Opinión

Celebramos el gran acontecimiento que ha cambiado la historia de la Humanidad. El antes y el después de Jesús, el Salvador.

El misterio de la encarnación, Dios hecho hombre. El infinito se hace finito para que el finito llegue a ser infinito. La llegada de Emmanuelle: Dios con nosotros.

Por tanto Adviento, es espera y búsqueda. Esperamos a un Gran Señor y buscamos la Salvación.

La Iglesia prepara este tiempo de Adviento como camino de encuentro con Jesús y nos recomienda que nos convirtamos. La conversión no termina nunca. Siempre hemos de estar procurando completarla.

El profeta Isaías nos dice: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos».

Juan el Bautista eje central para las meditaciones de este tiempo liturgico, nos pide reordenar nuestras vidas, mejorar nuestros caminos y pedir perdón por nuestros pecados.

Debemos estar alertas de que el entorno festivo de la próxima Navidad nos impida oír la voz de Juan. La tragedia sería que no oyéremos a Juan, que no hiciéramos nada para iniciar una nueva etapa de nuestra conversión y que el único cuidado que realizáramos de cara a la Navidad es vigilar nuestro peso para luego no engordar demasiado.

Que el Espíritu de Navidad, renazca la esperanza en quien ha de venir a nuestros corazones para colmarnos de felicidad y bendiciones y nos haga nacer con una vida nueva llena de amor y alegría.

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