Hablan los hechos

Pese a las impresionantes celebraciones del cuarto de siglo en el poder del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, lo cierto fue que su fastuosidad no era suficiente para impedir el proceso irreversible de decadencia en que había entrado el régimen debido a los cambios registrados en la política internacional, muy particularmente en la nueva relación de los Estados Unidos con los países del hemisferio.

De acuerdo con la investigación del profesor Euclides Gutiérrez Félix publicada en su libro Trujillo: Un monarca sin corona, los mayores signos de la decadencia de la dictadura se hicieron evidentes entre marzo de 1956 y enero de 1957, con el secuestro del intelectual español Jesús de Galíndez en Nueva York y el asesinato del capitán Octavio de la Maza, en la capital dominicana, con lo que, según su apreciación “se tejieron los primeros hilos de la enorme y siniestra red de episodios políticos que marcaron el rumbo definitivo del destino personal de Rafael Trujillo Molina y el cambio de ruta del pueblo dominicano, en sus próximos cincuenta años”.

El atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt y la muerte del gobernante guatemalteco Castillo Armas, propiciaron un frente internacional contra el tirano de Quisqueya. En esa postrimería se produjeron crímenes como los asesinatos del funcionario y escritor Ramón Marrero Aristy y de las Hermanas Mirabal.

Gutiérrez Félix entiende vinculantes con la nueva circunstancia política que atrapaba al dictador hechos como los ocurridos en naciones del área como el derrocamiento de los gobiernos dictatoriales Rojas Pinilla, en Colombia en 1957 y el de Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, en 1958, lo que comenzaba a verse como una constante contra los regímenes de esa naturaleza en toda la región.

“Los sectores de la pequeña burguesía urbana que comenzaban a hacer resistencia al régimen trujillista, comentaban esos sucesos con marcada simpatía y hacían, en actitud propia de clase, innumerables comentarios, que muchas veces trascendían los círculos familiares”, destaca el autor, y refiere que a fines de 1958 “la ciudad capital era un hervidero de rumores que comenzaron a ser tomados en cuenta por las autoridades”.

Tal con destacan otras investigaciones realizadas sobre la postrimería de la dictadura, el régimen se hizo más sanguinario y comenzó a sostenerse con el recurso del asesinato y las torturas de los reales o supuestos opositores. “Aventureros y matones internacionales, cubanos, españoles, mexicanos, norteamericanos y de otras nacionalidades fueron contratados a su servicio por agentes, entre los que se destacaba Félix W. Bernardino, quien se jactaba públicamente de tener siempre en un “cinturón cartera”, la suma de US$1.000.000.00, dispuesto por Trujillo para sus intrigas en el exterior”, dice Gutiérrez Félix.

Otro acontecimiento contundente contra el mantenimiento de la dictadura trujillista, de acuerdo con el investigador, fue el triunfo del levantamiento guerrillero encabezado en Cuba por el doctor Fidel Castro Ruz, que desalojó del poder al dictador Fulgencio Batista. “Comenzó a escucharse en los círculos políticos del Caribe la frase: “Ahora Batista y después Trujillo”, refiere.

Johnny Abbes García y el SIM entran en escena

A finales de la década de 1950 se puso en evidencia que el dictador Trujillo comenzó a desconfiar de los organismos represivos convencionales a su servicio desde el inicio del régimen en 1930, creando primero la Dirección Nacional de Seguridad, bajo el mando de oficiales del Ejército, y del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), luego, con la extraña jefatura de un teniente coronel “hecho por decreto” de nombre Johnny Abbes García.

Abbes García jamás había tenido experiencia militar que justificara su ascenso a oficial superior. A penas se le conocía en los círculos periodísticos y deportivos, alcanzando la posición de editor del periódico La Nación y colaborador de El Caribe. Pertenecía a la muchachada de clase media, nacida y criada en la Zona Colonial, con el aval de ser descendiente de un alemán, cónsul de su nación en el país y propietario de una casa de representaciones del país teutón.

El jefe del SIM había ingresado al servicio diplomático con un cargo de segunda categoría en la embajada dominicana en México, “desde el cual, voluntariamente, se convirtió en espía y perseguidor de los enemigos del régimen”.

Gutiérrez Félix describe cómo el otrora cronista deportivo apareció “pocos años después, inesperadamente, uniformado de militar, con rango de teniente coronel. Abbes, hasta ese momento, parecía ser un hombre normal, avalado por los apellidos distinguidos de sus familiares paternos y maternos, muy conocidos en la sociedad capitaleña”.

Resalta que ninguna “de las personas que le conocían podía imaginarse que el joven periodista, acostumbrado a caminar por la calle El Conde y sentarse a discutir en diferentes lugares de esa vía, era un criminal patológico”.

Antes de la descripción que aparece en Trujillo: monarca sin corona, el periodista norteamericano Robert Crasweller, en su libro Trujillo: la tragedia del poder personal, aporta el dato de que Abbes fue sádico desde la infancia hasta el punto de que en su niñez se deleitaba sacándole los ojos a los pollos con un alfiler.

En manos del extraño personaje, con todo y la prudente oposición de la oficialidad militar del país, puso Trujillo su seguridad personal en la de su régimen, con cuantiosos recursos que gastaba local e internacionalmente, en la misión de evitar el derrumbe de una dictadura en decadencia.

Al final, los yanquis tampoco querían a Trujillo

Las investigaciones más objetivas sobre la decadencia y caída de la dictadura trujillista dan cuenta de que el gobierno de los Estados Unidos, tanto en la gestión de Eisehower con en la de Kennedy, trató de ponerle fin al régimen, con las opciones de un retiro del gobernante a un país europeo o de su respaldo a un magnicidio.

El temor a una “nueva Cuba”, donde comenzaba a consolidarse un sistema fuera de su hegemonía, era el argumento más recurrente para la potencia del Norte. Tumbaron al Jefe, obra del periodista y diplomático Víctor Grimaldi, trata sobre el papel de “los Estados Unidos en el derrocamiento de Trujillo”.

“Este libro pretende escudriñar en los motivos por los cuales el gobierno de los Estados Unidos se decidió a estimular desde el año 1960 el derrocamiento del jefe de un régimen que se estableció en el año 1930 sobre los fundamentos de las estructuras de apoyo militar y económico creadas a partir del 1916, cuando las fuerzas militares de los Estados Unidos comenzaron la ocupación del territorio de la República Dominicana que se extendió hasta el año 1924”, explica Grimaldi en la introducción a la cuarta edición publicada en el 2004.

El libro del hoy embajador dominicano ante la Santa Sede fue objeto de una mesa redonda en 1985 en la que participaron reconocidos historiadores e intelectuales, encabezados por don Juan Bosch, fundador del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Años después, en un artículo publicado en la prensa nacional, Bosch afirmó que “después de esa mesa redonda a nadie puede quedarle la menor duda de que tal como lo creían algunas personas, el papel de los Estados Unidos en la muerte de Rafael Leónidas Trujillo fue decisivo”.

En otro libro de Grimaldi titulado Sangre en el barrio del Jefe, el autor inserta el artículo “La CIA y la muerte de Trujillo: preámbulo de la Invasión Norteamericana de 1965”, en el que sostiene que la fobia anticomunista de los Estados Unidos llevó a ese país a involucrarse en los planes para desplazar del poder al régimen de Rafael Trujillo tras el triunfo de la revolución cubana en 1959.

Argumenta que fue esa lógica “con el temor a que se produjera una supuesta revolución tipo Cuba o la influencia de Fidel Castro en el cambio tras la desaparición de Trujillo, lo que llevó a Estados Unidos a establecer un precedente con su aliento a los planes para eliminar al dictador dominicano, tal como lo prueban los documentos oficiales norteamericanos hechos públicos hace tiempo”.

Grimaldi resalta que el 2 de junio de 1961, en los primeros interrogatorios a varios de los conjurados en el asesinato de Trujillo, dicen que contaban en sus planes con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos para matar al dictador y hacerse con el poder. “Como complot el hecho del 30 de mayo fue un fracaso. Solamente se eliminó la cabeza más visible del régimen”, dice.

Y lo más grave en lo que a conducta del imperio frente a los comprometidos con la desaparición física del dictador, como lo juzga el investigador fue que los magnicidas y sus familiares sufrieron por parte del siniestro Abbes García y el SIM represión, tortura y muerte, sin que el poder norteamericano los protegiera”.

En cambio, se tiene constancia de que varios de los agentes norteamericanos involucrados en la conjura, como fue el caso de Wallace Berry, alias Lorenzo Wimpys, recibieron la protección debida, puestos a salvo fuera del país, lejos de las manos ensangrentadas de los esbirros, sicarios y torturadores del temible SIM.

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