Las explicaciones sobre los orígenes de las crisis financieras siempre han provocado un enfrentamiento en el pensamiento económico, lo que a su vez, ha puesto en tela de juicio múltiples hipótesis macroeconómicas que se consideraban válidas para explicar la presencia del fenómeno de la crisis y sus consecuencias. Es así como la gran depresión de 1929 provocó que en el pensamiento económico que como paradigma se impuso el pensamiento keynesiano sobre el pensamiento neoclásico.
El pensamiento keynesiano, como paradigma, predominó en la macroeconomía por más de cuarenta años hasta la primera mitad de la década de los setenta cuando explotó la primera crisis del petróleo en 1974, acontecimiento que cuestionó de manera contundente los modelos macroeconómicos keynesiano, y criticó la intervención del Estado en la economía, atribuyéndole a este paradigma incapacidad para explicar el fenómeno de la estanflación ante un shock de oferta ya que la base del modelo keynesiano era el papel de la demanda para flexibilizar las fluctuaciones económicas. Es así que surgió como alternativa la denominada hipótesis de las expectativas racionales impulsadas por los economistas Robert Lucas y Thomas J. Sargent a finales de la década de los setenta.
Pero es que esta crisis empezó con la recesión de 1973, cuya consecuencia fue la expresión del agotamiento del modelo de crecimiento capitalista intervencionista, al tiempo que esta crisis, de 1973, estuvo caracterizada por la coexistencia de la inflación y el desempleo, situación esta que cuestionó la teoría económica dominante, la síntesis neoclásica o keynesiana, y las políticas de demanda basada en la misma. Es importante resaltar que además de producir perturbaciones en la economía y sufrimiento en la población mundial, las crisis han provocado no tan solo cambiar la estructura productiva y las instituciones económicas de los países, sino que también han permitido desarrollar nuevos paradigmas económicos para que la ciencia y la política económica logren avanzar.
Los efectos de las crisis de la década de los setenta se sintieron hasta principios de los ochenta y durante el período 1986-2007, como reacción a las políticas previas, se impuso un nuevo modelo económico denominado el consenso de Washington el cual se sustenta en el libre mercado, con desregulación, el librecambio, con la liberalización exterior, la privatización de empresas públicas y reducción de la intervención del Estado, abandono de las políticas de demanda, tanto fiscal como monetaria. Este enfoque de política económica descansa, como bases teóricas, en el nuevo modelo liberal inspirado en las teorías de los mercados eficientes y las expectativas racionales.
La crisis financiera que inició en el 2007 vino a revelar la irrealidad de estos nuevos enfoques de política económica ya que entre la crisis de 1973 y la de 2007 no hubo recesiones globales ni procesos inflacionistas generales en las economías desarrolladas, y el crecimiento económico se extendió a los países emergentes gracias a la ola de globalización la cual se expresaba con la suavidad de los ciclos económicos que indujo a pensar que las crisis habían desaparecido, que había surgido la “nueva economía” cuyos pilares sustantivo son los avances tecnológicos en las TICs, el avance de la globalización y las innovaciones financieras, y de acuerdo a ese enfoque, esto lo resolvía todo.
Es en ese contexto que podemos entender mejor la gran recesión durante el 2007-2013 la cual marca el comienzo del siglo XXI y donde se ha regresado a la época de crisis sistémica y que generó una profunda recesión económica mundial, cuya gravedad, duración y generalidad sólo ha sido superada por la gran depresión de 1929 y de paso las políticas económicas han cambiado sus objetivos e instrumentos acorde a la desregulación del sistema financiero a nivel mundial como respuesta al colapso bancario de las grandes economías, en particular USA, y que ha dejado como único instrumento efectivo de la política monetaria las operaciones de mercado abierto para incidir en el tipo de interés.
Pero es que la crisis iniciada en el 2007 puede considerarse como la primera crisis global no tan solo en su origen sino en sus consecuencias, fruto de que la innovación financiera y su internacionalización dieron una mayor dimensión mundial a los desequilibrios entre ahorradores e inversores, lo cual impactó en las finanzas internacionales, ya que la crisis hipotecaria se extendió por todo el mundo provocando que los gobiernos hicieran planes de rescate y elevaran las garantías de los depósitos de los ahorrantes. Este ha sido el precio de la crisis cuyas consecuencias impactaron en una contracción del crédito, el crecimiento económico e incremento del endeudamiento externo.