, ¿qué pasa con la revolución?
– El Totalitarismo democrático y la dictadura financiera descartan la posibilidad de una revolución social.
– ¿Por qué?
– Porque ellos combinan la todopoderosa fuerza militar bruta con el estrangulamiento financiero a escala planetaria. Todos los levantamientos revolucionarios recibieron alguna vez el apoyo externo. En lo adelante esto no será posible, porque ya no hay ni habrán estados soberanos. Más aún, el nivel social más bajo de la clase de los trabajadores se sustituye por la clase de los desempleados. Y qué quieren los desempleados? Trabajo. Por lo tanto, ellos se encuentran en una posición menos ventajosa que la clase obrera en el pasado.
– Todos los sistemas totalitarios han tenido su propia ideología. ¿Cuál es la ideología de esta nueva sociedad que usted llama post-democrática?
– Los pensadores y políticos occidentales más influyentes creen que entramos en la era post-ideológica. Esto se debe a que la palabra «ideología» ellos la asocian con el comunismo, el fascismo, el nazismo, y cosas parecidas. En realidad la ideología del mundo occidental, que se ha estado desarrollando durante los últimos 50 años, es mucho más fuerte que el comunismo o el nacional-socialismo. El ciudadano occidental fue engañado más que el hombre soviético ordinario por la propaganda comunista. En la esfera de la ideología lo fundamental no son las ideas sino los mecanismos de su difusión. El poder de los medios occidentales, por ejemplo, es incomparablemente superior al más efectivo de los medios de propaganda empleados por el Vaticano en su mayor época de esplendor. Y eso no es todo. El cine, la literatura, la filosofía, todas las palancas de influencia y medios de difusión de la cultura en el sentido más amplio de la palabra trabajan en esta dirección. Al menor impulso todos los que trabajan en esta área reaccionan con tal nivel de coherencia que se produce la sensación de que obedecen a una orden que emana de una única fuente de poder. Bastó que se tomara la decisión de marcar al general Karadzic o al presidente Milosevic para que contra ellos se pusiera en acción una maquinaria propagandística de dimensión planetaria. Como resultado, en lugar de juzgar a los políticos y los generales de la OTAN por violar todas las leyes existentes, la gran mayoría de los ciudadanos occidentales están convencidos de que la guerra contra Serbia era necesaria y justa.
La Ideología occidental combina y mezcla ideas partiendo de sus necesidades. Una de esas ideas es que los valores occidentales y su estilo de vida son los mejores del mundo, aunque para la mayoría de personas en el planeta estos valores tienen consecuencias desastrosas. Intente de alguna manera convencer a los estadounidenses de que estos valores arruinarían a Rusia. Usted no va a obtener ningún resultado. Ellos continuarán creyendo en la tesis de la universalidad de los valores occidentales, siguiendo así uno de los principios fundamentales del dogmatismo ideológico.
Los pensadores, los políticos y medios de comunicación occidentales están absolutamente seguros de que su sistema es el mejor. Es por eso que ellos, sin vacilación alguna y sin cargo de conciencia, lo imponen en todo el mundo. El hombre occidental, portador de los más altos valores es, de este modo, un nuevo ser supremo en el mundo. Y el concepto hombre occidental se convierte en un tabú, pero todo se reduce a esto. Por supuesto, este fenómeno debe ser estudiado científicamente. Sin embargo, me atrevo a decir, que en algunas áreas de la sociología y la historia se ha vuelto extremadamente difícil llevar a cabo investigaciones científicas. El Científico al que de repente lo enciende el deseo de estudiar los mecanismos del totalitarismo democrático tendrá que vérselas con dificultades extremas. Harán de él un paria. Por otro lado, aquellos cuyas investigaciones estén al servicio a la ideología dominante contarán con subvenciones y las editoriales y los medios de comunicación lucharán por el derecho de cooperar con estos autores. Yo lo he experimentado en mi propia piel cuando enseñé y trabajé como investigador en universidades extranjeras.
– Y las ideas de la tolerancia y el respeto al prójimo, ¿no son acaso parte de la despreciada por usted ideología occidental?
– Cuando usted escucha a los representantes de la élite occidental, todo parece muy limpio, generoso, respetuoso hacia las personas. Al hacer esto, ellos usan la regla clásica de la propaganda: cubrir la realidad con palabras dulces. Pero basta con encender el televisor, ir al cine, abrir un best seller o escuchar música popular para convencerse de lo contrario: una difusión sin precedentes del culto a la violencia, al sexo y al dinero. Nobles discursos han sido concebidos para ocultar estos tres pilares (hay otros) de la democracia totalitaria.
– ¿Y qué hacer con los derechos humanos? ¿No es acaso en Occidente donde más se respetan?
– Actualmente la idea de los derechos humanos se encuentra bajo presión cada vez más fuerte. Incluso, la tesis meramente ideológica según la cual estos derechos son innatos, inalienables, no resiste siquiera el más mínimo análisis riguroso. Estoy dispuesto a someter la ideología occidental al mismo análisis científico al que sometí al comunismo. Pero es una larga conversación, no para la entrevista de hoy…
– ¿Tiene una idea clave la ideología occidental?
– ¡La idea de la globalización! En otras palabras, ¡la dominación del mundo! Y puesto que esta idea es bastante desagradable, se cubre con la larga frase sobre la unidad planetaria y la transformación del mundo en un solo cuerpo integrado… En realidad es ahora cuando Occidente comienza a hacer los cambios estructurales a escala planetaria. Por un lado, la sociedad occidental ejerce su dominio sobre el mundo, y, por el otro, ella misma se integra verticalmente con la autoridad supranacional en la parte superior de la pirámide.
– ¿Un Gobierno Mundial?
– Sí, si usted así lo quieres.
– ¿Creer en esto no significaría ser víctima de las fantasías delirantes sobre conspiración mundial?
– ¿Cuál conspiración? No hay ninguna conspiración. El gobierno mundial es controlado por los líderes de las muy conocidas estructuras comerciales, financieras y políticas supranacionales. Según mis cálculos, esa supra sociedad que ahora gobierna el mundo tiene una población de unos 50 millones de personas. Su centro es EE.UU. Los países de Europa Occidental y algunos de los antiguos «dragones» asiáticos conforman su base. Los demás países se encuentran bajo dominación conforme a una estricta gradación económico-financiera. He aquí la realidad. En cuanto a la propaganda, ella sugiere que la creación de un gobierno global bajo el control de un parlamento mundial es lo deseado porque el mundo constituye una gran hermandad. Todo esto son historias para entretener a la multitud.
– ¿El Parlamento Europeo también?
– No, porque el Parlamento Europeo existe. Pero sería ingenuo creer que la Unión Europea fue el resultado de la buena voluntad de los gobiernos de los países que la integran. La Unión Europea es un arma de destrucción de las soberanías nacionales. Es parte de los proyectos desarrollados por los organismos supranacionales.