Opinión

El mundo globalizado, con economías cada vez más abiertas, ha desatado un frenesí por la creación de bloques económicos que parecen verdaderas orgías: acuerdos bilaterales, amarres de bloques con otros bloques, de bloques con países que a su vez están en varios bloques y tienen arreglos comerciales por todas partes sin tener clara una estrategia que dé sentido a las dispersas fórmulas que, en el fondo, lo que buscan es sacar el mayor provecho al abatimiento de fronteras arancelarias.

Todo se acomete bajo el delirio febril que ha desatado esto que han dado por llamar “instrumento económico de última generación” que no es más que lo que conocemos como “procesos de integración” que aunque muchos lo dejan en el apellido de “económico”, lo cierto es que puede ser político, por eso podríamos decir también que es un “instrumento económico y político de última generación”, y la prueba de ello la dan los europeos que construyen un proceso de unión comunitaria, acción con mayor alcance que la económica, pues además de política pretende llegar a la cultural.

La formación de los múltiples bloques que chocan y se entrecruzan, no buscan, en su mayoría, la integración comunitaria, por ello no suele pasarse de acuerdos de libre comercio, que se quedan en pactos intergubernamentales, como si se estuviera en un juego de ajedrez en que se ceden peones para tragarse alfiles y reyes. Por lo menos así lo ven algunos de los que forman parte de estos bloques que no quieren arriesgar nada, solo ir por la carne para dejar los huesos al resto.

La falta de creatividad, el miedo a sucumbir durante el proceso, situaciones que se presentan porque al nacer y crecer bajo las faldas del Estado no pudieron desarrollar alas, estanca; y a veces pone velocidades distintas, lo que no es malo, porque de cuando en cuando los distintos niveles de desarrollo deben imponer, por cuestiones de prudencia y razonamiento elemental, ritmos distintos, pero eso en modo alguno debe alimentar los temores, sobre todo cuando se trata de países con economías más o menos simétricas como es el caso de Centroamérica.

Entre todos estos acuerdos que se sobreponen unos con otros en las mismas regiones, está el proceso de integración centroamericano, con esquemas institucionales que debieron servir para construir con mayor rapidez el bloque político a que aspira la región para, a través de él, encontrar el camino del desarrollo que nos permita alcanzar el “sueño centroamericano” así como los estadounidenses alcanzaron el llamado “sueño americano” y los chinos buscan alcanzar el suyo.

Pero no ha sido así porque el sistema adolece de debilidades que no corrige. Por ejemplo, la Reunión de Presidentes, el más alto organismo de la integración, se enfoca en los temas nacionales más que en los regionales, el Parlacen no tiene facultades vinculantes plenas que le permitan producir legislaciones que motoricen el proceso, y la secretaría general no hace cumplir lo que se aprueba. De ahí que no avance.

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