Llegado el inicio de este año es apropiado sentarse en las butacas a pasar mentalmente revista de lo oído, filmado o visto, analizando los estados de salud creativos, financieros, técnicos, de la cinematografía mundial y local.
Nos hemos divertido, llorado o enojado con las películas que han pasado por nuestras pantallas y que han echado a volar la imaginación hasta lugares tan lejanos como los confines de la galaxia, o quizás hasta las desvergüenzas de unos ejecutivos financieros con muy pocos límites que respetar.
Las tentaciones están a ojos vistas si nos llevamos del ruido o de las nueces, haciéndole caso a los extremos que preconizan el agotamiento de las vetas artísticas, o de aquellos que pronostican el estado de gracia en declaraciones altisonantes que pueden confundir a más de un analista.
Estamos frente a situaciones inéditas de diversidad, donde los pequeños mercados compiten con bastante éxito y hasta se dan el lujo de apropiarse de públicos que antes pertenecían exclusivamente a las grandes producciones, en una demostración de la apertura que se ha logrado en las pantallas del mundo actual.
Palabras extrañas en tiempos anteriores, como precuelas -obras que aparecen después de una entrega precedente, pero que en la cronología propia de la saga se desarrollan en el pasado, son del dominio de los espectadores, que a la vez son blancos legítimos de la feroz competencia por las taquillas con filmes políticamente correctos pero de muy corta profundidad analítica.
Estos fenómenos son explicables en un mundo donde hacedores y espectadores, enfocados en la visualidad, descuidan lo literario dejando unas mentes abarrotadas de imágenes pero con carencias estéticas preocupantes.
Sorpresa agradable fue el triunfo en los Oscar de Dallas Buyer Club con un presupuesto de apenas 5 millones de dólares sustentada en el tour de forcé actoral de Matthew McConaughey y Jared Leto, demostrando que el talento sí puede derrotar al dinero, e identificando un patrón de producción viable para todos los cineastas con presupuestos reducidos.
El lado contrario le toco al Lobo de Wall Street del maestro Martin Scorsese, film mastodóntico, inflado, con una duración excesiva que solo logró aburrir a los espectadores por la cantidad de situaciones que pudieron quedarse en el cuarto de edición, y privando a Leonardo Dicaprio del Oscar que tanto ansia.
La sobrevalorada 12 años de Esclavitud que dirigió Steve Mcqueen, se hizo con varias estatuillas incluyendo la de Mejor Película, en una obra que es un homenaje a los lugares comunes y a lo políticamente correcto, temas por los que el stablishment hollywoodense siente especial debilidad.
Cuando un creador de la batalla de Hayao Miyazaki abandona el plató, siempre será una noticia negativa, pues el autor de La Princesa Mononoke (1997), y El Viaje de Chihiro, cabeza estética de los estudios Ghibli, deja muy en alto el listón del género animado en todos los confines del planeta.
Las muertes de Lauren Bacall, Philip Seymour Hoffman y Robin Williams, llenaron de luto al mundo del cine por la trascendencia de sus trabajos, llamando la atención Hoffman y Williams por la forma violenta con que dejaron el mundo de los vivos.
El 2014 ha sido un año de películas sobrevaloradas, como The Interview de Seth Rogen, y escandalosas en el caso de Ninfómana de Lars Von Trier, director especializado en escandalizar a nuestra sociedad al margen de su indudable calidad.
Pero también ha resultado exitoso para directores como Alejandro González Iñarritu y su Birdman, la misma onda positiva de Damian Szifron en sus Relatos Salvajes, que ha golpeado la cartelera, ambos representando el cine latinoamericano en gran forma.
Ha terminado al fin la saga del Hobbit y nos hemos enzarzado en una batalla de grandes directores que buscan, unos defender el celuloide y otros, el cambio a digital, lucha que aún no termina, tomando en cuenta las figuras que se baten en esos combates.
Los espectadores vuelven a ver las películas de sus países, llenando las salas en muchas de esas naciones, como es el caso de España donde cuatro películas sobrepasan el millón de espectadores, buenas nuevas para una industria con múltiples tribulaciones por varios años.
La consolidación del funcionamiento de la Ley de Cine dominicana, ha traído una explosión productiva en nuestra industria fílmica, con múltiples estrenos mensuales y el público abarrotando las salas.
Ha subido la producción de largometrajes de ficción y documentales, este último genero entregando películas sobresalientes, con los cortos demostrando su calidad, aumentando consistentemente su presencia y obteniendo reconocimientos nacionales e internacionales.
Que se premie a Dólares de Arena, a Saneamiento, Tu y Yo, o que el publico aplauda a peliculas tan valientes como 339 Amín Abel, habla muy bien de la diversidad temática por la que tanto se ha luchado, obras que sirven de ejemplo, junto a muchas otras, para seguir mejorando la calidad de nuestro cine.
Larga ha sido la peregrinación desde los inicios del 2014 hasta el 31 de diciembre, los espectadores se han detenido en cada una de las películas proyectadas, dando sus veredictos, reconociéndose o desconociéndose en ellas, pero siempre fieles sus pupilas a este arte del espíritu, del conocimiento y del entretenimiento.
Hacer el recuento de un año de cine es ahondar en las entrañas de una industria que en general presenta una buena salud en su parte financiera, y de crisis creativa en los gigantes de este arte en proceso de transición, desde el mítico celuloide hasta lo digital, y de expansión para los pequeños mercados y las cinematográficas emergentes.