Economía

El espacio territorial donde se juntan República Dominicana y Haití, a todo lo largo y extenso de sus cinco provincias dominicanas, de este lado, y 30 comunas haitianas, de aquel lado, interactúan y conviven unos dos millones de personas, aplicando las leyes y expresando sus idiosincrasias de modo particular. Catorce mercados binacionales visitados por 181,707 personas, reflejan el ritmo de unas relaciones comerciales, culturales y humanas donde la hermandad y la hostilidad se entremezclan y conviven.

La frontera dominico haitiana constituye un interesante laboratorio para el estudio y la observación, comparable a los fenómenos de las relaciones fronterizas Estados Unidos y México o Alemania y Francia. Un excelente objeto para el estudio sobre derechos humanos, libre comercio o el comercio informal, mercancía de consumo legal e ilegal, y tráfico, de drogas, armas y personas.

Numerosas agencias internacionales de cooperación y organizaciones no gubernamentales han dedicado sus esfuerzos a fomentar el desarrollo de esta zona, ¿la puerta de escape de uno de los países más pobres del mundo?. Haití está en la posición 145 de 177 países en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

Historia

Desde que la isla se convirtió en un territorio habitado por colonos de dos potencias europeas distintas, la frontera se constituyó en un espacio de intercambio comercial, cultural y humano. Los orígenes de este fenómeno se remontan a principios del siglo XVII, cuando los habitantes de toda la parte occidental de la empobrecida colonia de Santo Domingo fueron llamados a las cercanías de la capital colonial, con el objetivo de “evitar el contacto con contrabandistas de otros países europeos”.

El historiados y sociólogo Haroldo Dilla Alfonso cuenta que esto no sucedió únicamente en La Española. “También en Cuba se barajaron políticas similares que pudieron ser evadidas por los habitantes ‘de la tierra’. Lo hicieron mediante una combinación de ruegos, amenazas y otras acciones, incluyendo el primer poema escrito en la isla, una pieza aburrida y kilométrica que intentaba justificar los contactos con supuestas hazañas épicas en defensa del catolicismo y la hispanidad”.

Señala Dilla que los “protodominicanos” tuvieron menos suerte: enfrentaron con menos recursos a un gobernador particularmente terco y finalmente tuvieron que despoblar toda la parte oeste de la isla. Y es precisamente en este punto donde comienza la historia de la frontera.

“Los despoblados occidentales fueron paulatinamente ocupados por colonos franceses que inauguraron Saint Domingue, la colonia de plantaciones europea más rica del siglo XVIII, mientras que la parte oriental -el Santo Domingo Español- continuó viviendo un aletargamiento a toda prueba, solo alterada por la llegada de los situados mexicanos o por el comercio con los ricos vecinos franceses”.

En un artículo publicado en la Revista Futuros, Dilla resume que en 1697, mediante el tratado de Ryswick, España reconoció la legitimidad del asentamiento francés, lo que reiteró en 1776 en Aranjuez. En 1795 la cuestión fue aún más lejos y España cedió a Francia sus derechos sobre la colonia de Santo Domingo, lo que fue enarbolado como razón legitimadora por los revolucionarios haitianos en 1801, 1806 y 1822.

Fue en ese año cuando los haitianos ocuparon la parte oriental por 22 años, hasta que en 1844 los dominicanos proclamaron su independencia. Luego vinieron 12 años de guerra contra sucesivas invasiones haitianas y entre 1863 y 1865 libraron otra guerra contra España hasta obtener la independencia definitiva.

“Desde entonces, y hasta bien entrado el siglo XX, la frontera fue una línea porosa, mal delimitada y en constante movimiento hacia el este, donde la densidad demográfica era muy baja y el estado era incapaz de hacer valer sus propias jurisdicciones”.

Las economías metropolitanas del período colonial se desarrollaron en forma complementaria, apunta por su parte Rubén Silie. Mientras de aquel lado, los franceses importaban manufacturas y desarrollaron la plantación azucarera que demandaba ganado; de este lado, los españoles tenían una economía ganadera que servía de intercambio con sus vecinos. “Desde entonces, la frontera de la isla existe como un espacio para el intercambio comercial, en general reglamentado por las autoridades, pero fuertemente erosionado por la vía informal del contrabando”.

Siglo XX

Esta situación comenzó a cambiar en el siglo XX, cuando República Dominicana inició un proceso de modernización capitalista como consecuencia de su inserción al mercado mundial como agroexportadora azucarera, mientras que Haití limitó su inserción a la provisión de mano de obra barata y desprotegida a las plantaciones cañeras de Cuba y RD. Ello se reflejó en la relación binacional y transfronteriza.

“Tras una limpieza étnica que costó la vida a miles de haitianos y dominico/haitianos, el dictador Trujillo cerró el borde. Sus puertas fuertemente vigiladas se abrían solamente para permitir el paso de un escuálido comercio de bienes de muy pocos millones de dólares y de los contingentes de braceros haitianos en dirección a los centrales azucareros”, señala Haroldo Dilla.

En el siglo veinte se comienzan a producir las «ferias fronterizas» donde se intercambias productos en toda la frontera. Haitianos y dominicanos intercambian productos locales, alimentos, animales y bebidas artesanales. Ruben Silie apunta que a partir de los años ochenta, se integran a las ofertas de la parte haitiana, productos manufacturados, importados principalmente, alimentos donados, bebidas, perfumes y electrodomésticos.

A partir del año 1991, en que se produce el embargo en contra de los militares golpistas, se da una intensa actividad comercial. “Mientras duró el embargo, la República Dominicana se convirtió en la vía de acceso más importante para las importaciones haitianas. De hecho, muchos empresarios importaban desde los Estados Unidos, Canadá y Europa, y tal fue la intensidad del comercio que se reconstruyó la carretera de la zona Sur que va desde Jimaní (RD) hasta Puerto Príncipe (Haití)”.

En general, se trataba de importaciones formales en su primera fase, que tendían a informalizarse en su tránsito hacia Haití. Explica. “Lo que de acuerdo con el embargo era incorrecto. Pero esto trajo consigo una intensificación del comercio en las localidades tradicionales de la frontera, ubicado en los cinco puntos más reconocidos de Sur a Norte, sobresaliendo los mercados de Elías Piña en el punto medio de la línea fronteriza y el de Dajabón ubicado al Norte. Las estimaciones de ese comercio sobrepasan los 25 millones de dólares mensuales”.

Este intercambio comercial está atravesado por las diferencias entre costos y precios que se produce entre ambos países en relación a los productos de exportación, agregando la cercanía, las facilidades de transporte y las posibilidades de burlar las regralas. En la próxima entrega se abordarán las virtudes y los males del intercambio comercial y humano entre ambos países.

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