Víctor García

En sentido general, para un partido político alcanzar el Poder necesita de extraordinarios esfuerzos. El primer reto que tiene el partido es presentarle al electorado un candidato con un perfil que en cualquiera de sus facetas les resulte atractivo a un número importante de ese segmento de la población.
A partir de ahí viene el conjunto de estrategias que deben ponerse en práctica, dentro de un marco de cumplimiento estricto y evaluación permanente, para lograr que esa aceptación del candidato se incremente. Esa tarea queda en manos de los diferentes organismos del partido donde cada uno tiene una tarea que debe cumplir, es decir, que tiene que ser un trabajo en equipo para poder alcanzar los resultados esperados.
Los positivos resultados de nuestro partido en los procesos electorales, desde 1996 a la fecha, ha estado sólidamente sustentados en aspectos como, candidatos de excelentes perfiles, estrategias bien diseñadas y un arduo trabajo en equipo. Estos tres factores tienen que ser revisados y evaluados de forma permanente, como garantía para que la organización política pueda continuar dirigiendo los destinos del país e impulsando su desarrollo.
Aunque estos tres factores son vinculantes, el que tiene mayor relevancia es el que se refiere al trabajo en equipo, pues sin este los otros dos quedan prácticamente anulados. En ese trabajo en equipo, la parte más ancha de la pirámide, la base, tiene un rol determinante en cada proceso electoral, al punto que en ella queda, en un altísimo porcentaje, la responsabilidad, en condición de delegados, de defender el voto del partido durante toda la jornada de votación de los electores.
Alcanzado el Gobierno, esa base reclama su espacio y no comprende que el Estado es limitado y que no está en capacidad de darle respuesta a todos. De ahí surgen las inconformidades, las que son fortalecidas por el inadecuado tratamiento de compañeros que han tenido el privilegio de ser designados en una posición pública. En una gran parte de los casos cuando uno de esos compañeros acude a tratar de ver un funcionario, la respuesta habitual es, El Está en Reunión, yo le doy su mensaje, pero nunca más sabe que pasó, y como es lógico, la moral del compañero se desvanece y se le acentúa aún más si anda acompañado, pues siente no tener liderazgo.
Lo anterior viene a propósito de unas tres situaciones como las referidas que he tenido que vivir. Aunque no me gusta visitar funcionarios porque conozco que eso ocurre, mucho menos acompañado de alguien. Estoy vinculado a una organización comunitaria donde vivo, y desde hace un tiempo viene pidiéndome, en mi condición de miembro del partido, que les acompañara donde un funcionario, buscando le ayudara a resolver un problema de la comunidad.
Finalmente decidí ir, aún presagiando la respuesta. Llegamos hasta una recepción, de ahí me comunicaron con una asistente del funcionario, que habíamos trabajado juntos en una institución, cuando me le identifique a que organismo del partido pertenecía me pidió, al menos tres veces, que se lo repitiera, para luego decirme El Está en Reunión, le daré su mensaje. Salí con el rabo entre las piernas. Jamás supe nada. Ya sé que esa organización nunca más me pedirá que le asista para asuntos vinculados al sector oficial, pues sabe que mi condición de miembro de partido carece de valor para sus fines.
Parece que es necesario un protocolo para que los funcionarios miembros del partido le presten atención a los compañeros que por cualquier razón asisten a sus instituciones procurando tener contactos con ellos. Por si sirve, expongo el que utilicé las veces que desempeñé alguna función. Unas veces ponía un día y una hora para recibirlos. Daba respuesta a los casos que eran posibles, pero al menos les brindaba café y los saludaba con deferencia. Una segunda modalidad era responderles las llamadas, el mismo día, durante el trayecto salida-regreso de almuerzo y salida de oficina. La sorpresa era inmensa y la emoción indescriptible.