El 15 de diciembre 1973, cuando el Profesor Juan Bosch fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), yo apenas cumplía 13 años el día anterior, pero en ese tiempo la gente humilde de los barrios de la capital no teníamos internet, computadoras ni redes sociales para las felicitaciones de amigo o familiares; y en una casa con 7 muchachos tampoco había tiempo, en la lucha por sobrevivir, para hacer 9 festejos al año –contando a los padres, recién llegados de un campo de Puerto Plata–. No entendía tanto el alboroto político, comentado de forma negativa por mi padre, por aquel acontecimiento en los noticieros de radio, los periódicos y la televisión; y empezando el año 1974 comenzamos a ver a mi hermano mayor, Angel Gómez, de mano con un obrero sindicalista llamado Antonio Acevedo, apoyando un nuevo partido que ofrecía ser diferente a los que conocíamos. A este “viejo agitador del barrio” mi padre lo acusaba de comunista y vende patria a menudo cuando estaba ebrio los fines de semana. Mi hermano me llevaba a unas reuniones en la calle Ramón Cáceres casi esquina Orquídeas, en el sector Las Flores del barrio Cristo Rey de la Capital, donde antes funcionaba la Zona “J” del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que había quedado en manos de los que fundaron el nuevo partido de Bosch. No entendía nada de lo que allí hablaban.
Era algo muy raro para mí ver aquella gente conversando como hermanos de una iglesia, de la liberación del país y estudiando en grupos separados unos libritos blancos de letras grandes –como para niños de primaria– semejante a una escuelita nocturna, con tanto respeto y unión.
3 años después, leyendo a escondida de mi madre, que era balaguerista por herencia trujillista, uno de los periódicos que mi hermano llevaba todos los miércoles, sin fallar, y que guardaba entre los colchones de la cama, llamado Vanguardia del Pueblo, vi un anuncio en la página 2 llamando a un concurso para ser caricaturista del PLD, lo que me motivó a recoger 5 de mis mejores dibujos y enviarlos por correo a avenida Independencia esquina calle Cervantes. Como a los 15 días después, un domingo temprano, se apareció por el callejón donde vivíamos un hombre blanco de pelo negro y bigotes parecido a un actor de telenovelas, llamado Juan Ureña, preguntando por mí; y cuando una vecina lo llevó a mi casa y me vió me preguntó: “¿Tú eres Nelson Gómez?. Le confirmé la pregunta y me dijo: “Mira muchacho, tu ganaste el concurso de Vanguardia del Pueblo para ser caricaturista y Juan Bosch quiere verte mañana a las 8 temprano en su casa. Vengo a buscarte a las 7 de la mañana”. Esa noticia me asustó mucho. Ya no solamente los vecinos del patio hablaban bien de mis dibujos.
Esa fué una noche de nervios por esa noticia, y empeoraba porque no sabía con qué ropa iba yo a ir a la primera cita de mi vida con un político, y más de esa altura. Mi hermano mayor me prestó su camisa dominguera de ramos azules y mi madre me planchó el pantalón menos desgastado. Con los zapatos hubo menos apuros porque en ese nivel de vida un número o dos no es problema entre hermanos de buena crianza. Pero estube puntual en la salida del callejón que da fente a la avenida Máximo Gómez casi esquina Nicolás de Ovando, y llegamos 15 minutos antes de la hora establecida a su apartamento en la segunda planta de la calle César Nicolás Penson. Me sentaron en una sala, donde los segundo me parecían horas; y cuando vi salir de una habitación aquel hombre blanco tan alto, de pelo blanco vestido del color caqui igual al de mi uniforme de la escuela, mi corazón se espantó como tratando de huir del pecho. Me miró de frente y exclamó: “¡¿Y este muchachito es el caricaturista?…yo pensaba que era un señor mayor con lentes!”. Me veía más descolorido por el susto.
Recuerdo como ahora aquellos ojos claros y llenos de energía, semejantes a los de mis vaqueros preferidos de la serie “Bonanza”.
Hubo otro dibujante elegido que llegó 15 minutos más tarde, pero Bosch le dió una charla en tono correctivo sobre el valor del tiempo y el respeto a los demás. Nos dijo que tendríamos una asignación de 15 pesos por cada caricatura quincenal y que había que tenerlas hechas con tiempo suficiente para él revisarlas. A partir de ahí entramos a la inmensa escuela boschista. La vida se me voltió totalmente y tuve que hacer el bachillerato en la escuela nocturna Fidel Ferrer, en el ensanche La Fe, e ir a una universidad sabatina en San Pedro de Macorís porque aquel inicio me introdujo a todo el engranaje propagandístico del PLD, más allá de sus publicaciones. Me pusieron a hacer más tareas que dibujar ideas para Bosch y Vanguardia del Pueblo.
El periódico era una especie de niña sagrada del Profesor, revisaba cada artículo, cada palabra y la mayoría de mis caricaturas eran ideas suyas, muchas de las cuales me daban mucho trabajo hacerlas porque a veces no entendía su objetivo político. En principio, practicamente yo era su plumilla porque me indicaba hasta el estilo que quería. Con el tiempo la práctica hizo nuestro estilo.
A mediados del año 1977, una crisis del Partido con un medio de comunicación provocó que Doña Magui, quien también era jefa de diseño del periódico El Nacional, no pudiera ir a diagramar el periódico como todos los lunes en la tarde, y nos atrevimos a prepararlo con los conocimientos aprendidos como su asistente y los consejos del Maestro, pasando la tremenda prueba del tipómetro y la lupa de Bosch. “Mira que bien Nelson, Vanguardia te ha dado una nueva profesión: ya puedes decir que eres un diagramador”, me dijo como premio a mi esfuerzo. De Luis Vásquez Reyes, el fotógrafo oficial importado de La Vega, aprendimos a tirar, revelar y copiar fotografías a manos en blanco y negro, en tres bandejas en un cuarto oscuro ubicado donde hoy están los baños de la Casa Nacional, que apenas permitía una pequeña bombilla roja, en medio de olores a químicos de laboratorios de los años 70. El poeta Raúl Bartolomé nos enseñó a hacer los titulares letra por letra en un aparato de fabricación norteamericana con una cinta de celuloide en negativo que se revelaban igual que una fotografía.
Ramón Cuevas fue el primer Jefe de Redacción que conocí, con la asistencia del compañero operativo Leo Piter, redactor especial y corrector de estilo. Allí encontré jovencito otro gran poeta de muy buen humor que le tocó quedarse a cargo del periódico cuando la primera crisis interna del PLD en 1978: mi entrañable amigo Juan Freddy Armando, uno de los pocos hombres que se atrevía a contradecir a Bosch en su cara cuando entendía que sus razones eran sólidas. Mario Méndez, era el corrector de estilo y articulista por excelencia, proveniente de Cabral, Barahona, que dormía en un cuarto anexo al “Palomar”, frente a la mata de limoncillos. Vimos pasar por esa escuela a muchos más que hoy son famosos: el poeta “Babú”, Aristófanes Urbáez y Matos –que hoy conocemos como “El Roedor”-, en cuya casa hicimos el periódico con lámparas la noche del lunes 3 de septiembre, después del Huracán David, porque su salida el miércoles no podía fallar. Cuando podía me iba a pies hasta el Parque Independencia a comer caliente un servicio en la fonda de la madre de Leticia Peña junto al compañero Orión Mejía, un muchacho muy dinámico de ideas pro China y posiciones radicales para entonces.
Los tiempos del cuidado y las correcciones minuciosas más estrictas los recuerdo por el gran Odalís Roa, importado redactor de Ocoa, quien aprendió a escribir a máquina tarde, ascendiendo a la jefatura de redacción más adelante. Estuvimos con Víctor Grimaldi, al que le renunciamos por asuntos de temperamentos encontrados; pero el Profesor se metía en todo lo que perturbara el trabajo y arregló las cosas. Aquí conocí al decimero Francisco Javier García y un redactor muy inteligente llamado Julio Martínez Pozo.
Otro poeta que creció en esta sombra lo es Diómedes Núñez Polanco, quien fue director por mucho tiempo y el Profesor lo adoptó como asistente de por vida.
Luego llegó otro gran caricaturista de Moca, el compañero Dionisio Pérez, quien terminó siendo el gran fotógrafo que sustituyó con el tiempo a Luis Vásquez. Guillermo Espejo aprendió a diagramar conmigo y estuvo muchos años a cargo del periódico, y así pudimos ocuparno más de las campañas electorales, con la llagada de Rumanía del compañero Pedro Sánchez, cargado de ideas vanguardistas en diseños novedosos y estilos de murales impactantes en el 1981. Ese mismo año llegó Elpidio Báez, otro muchachito cargado de ilusiones y se encontró en el equipo con el paciente y fino redactor Angel Barriuso.
En junio de 1982, luego de andar todo el país y quedar en el hueso y con la piel quemada del sol, pintando murales en las calles a mano, entramos al trabajo creativo en agencias publicitarias comerciales para sobrevivir luego de las elecciones, sin perder la conexión con las demandas técnicas del Partido. En Vanguardia dejé como sustituto a mi hermano menor Osiris Gómez, con todo y mi apodo de “Ranfis” que había adoptado para poder “picar” en otros medios, quien hoy es uno de los más importantes artistas surrealistas del país. Fué contratado por largos años por el periódico El Nacional, desde donde escaló como artista plástico. En su primera exposición individual en el Museo de Casas Reales Bosch lo calificó como “el Dalí dominicano” y le aconsejó que se quitara mi pseudonimo que recordaba a un asesino de la Era de Trujillo.
No estuvimos dentro cuando llegó a dirigir Leonel Fernández, ni en los tiempos gloriosos donde se formaron muchas estrellas intelectuales, como Héctor Olivo, Rafael Grullón, José Laluz, Daniel Cruz, Luis Nuñez Diplán, Altagracia Salazar, Angel Casado, Odalis Rosado –antropólogo sobreviviente del lente y la luz–, entre otros. Muchos de estos talentos cruzaron desde La Voz del PLD.
Mi madre campesina y mi padre perredeísta medular, tuvieron muchos años peliándo por sus hijos que Antonio Acevedo metió a “comunistas”, hasta envejer convencidos de que andábamos por buen camino y con la gente correcta, llegando a votar morado por insistencia, conciencia y conveniencia.
Aprendí todo lo que implica hacer un periódico: caricaturas, ilustraciones, fotografías, digitación, reportero, poemas sociales, diagramación, además de vender mi cuota de ejemplares en el barrio a 10 centavos, que había que pagar rigurosamente toda la semana. Recoger finanzas con tarjetas firmadas por mi y los donantes, y si faltaba un centavo corría el riesgo de ser sometido a juicio disciplinario y ser expulsado.
Mi Círculo de Estudios tuvo que estudiar demasiado porque cada vez que se descompletaba y llegaba un nuevo miembro había que empezar de nuevo porque todos debíamos unificar criterios en el mismo nivel. Y si el nuevo miembro no sabía leer ni escribir primero había que alfabetizarlo.
Luego de nuestra jornada permanente con el periódico, no había un fin de semana de esa adolescencia y juventud que no hubiera trabajo político en los barrios, como si fuéramos Testigos de Jeová, tocando puertas casa por casa en los famosos “esfuerzos concentrados” para promover el medio escrito peledeísta, reclutar simpatizantes y finanzas. ¡Ay cuando nos tocaba un militar! Nos tiraban la puerta en la cara.
En aquel momento no pensábamos en edad para votar ni en tiempo de militancia para escalar una posición porque éramos muchachos soñadores de una revolución para que nuestro pueblo tuviera las libertades básicas y un vida con dignidad. La filosofía que nos inculcó el líder fué siempre a luchar por el bien común actuando orgánicamente sin intereses individuales, no por el afán de ascender social y económicamente a como de lugar, como es la naturaleza de la pequeña burguesía, según nos explicaban en los Círculos de Estudios.
Siempre recordamos la frase que el maestro recalcaba en los folletos de studio que dice: “arbol que crece torcido, nunca su rama endereza porque se hace naturaleza el vicio con que ha crecido”.
Pero el Partido, como organismo social, creció con esta sociedad compleja desde su origen colonial, y se adaptó a su dinámica para llegar democráticamente al poder, adaptando la rígida disciplina y base ideológica a las nuevas exigencias sociales y política; y ese origen escencial hoy nos coloca como la organización responsable del avance económico, institucional y social de la República Dominicana.