Opinión

Cada día, hora y minuto nos llegan noticias desde los más remotos confines de nuestro planeta señalando la realización o premiación de alguna película de un país del que lo ignoramos casi todo, mostrándonos la penetración del cine en las naciones, no importando si son del primer o del cuarto mundo.

Ya los ecos noticiosos no se refieren solamente al gran cine Hollywoodense, a la vieja Europa ni a las grandes potencias productoras que acaparaban las pantallas con sus imágenes fabricadas en serie, imponiendo modas, estilos de vida y de pensamiento.

En estos días, las pequeñas naciones con modestos filmes son en muchas ocasiones las encargadas de decir las grandes verdades que a los babélicos e hipertrofiados vehículos fílmicos ni les interesan, ni les convienen difundir.

Que las animaciones de Hayao Miyazaki, elaboradas en sus Estudios Ghibli, cosechen tantos reconocimientos con películas como El Viaje de Chihiro (2001), La Princesa Mononoke (1997) y El Castillo Ambulante (2004), entre otras, trabajando en un pequeño estudio y en forma artesanal, opacando en calidad a las superproducciones de Disney y siendo distribuidas por todo el globo, es una muestra de lo que estamos diciendo.

Parte esencial en este proceso globalizador de las cinematografías nacionales la tienen, por un lado, los medios de difusión masiva, y por el otro, los avances tecnológicos que permiten abaratar los costos de producción, lo que dificultaba en el pasado para estas humildes naciones hacerse notar, pues los equipos no eran de fácil manejo y sus precios casi inalcanzables.

La cantidad de festivales, de canales de TV, el internet, la facilidad de adquisición de Blu rays y Dvds, hacen posible que los espectadores puedan disfrutar de filmes como los anteriormente mencionados, con muy escasa distribución por la poca nombradía del país en cuestión.

En todos los países, incluyendo el nuestro, crece de manera exponencial la cantidad de salas y estas demandan a su vez películas más diversas para complacer los paladares de los cada vez más voraces espectadores.

A su vez, los cineastas cuentan ahora mismo con una variedad de herramientas que facilitan el rodaje y la edición de sus películas o cortos, convirtiendo artilugios tan alejados anteriormente del cine, dígase los celulares, en instrumentos para realizar películas como lo demostró María Victoria Hernández en su multipremiado corto Saneamiento, grabado con un Smartphone.

Nuestros realizadores se nutren de esos avances tecnológicos, mientras que colegas suyos de países con mercados grandes observan de forma desconfiada el fin de la era del celuloide, que es al mismo tiempo el fin de una manera de hacer cine, y el punto final de esas formas oligopólicas de distribución, puesto que ahora mismo existen una variedad de canales alternativos para mover estos productos.

¿O alguno de nosotros soñó con que tendríamos acceso a festivales tan importantes como el de Toronto, donde se presentó Cristo Rey de Leticia Tonos, que Dólares de Arenas de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas ganase un premio en el Festival del Cairo, o que 5 Minutos Atrás de Reyvin Jáquez Grullón nos representara tan dignamente en el Festival Fenaco de Perú? No lo creo, y todo esto nos demuestra el efecto de la globalización en nuestro cine.

La repercusión de estos efectos a nivel planetario cubre no solamente a pequeñas naciones, pues trae a nuestras vistas filmes de grandes países con cinematografías no muy conocidas por nuestros públicos, como pasaba con Irán, Israel y Sudáfrica.

No cualquiera posee una cámara cinematográfica o el presupuesto para alquilarla, por lo que las alternativas como las cámaras Reflex Digital DSLR se han convertido en un instrumento común para nuestros cineastas, y es una de las razones del aumento de las producciones locales.

Si bien la tecnología es un componente de la expansión del cine a nivel planetario, no es el único, porque dentro de la multiplicidad de factores de ese aumento juegan variables como la facilidad de tráfico de personas y mercancías, el aumento del tiempo libre, o el crecimiento económico.

Las fronteras del mundo actual cambian a una velocidad vertiginosa, y no es raro ver el surgimiento de naciones nuevas o el aumento de referéndums para iniciar los caminos como países independientes. Una de las artes comprometidas con esos procesos es la cinematografía, pues tiene la utilidad de multiplicar hasta el infinito la difusión de las ideas y planteamientos de manera más ilustrativa y persuasiva que los meros discursos.

Pertenecemos a una época donde la democracia ha ampliado los límites del debate político, y el cine contribuye, el cine inteligente y responsable, a dotar a nuestros ciudadanos de una visión crítica de las realidades que nos rodean, que conviven con nosotros.

Las películas que nos llegan del Líbano, Hong Kong o Pakistán, acercan a nuestros ojos las formas de vida de esas culturas que distan mucho de nuestras costumbres, y sin embargo, si ponemos atención veremos que los problemas son similares al igual que las soluciones, desvelando uno de los aportes esenciales de la globalización.

Definidos entonces están los marcos de la relación cine- globalización, una autopista de doble vía, donde ambos se influencian y son influenciados en una sinergia vital provechosa para los dos, y más aún para el ciudadano global.

Los sueños de aquellos pensadores que eran calificados de utópicos o ejercicios de ciencia ficción, se realizan delante de nosotros y ya gozamos del acceso a la última película producida en naciones que se encuentran a miles de kilómetros. Ahora en nuestro menú fílmico debemos seleccionar de entre montones de obras, las que queremos ver, so pena de padecer de una indigestión de imágenes.

Cine globalizado y globalizador que se apoya en realidades locales para ser mostradas a espectadores con gustos y costumbres muy alejadas de los países productores, expandiendo mercados e ideas, borrando fronteras, estimulando la convivencia de las diferentes opciones audiovisuales.

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