Desde mediados del presente año los precios internacionales del petróleo han mantenido una tendencia hacia la baja, pasando (el tipo Brent) de 110 a 80,3 dólares el barril, el más pronunciado descenso de los últimos cuatro años.
Sobre las causas que estarían provocando tales bajas se han tejido muchas conjeturas, incluso algunas que se contradicen entre sí, lo que evidencia la poca transparencia en los mecanismos de fijación de los precios del crudo.
Mucha gente todavía no logra explicarse cómo fue que el precio del petróleo pasó de los 47 dólares el barril a principios del 2007 a los 100 dólares el barril a principios del 2008, trepando en julio de ese mismo año hasta los 147 dólares por primera vez en la historia.
Ese fenómeno, que algunos atribuyeron entonces al incremento del consumo por parte de China, en realidad estuvo estrechamente relacionado con la demanda ficticia generada en el mercado de futuros, como bien lo demostró en forma brillante el doctor Leonel Fernández.
Como el actual descenso en los precios del “oro negro” se produce en momentos en que importantes productores como Irak, Libia, Nigeria y Siria enfrentan dificultades políticas internas y el hecho coincide, además, con la crisis de Ucrania y los problemas provocados por la enfermedad del ébola, lo que debería presionar los precios hacia el alza, muchos se cuestionan sobre la posibilidad de que alguna mano invisible esté detrás de esa baja y sobre los propósitos que pudieran alentarla.
Entre los que atribuyen las bajas a una conspiración figura el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, quien acusa directamente a Estados Unidos de “inundar el mercado” internacional con petróleo de esquistos para afectar a su país, Rusia e Irán.
De hecho, todos los analistas coinciden en que el mercado del petróleo presenta una sobreoferta que ronda los dos millones de barriles diarios. Y no es un secreto para nadie que la producción norteamericana de petróleo ha venido creciendo en forma sostenida durante los últimos cinco años gracias a la utilización de la tecnología de fracturación hidráulica o fracking, como le llaman en inglés.
Actualmente la producción petrolera de Estados Unidos alcanza los 8.9 millones de barriles diarios, lo que equivale a un incremento en la producción de 3 millones de barriles diarios en comparación con lo que producía en el 2006.
La revolución del esquisto convirtió a este país en el tercer productor mundial de petróleo después de Arabia Saudita y la Federación Rusa, razón por la cual dejó de importar crudo desde países como Nigeria, Angola y Argelia.
La oferta petrolera ha crecido, además, a consecuencia del incremento de la producción por parte de países como Iraq y Libia, no obstante las turbulencias políticas que les afectan, así como producto del avance de la tecnología que ha hecho rentable la explotación de yacimientos de difícil extracción y facilitado la incursión en nuevas alternativas energéticas.
En un ambiente caracterizado por el incremento de la oferta, se produce, además, un declive de la demanda como consecuencia de la desaceleración de la economía mundial y el cambio en la matriz energética.
Tal situación ha desatado lo que algunos especialistas califican como una guerra de precios, con la que algunos productores persiguen mantener o ampliar su participación en el mercado. A la cabeza de estas maniobras se encuentra Arabia Saudita, que además de aumentar su producción ha decidido recortar en un dólar el precio del barril de petróleo a los países asiáticos, actualmente los de economías más dinámicas y principales responsables del incremento del consumo. De esta manera la monarquía saudí aprovecha su ventaja de costos sobre sus competidores.
Irak, por su parte, decidió imitar a Arabia Saudita ofertando su petróleo más barato a los países asiáticos, mientras que Kuwait, Catar, Angola y los Emiratos Árabes Unidos manifiestan claramente su desinterés en un recorte de la oferta.
Sin embargo, para productores como Venezuela, Rusia e Irán, la caída en los precios se traduce en serias dificultades para equilibrar sus presupuestos.
Por ejemplo, para Venezuela, que exporta actualmente 2.5 millones de barriles de petróleo diarios, cada dólar que baja el precio del crudo representa una pérdida de 700 millones de dólares. Como se sabe, el 96 por ciento de los ingresos en divisas de esta nación sudamericana provienen del petróleo. A su vez, los ingresos petroleros son el resultado de una relación cantidad-precio en la que el factor precio juega el papel principal, siendo limitada la capacidad del país para aumentar sus aportes al mercado.
Siendo el costo de extracción un poco superior al de los países de oriente medio y África del Norte y teniendo limitada capacidad para competir en el mercado con mayores volúmenes para compensar las pérdidas por el descenso de los precios, Venezuela necesita, según los especialistas, que el precio del barril de petróleo se mantenga por encima de los 90 dólares para mantener equilibradas sus finanzas.
Según las estimaciones, si para el 2015, como predicen algunos análisis, el precio del petróleo promediara 85 dólares el barril, las pérdidas de Venezuela sobrepasarían los cinco mil millones de dólares, lo que supondría un fuerte golpe para las finanzas del país, que últimamente se ha visto en la obligación de acudir a sus reservas para cumplir con sus obligaciones internacionales y atender la demanda de divisas para cubrir las importaciones. Tales dificultades han disparado la escasez y la inflación, además de provocar la inestabilidad de la moneda nacional.
Previendo posibles turbulencias, el gobierno venezolano ha elaborado un cauteloso presupuesto para el 2015 en base a un precio promedio anual del petróleo de 60 dólares el barril. Según el presidente Maduro “no habrá turbulencias” en la economía de Venezuela, porque “por ahí tenemos un colchón tranquilo”, en alusión a las reservas monetarias del país.
Pero las preocupaciones de la nación sudamericana se evidencian en su convocatoria a una reunión urgente de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), que se fijó para el 27 de noviembre.
Por su parte, el gobierno ruso ha procedido con mucha cautela, evitando el abordaje directo del tema. Pero los medios de comunicación no paran de hablar de conspiración por parte de Estados Unidos y Arabia Saudita para bajar los precios del crudo con ánimo de hundir la economía del país.
Según los propios analistas rusos, por cada dólar que baja el precio del petróleo el país euroasiático pierde 70 mil millones de rublos, esto es, 1,5 mil millones de dólares. De mantenerse los precios actuales durante el 2015, dicen los analistas, las pérdidas de Rusia sobrepasarían los 35 mil millones de dólares, lo que sumado al impacto de las sanciones impuestas por Europa y Estados Unidos, tendría un efecto sumamente negativo sobre la economía, que de hecho se ha relentizado, viéndose hace poco las autoridades precisadas a intervenir el mercado cambiario para evitar nuevas pérdidas del rublo y contener la inflación.
Irán, por su parte, acusa a “algunos países supuestamente islámicos” de “complotar con Occidente” para bajar los precios del petróleo y debilitar aún más su afectada economía, que ha tenido que reducir su producción petrolera de 4 a 1 millón de barriles diarios debido a las sanciones de Estados Unidos. Ahora las autoridades iraníes se han visto precisadas a identificar fuentes alternativas de liquidez para cumplir con su previsión de ingresos en un presupuesto actual basado en un precio del crudo de 100 dólares el barril.
Al igual que Venezuela, Irán apuesta a que los países de la OPEP adopten medidas conjuntas para evitar que los precios del crudo caigan adicionalmente, algo poco probable por la posición que ya han adelantado algunos de sus miembros, como hemos visto.
Pues bien, la pregunta que procede formularse ahora es: ¿existe realmente, como sostienen Venezuela e Irán, una conspiración para bajar los precios del petróleo con fines geopolíticos, tesis con la que corroboran también analistas independientes?
No cabe duda de que Arabia Saudita maniobra para forzar hacia la baja los precios del crudo. Y aunque este país amortigua en algo las pérdidas producto de las bajas de precios con el aumento de la producción, lo cierto es que pierde mucho dinero. Por tanto, es legítimo preguntarse por qué lo hace, por qué se muestra reticente a un recorte de la oferta en el marco de la OPEP.
Como Arabia Saudita es un aliado estratégico de Estados Unidos y partiendo del hecho de que el descenso en los precios del crudo afecta de manera significativa a tres enemigos de la gran potencia del norte de América, muchos analistas creen que existe una conspiración por parte de ambos países. El columnista estrella del New York Times, Thomas L. Friedman, fue el primero en sugerir esta posibilidad en su artículo “¿Una guerra en la bomba de gasolina?”, en el que augura dificultades para las “petrodictaduras”.
Sin embargo, la práctica a la que actualmente está apelando Arabia Saudita de poner a los compradores la condición de adquirir volúmenes máximos bajo la alternativa de rechazarles los contratos indica que lo que le preocupa es su posicionamiento en el mercado como líder exportador. Y resulta que quien pone en peligro ese posicionamiento es Estados Unidos, que además de haber multiplicado con creces su producción, como hemos visto, se perfila como el principal productor mundial gracias a la tecnología del Fracking. Es justamente este fenómeno el que tiende a dificultar que los países de la OPEP, con Arabia Saudita a la Cabeza, sigan repartiéndose el mercado en forma concertada como hasta ahora.
Estados Unidos, por tanto, es el gran competidor de Arabia Saudita en el negocio del petróleo y no se puede descartar que las maniobras del país árabe constituyan una reacción al cambio en el mapa energético mundial que está provocando el petróleo de esquistos, principal responsable de los desequilibrios actuales del mercado. De hecho, el actual descenso en los precios constituye un gran desaliento para los productores norteamericanos que pudieran verse obligados a salir del mercado por sus altos costos si los precios se siguen deprimiendo, tal como apuntan destacados especialistas en la materia.
Si la teoría de la conspiración para dañar a Venezuela, Rusia e Irán es correcta, entonces el siguiente paso tendría que ser el subsidio por parte de Estados Unidos de su producción petrolera, a tal nivel que permita mantener inundado el mercado para que los precios permanezcan deprimidos.
El trofeo político de una eventual quiebra de los tres países en cuestión sería de valor incalculable, equiparable en ciertos aspectos a la caída del muro de Berlín. Pero el costo sería alto y el riesgo muy elevado. El tiempo dirá.