Diezmadas las fuerzas juveniles del Movimiento Político 14 de Junio con la masacre de las guerrillas encabezadas por su líder Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo) el 21 de diciembre de 1963, comenzaron a consolidarse dos liderazgos en el exilio, liberal uno, conservador el otro, pero unidos por su radical oposición al régimen surgido del golpe de Estado del 25 de septiembre.
Juan Bosch, Presidente Constitucional, se ocupaba en Puerto Rico de mejorar la capacidad combativa de su Partido Revolucionario Dominicano (PRD) para luchar por el retorno al poder sin elecciones mediante una conspiración militar.
El también ex presidente Joaquín Balaguer, de extracción trujillista, gestaba en Nueva York el nacimiento del Partido Reformista (PR), con el propósito de combatir el gobierno del triunviro Donald Reid Cabral, también con apoyo de una parte de las Fuerzas Armadas Dominicanas.
Insostenible resultó ser para Reid Cabral, un conspicuo hijo de la oligarquía, conservar la Presidencia de la República, enfrentándose a dos políticos e intelectuales, provenientes de las capas medias de la sociedad, en capacidad de forjar un frente antioligárquico, para evitar que la llamada “clase de primera” se apoderara del poder dejado por el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Bosch y Balaguer, en documentos que enviaban desde el extranjero, coincidían criticar la corrupción reinante en el gobierno de facto, mientras la población se moría de hambre por la paralización de los sectores productivos, muy especialmente el agropecuario y el manufacturero.
Desde la repartición alegre entre sus acólitos de las tierras confiscadas a la familia Trujillo hasta la creación de una compañía por acciones llamada “Cantinas Militares, C. por A.”, eran iniciativas impopulares que colocaban al régimen en arena movediza.
La deuda externa creció de 11 millones a 150 millones de dólares en el período del 25 de septiembre de 1963 al 24 de abril de 1965, sin que el gobierno pudiera explicar en qué se invirtieron esos recursos.
Como los golpistas anularon en su proclama del 25 de septiembre de 1963 la Constitución del 29 de ese año promulgada por el Presidente Bosch, Reid Cabral se proponía legitimarse mediante unas elecciones que se celebrarían el 1 de septiembre de 1965.
Los preparativos para esos comicios ilegales unificaron a los rivales comunes del triunvirato, que tano en sus frentes civiles como militares se propusieron derrocarlo antes de que intentara concretizar su proyecto. “La repugnancia provocada por esa inconducta fue creciendo de forma sostenida en todos los estratos de la sociedad hasta que el PRD y sus aliados militares decidieron organizar una amplia conspiración, enarbolando una bandera que había sido izada en lo más alto de la conciencia nacional: la vuelta a la Constitucionalidad sin elecciones”, dice un connotado investigador.
Agrega que “Bosch nunca estuvo ajeno a esos planes, al contrario, los alentó y los dirigió desde su exilio en Puerto Rico hasta el último momento”.
Ciertamente, de acuerdo con una carta de Bosch al doctor Ramón Pina Acevedo y Martínez, fechada en Puerto Rico el 27 de mayo de 1964, el presidente en el exilio señala que el pueblo solo tenía en el recurso militar la única forma de volver a la constitucionalidad.
El documento, que aparece publicado en el libro ¿Cómo fue el Gobierno de Juan Bosch?, de Felucho Jiménez, el ex presidente sostiene que la República Dominicana de entonces era “el país de la fuerza, no de la educación”, refiriéndose a una huelga de choferes, que en su opinión, se trató más bien de “un estallido de cólera popular”.
Con una dirección del destinatario en Venezuela, Bosch dice al destinatario en la misiva que el momento dominicano no era propio del dirigente político de la clase civil. “El momento es para el coronel que pueda lanzar soldados a la lucha”.
Y precisa: “La lucha dominicana ha llegado al punto en que se aclaran los objetivos. Una vieja casta sin poder efectivo ha tomado el poder para darse a sí misma sustancia económica, repartiéndose la herencia de Trujillo”. El escritor y político se refiere a la casta oligárquica encabezada por el triunviro Reid Cabral.
Mientras Bosch lideraba el frente liberal contra el régimen inconstitucional, Balaguer agrupaba fuerzas conservadoras en una entidad que se conoció como Movimiento de Acción Social (MAS), embrión del hoy Partido Reformista Social Cristiano (PRSC).
Los perredeistas y los reformistas terminarían polarizando durante tres décadas el escenario político dominicano, en un cerrado bipartidismo que dejó muy poco espacio a otras fuerzas partidarias.
Con un gallo colorado como símbolo y el lema “sin injusticias ni privilegios”, el PR solicitó su reconocimiento ante la Junta Central Electoral (JCE) el 14 de febrero de 1964, obteniéndola el 20 de abril del mismo año por gestiones de los licenciados Francisco Augusto Lora y Delfín Pérez.
Entre los precursores de ese proyecto conservador estuvo el brillante periodista Gregorio García Castro, quien en carta enviada a Balaguer, desde el exilio, define al político como la persona que “posee manifiestas condiciones de ejecutividad y sentido administrativo, lo que permitiría distribuir las riquezas de que es dueña la nación de un modo más humano, honesto, prudente y democrático”.
Al referirse a Bosch, el posterior mártir de la prensa dice que “tiene las masas, pero en su contra opera cierto sector del clero y la totalidad de la clase adinerada y conservadora con mentalidad feudal, a quienes él ha hostilizado como medio el más expedito para ganar la fe y la adhesión de las masas desposeídas”.
García Casto entendía, en la carta que publica Balaguer en sus Memorias del Cortesano, que la gran obra de Bosch y el PRD radicaba en que le habían dado “sentido de clase al pueblo dominicano”. Controversiales podrían ser los juicios de Goyito al afirmar que “Trujillo inició la lucha de clase en forma voluntariosa, y ganó positivos triunfos, pero como Napoleón, destruyó pergaminos familiares para elaborarse él uno más lustroso que los que hizo añicos”.
Argumenta que “Bosch en cambio, ha hecho una labor paciente y planeada. Habla todos los días al país, habla en lenguaje familiar y tocando los problemas de cada clase, de cada comunidad. Viaja en todo el país sin casimires electorales, en carros viejos, hace giras dilatadas y pernocta en las clases humildes de sus compañeros de fe política”.
En las miras de los representantes boschistas y balagueristas había, como se ve, una notable coincidencia. Lo mismo ocurría entre los oficiales superiores y subalternos de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional que estaban dispuestos a hacer valer sus ideas con las armas en las manos.
Si bien es cierto que la conspiración militar contra el triunvirato la encabezó el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, leal al Presidente Bosch, también conspiraron oficiales balagueristas como el coronel Neit Rafael Nivar Seijas, y otros que se identificaban como “el Clan de San Cristóbal”.
Tan precaria era la situación del presidente inconstitucional que se nombró a sí mismo encargado de la Secretaría de las Fuerzas Armadas, tras destituir al general Elbis Viñas Román, y prefería andar sin escolta militar, conduciendo su propio vehículo.
Este reportero escuchó a Reid Cabral, en la postrimería de su vida política, decir: “andando solo, si alguien me mataba, el pueblo lo iba a calificar de asesino, pero con una escolta militar, el autor del asesinato pasaba a convertirse en héroe para la población”.
En enero de 1965 hubo un intento de levantamiento en la Policía Nacional encabezado por los coroneles José de Jesús Morillo López y Francisco Alberto Caamaño Deñó, indignados, según dijeron, por la corrupción imperante en la institución.
Como sanción, Caamaño fue transferido a la Fuerza Aérea Dominicana (FAD) y Morillo López al Ejército Nacional, para prestar servicios en el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA).
El triunvirato veía desmoronarse su única base de sustentación que eran los militares. “Corrían los meses de febrero y marzo de 1965 y el fantasma de la conspiración había asomado ya su cabeza de Medusa por todos los entresijos de la sociedad, también de las Fuerzas Armadas”, reseña un cronista.
En abril de 1965 la mayoría de las Fuerzas Armadas entendía que había llegado el momento de derrocar el gobierno de facto. En el esfuerzo descollaban los coroneles Fernández Domínguez, Miguel Angel Hernando Ramírez, Caamaño Deñó, Manuel Ramón Montes Arache, Pedro Alvarez Holguín, Servando Boumpensiere, Giovanni Gutiérrez, José Mauricio Fernández, Emilio Ludovino Fernández, José Caonabo Fernández, Armando Sosa Leyva y Rogelio Jiménez Herrera.
También, los coroneles Luis C. Tejeda, Carlos Tejada González y Tomás Poter Titre; los mayores Juan María Lora Fernández, Ramón Grullón Gallardo, Manuel E. Núñez Nogueras, Cesar A. Caamaño, Eladio Ramírez, Antonio Marte Rodríguez, Agustín Liberato Morrobel, Porfirio Amador Ruiz y Porfirio Torres Tejeda.
Entre los oficiales subalternos se destacaban los capitanes Héctor Lachapelle Díaz, Mario Peña Taveras, William Páez Pimentel, Rafael A. Quiroz Pérez, José A. Noboa Garnes, Luis Androcles Arias, Miguel A. Calderón Cepeda, Luis Melquíades Suero, José M. Beras Perrota, Odalís Cruz Ventura, Alfredo Alcibíades Hernández, Jorge Pércival Peña, Rafael Yege Arismendy, Hernán Franklin Imbert, José Silberberg Suárez, José López Lantigua, Rafael E. Ubiera y Juan A. Montalvo.
De la Policía Nacional conspiraban los coroneles Gerardo Marte Hernández, José Francisco García, Dante Rafael Canela y Bienvenido Fausto Pantaleón Delgado, junto a los capitanes Alejandro Deñó Suero, Domingo A. Vargas, Sergio Félix Paredes y Manuel E. Rivera.
Después del medio día del sábado 24 de abril, hora en que comenzaba el programa Tribuna Democrática, vocero radial del PRD, José Francisco Peña Gómez, secretario general de la organización, anunció el estallido militar que le ponía fin al gobierno de facto.
Peña Gómez proclamó, con el estilo fogoso que le caracterizaba, que “el capitán Mario Peña Taveras junto a un grupo de militares acaba de hacer preso al general Marcos Rivera Cuesta, jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional y derribar el triunvirato, para reponer el Gobierno Constitucional del profesor Juan Bosch”. Al mismo tiempo, llamaba a la población a lanzarse a las calles en respaldo al golpe militar.
El derrocamiento del gobierno de facto se completó con el apresamiento en el Palacio Nacional del triunviro Reid Cabral, misión encomendada al teniente Randolfo Núñez Vargas. El último esfuerzo del presidente inconstitucional por evitar el desplome del bamboleante régimen fue ordenar a los pilotos de la FAD bombardear los campamentos sublevados, mandato al que no se le prestó la más mínima atención.
Allí mismo ocupó la Presidencia interina el doctor José Rafael Molina Ureña, quien había sido presidente de la Cámara de Diputados durante el derrocado gobierno de Bosch, en virtud a lo dispuesto en el artículo 132 de la Constitución de 1963, tomando en cuenta que el primero y el segundo en el orden sucesoral Segundo Armando González Tamayo, vicepresidente; y el presidente del Senado, Juan Casasnova Garrido, se encontraban en el exilio.