La cercanía expresiva de la narrativa con el ambiente que la rodea define el universo incluido dentro de cada obra cinematográfica y la originalidad de la propuesta estética depende de la fidelidad hacia el medio ambiente existencial que se quiera plasmar.
El cineasta, como recreador de mundos fantásticos, extrae de la realidad la inspiración para traducir a la pantalla las imágenes de lo visto y devolverlo transformado en historias reconocibles por los espectadores.
La cultura japonesa permea su cine con los elementos de su visión de la vida los cuales difieren de las aproximaciones occidentales al séptimo arte, lo que causa no pocos malos entendidos en nuestras salas de este lado del mundo.
El espectador japonés necesita verlo todo, con planos amplios, para ellos tener control de todas las situaciones, por eso es muy difícil ver planos cortos en la mayoría de sus filmes, como si necesitaran estar en la cima de la colina para tener un panorama de toda la llanura.
Así que tenemos un mundo cerrado y finito, donde el orden de las cosas se mantiene y la tragedia solo aparece en los casos en donde tenemos múltiples alternativas, los japoneses recurren a los finales infelices porque eso al menos le ofrece un cierto tipo de seguridad.
Directores como Akira Kurosawa, Masaki Kobayashi, Yazujiro Ozu, Kenji Mizoguchi, Kaneto Shindo, Hayao Miyazaki o Takeshi Kitano, entre otros muestran en sus películas los elementos de esta particular cultura que ellos reflejan en mayor o menor grado; así se considera a Ozu el más japonés de todos los directores y a Kurosawa, el más influenciado por la cultura occidental.
Kenji Mizouguchi en una obra maestra como “El Reflejo de la Luna Pálida Después de la Lluvia” (Ugetsu Monogatari -1953), narra una historia con elementos recurrentes en la cultura nipona como son los fantasmas y la mujer abnegada que muere esperando fielmente el regreso de su marido, que se ha ido a la guerra.
Ven la naturaleza como un tipo de arte en donde el ojo japonés selecciona un elemento que representa la parte por el todo en la composición de la imagen, en que lo natural domina al ojo y ese elemento se repite constantemente hasta alcanzar una sensación cercana a la realidad.
El nipón es un espectador con un gran sentido visual, de ahí los grandes silencios en sus películas puesto que el mayor énfasis lo lleva la imagen que tiene un gran peso en el discurso fílmico, en una cultura donde domina el ojo incluso en su escritura la cual es muy gráfica.
Yazujiro Ozu define la forma japonesa en estas palabras: Observar al mundo hostil, reconocer sus propias limitaciones y tratar de vivir en armonía consigo mismo y con ese mundo sin traspasar los limites, aceptando el caos, la injusticia, asumiendo que todo pasa y cambiando al ritmo del mundo. Esta cualidad tiene un nombre, se llama Mono no Aware e implica el reconocimiento de que las cosas son como deben de ser y que la vida es solo un soplo.
Akira Kurosawa es contrario está forma de ver las cosas y lo deja muy en claro en su película Rashomon (1950), en la cual se rehúsa a aceptar la naturaleza de la verdad visible y la de la realidad visible.
Rashomon muestra que nada es real, que todo esta sujeto a la interpretación, y que la verdad esta repartida entre los testigos del crimen cometido, el asesino e incluso el mismo muerto, lo que constituye una fuerte declaración del director en contra de estas costumbres tan arraigadas de las cosas como son.
Kurosawa opina que la vida tiene el sentido que tú escojas darle, ni más ni menos, en una tesis existencial japonesa muy ligada al Zen y al budismo hindú, y es totalmente contraria al Mono no Aware y a su aceptación fatalista de la vida. Tal tesis no es nada popular entre el público ni en la sociedad.
Lo japonés implica un sentido extremo de la realidad. Por eso cuando vemos que las ciudades parecen escenografías es realmente porque están hechas como escenarios de cine con sus escaparates y sus luces de neón, por eso se ven tan reales. En un país con dificultades en el uso de estudios, sin embargo en el fondo, hay mucho de estético en esa la orientación hacia lo natural, de mostrar las cosas como son.
La celebración de la belleza de lo natural y de lo inevitable en esta cultura tiene dos nombres. Uno es Shibui, que describe la quietud elegante con un cierto toque amargo. El otro término es Hade, muy cercano al Kitsch, aunque define lo escandaloso sin ser vulgar, lo altamente decorado sin llegar a lucir cargado. Estas cualidades podemos aplicarlas en el primer caso a las películas de Kenji Mizoguchi y en segundo a Las Puertas Del Infierno de Teinosuke Kinugasa.
Las nuevas formas de búsqueda de la identidad en una sociedad que como todas ha cambiado mucho bajo la influencia de la modernidad y las nuevas tecnologías, incluyen el término Furusato, que literalmente significa “la vuelta a las raíces”, y que cuenta con un largo recorrido en esta cinematografía, incluso dos películas de Mizoguchi se llaman Furusato.
Los cambios que se han producido en el cine japonés van desde el crecimiento en la producción hasta los brutales cambios en los espectadores, nuevas actitudes hacia una audiencia que reclama comedias y melodramas, de acuerdo a las tendencias mundiales.
La vía japonesa de hacer cine comporta unos presupuestos estéticos influenciados en la visualidad de su cultura, la ausencia de grandes facilidades de estudios de filmación, con un fuerte énfasis en lo natural y lo fantástico.