El mes de noviembre ha sido inusualmente rico en encuentros internacionales importantes, entre ellos la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que reunió a los líderes de 21 países en Beijing, y el encuentro de los líderes del G-20 celebrado en Brisbane, Australia.
Los medios sensacionalistas centraron gran parte de su atención en conjeturas tejidas sobre hechos intrascendentes ocurridos durante estos eventos, como el gesto de cortesía que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, tuvo para con la primera dama China, la elegante soprano Peng Liyuan; el supuesto enfado de los chinos con el presidente Barack Obama por mascar chicle en el encuentro para la firma del acuerdo sobre el cambio climático; o la palmadita en la espalda de Putin a Obama. Pero lo cierto es que en ambos eventos se debatieron temas de gran trascendencia mundial.
Por ejemplo, tanto en Beijing como en Brisbane se enfrentaron por primera vez las dos grandes propuestas sobre la estructuración económica (y en gran medida también política) del Asia: la Alianza Trans Pacífica (TPP), auspiciada por Estados Unidos y Canadá, y la Zona de Libre Comercio Asia Pacífico (FTAAP, por sus siglas en inglés), promovida por China.
El acuerdo TPP (Trans-Pacific Partnership) propone ampliar el tratado de libre comercio firmado originalmente por Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur en el 2005 con el objetivo de eliminar el 90 por ciento de los aranceles entre los países miembros al 1 de enero del 2006, y en eliminarlos completamente antes del 2015.
En los trabajos preparatorios para la creación de la Alianza, además de los miembros originales y los actuales auspiciadores, Estados Unidos y Canadá, participan México, Perú, Australia, Malasia, Japón y Vietnam). La idea es conformar un sólido bloque capaz de erigirse en fuente de atracción para toda la región, con capacidad, además, para pautar las relaciones económicas y de servir de modelo en materia de normas y estándares mundiales.
Los 12 países involucrados representan el 40 por ciento del PIB global y un tercio del comercio mundial. A partir de ahí no es difícil juzgar sobre la influencia de lo que sería este club exclusivo del que quedarían excluidos China y Rusia.
Aunque los trabajos preparatorios se llevan a cabo bajo la más absoluta discreción, se sabe que al interior de este bloque existirá una zona de libre comercio con iguales estándares industriales y una regulación común del mercado laboral, las inversiones, la actividad bancaria y las compras gubernamentales.
La alianza contará también con una legislación común sobre la actividad de las compañías estatales, el uso de la red de internet y sobre la propiedad intelectual. Especial atención se le presta a la conformación de cortes arbitrales supranacionales para la solución de conflictos.
Los trabajos preparatorios han resultado difíciles y la entrada en vigor de la alianza ha tenido que posponerse en dos ocasiones. Una de las razones del retraso consiste en la negativa de Japón a abrir su sector agrícola.
Barack Obama, en un esfuerzo por dar un nuevo impulso a la conformación del bloque, prevista para el 2015, aprovechó la cumbre APEC para sostener un encuentro a puertas cerradas con los líderes de los países involucrados en la embajada de Estados Unidos en Beijing. Desde allí el presidente estadounidense declaró que “en las últimas semanas se han logrado buenos progresos”.
Muy atenta observaba la dirigencia del país anfitrión de la cumbre APEC, cautelosa como siempre. China, finalmente, logró el visto bueno de los integrantes del Foro a su propuesta de creación en la región de una zona de libre comercio.
El presidente Xi Jinping hizo el anuncio al término del encuentro: “Hemos decidido comenzar el proceso para construir una Zona de Libre Comercio Asia Pacífico y hemos adoptado una hoja de ruta para lograrlo”.
Se trata de un proyecto que se ha debatido en la región durante años, pero que en los últimos tiempos ha cobrado nueva fuerza luego de que China decidiera apadrinarlo. De concretizarse la idea la APEC, que hasta el momento ha sido tan solo una plataforma para la discusión de los asuntos regionales por parte de los jefes de Estado y de gobierno, así como los líderes empresariales, pasaría a convertirse en un mecanismo efectivo de integración regional, sin exclusiones.
Los 21 países APEC son aproximadamente el 54 por ciento del PIB mundial, el 44 por ciento del comercio global y el 41 por ciento de la población del planeta. Actualmente es la zona de mayor dinamismo económico.
Beijing aspira a ejercer allí su liderazgo y para ello cuenta con efectivas herramientas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés), cuya creación fue propuesta por el presidente Xi Jinping en la cumbre APEC celebrada en Bali, indonesia, en el 2013. El memorándum de entendimiento que aprobó la creación de esta nueva entidad financiera se firmó en Beijing el pasado 24 de octubre.
Tendrá un capital suscrito de US$ 50,000 millones y un capital autorizado de US$100,000 millones. China aportará la mitad de los fondos y la India será el segundo principal accionista. El nuevo banco servirá de plataforma para financiar los proyectos más importantes de la región asiática en materia de telecomunicaciones, energía y medios de transporte.
Entre los miembros del AIIB figuran, además de China y la India, Tailandia, Malasia, Singapur, Birmania, Filipinas, Pakistán Laos, Brunei, Camboya, Mongolia, Kuwait, Vietnam, Kazajistán, Uzbekistán, Nepal, Omán, Qatar, Sri Lanka y Bangladesh.
Como puede apreciarse, entre los miembros de esta nueva entidad financiera, que al igual que el banco de desarrollo del grupo BRICS tendrá su oficina principal en Beijing, figuran algunos países que forman parte de la TPP, lo que da una idea del atractivo que representa este instrumento para las naciones asiáticas, casi todas con importantes déficits en infraestructuras y con limitaciones para superarlos con recursos propios.
Durante la cumbre de la APEC, China hizo una demostración de su poderío y reafirmó su papel de líder mundial no solo al imponer sus ideas sobre la creación de una zona de libre comercio en la región, sino también al aprovechar el escenario para iniciar el deshielo de las relaciones con Japón, congeladas durante dos años, firmar un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur, suavizar las tensiones con Vietnam y firmar acuerdos multimillonarios con Rusia sobre el suministro de gas desde Siberia. Hasta Barack Obama se mostró conciliador con el gigante asiático al anunciar una política más flexible de visados para estudiantes de ese país y al abogar por una solución a la situación en Hong Kong que evite la violencia.
Cortesía diplomática aparte, la batalla por el Asia está en curso. Sus posibles desenlaces son susceptibles de repercutir en la economía y la política a escala planetaria. El mundo observa.