El momento estelar de una obra de arte después de producida por su creador, es la exposición pública para constatar sus niveles expresivos, su habilidad para impactar el imaginario del espectador y el inicio de su andadura estética. Si logra una identidad propia, es solo cuestión de tiempo.
Esa obra se produce para comunicar unas ideas, una concepción del mundo a los demás. El arte es una interacción de diferentes universos que niegan el autarquismo para enriquecer y ser enriquecido, por eso es enemigo del uniletarismo y la intolerancia, privilegiando el intercambio.
Enfrentar la mirada del espectador es aceptar un contrato para recibir opiniones a favor y en contra, de los espectadores y de la crítica especializada en el tema, encuentro ineludible con verdades diferentes, vitales para que la obra inicie su crecimiento y alcance la adultez de dicha propuesta.
Las divergencias se dilucidan escuchando al contrario, asumiendo el oído una posición privilegiada, y la paciencia escoltándolo permanentemente. Como resultado nos terminamos dando cuenta de las cercanía en las visiones.
La comunidad cinematográfica dominicana asiste de tiempo en tiempo a pirotecnias verbales entre realizadores y críticos por la rigidez en los discursos de unos y otros, desacuerdos que podrían subsanarse reconociendo el derecho a no estar de acuerdo, regla básica que no suele ser practicada con la debida frecuencia.
La piel de algunos realizadores es muy fina a la hora de aceptar palabras o textos que analicen sus películas, y que les señalen con propiedad, incongruencias o fallas en la construcción del filme, resultando en reacciones a veces desproporcionadas y fuera de la racionalidad que se espera en un artista.
Ciertamente, en algunos casos, la crítica puede que haya sido hecha con ligereza, pero esto solo suele pasar en casos muy reducidos, pues en general los analistas dominicanos son bastantes comedidos en sus juicios y bastante precisos e informados a la hora de pasar balance.
En esta mesa de dos patas, el que se altera pierde la razón, o el realizador que se quilla ante la crítica, como diría un dominicano, estaría pecando de incompetente, si el señalamiento es cierto. Pero si acaso se trata del crítico, eso bastaría para acabar con su credibilidad, y en una profesión como esta, podría ser el fin de su carrera.
Lo que no se puede es cantarse y llorarse a la vez. Es decir, si en el filme anterior el analista nos ha llenado de elogios o fue moderado en sus señalamientos, y en el actual por el contrario, puntualiza en que las actuaciones son inorgánicas, en que el guión es difuso, que tiene agujeros en la trama, que si la fotografía es oscura, etc., etc., el realizador no puede pasar de llevarlo, de una cumbre respetable, a denigrarlo en los niveles más bajos, expresando que carece de formación, solo porque en esta ocasión no le han agradado sus palabras.
La cara diferente aquí es la de Etzel Báez, director de 339 Amín Abel, quien ha respondido con mesura, humor y mucha paciencia técnica a las críticas inconsistentes hechas a su película, mucho mejor tratada por el público que ha podido verla, que los mismos críticos.
Este realizador tiene otro agregado interesante, y es que escribe regularmente en un periódico digital, perteneciendo a esa raza de cineastas- críticos que entienden el cine como un todo, por eso se mueve en los medios como pez en sus aguas.
La tradición de gente con la doble condición de realizadores y analistas viene de lejos. Los más prestigiosos fueron los de Cahiers du Cinema con las plumas de Francois Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol, o Jacques Rivette, bajo la guía del gurú André Bazin. Todos comenzaron como críticos y terminaron realizando grandes películas.
Si bien como señala Fernando Trueba, cineasta español, cuando se ha vivido la intensidad de un rodaje, resulta difícil leer una crítica negativa, sin pensar en las dificultades que se han enfrentado, y encima, guardar compostura cual monje tibetano.
Tapar el sol con un dedo no es la mejor política, y si usted ha dirigido un producto alimenticio para mejor gloria de su cuenta bancaria, no puede aspirar a recibir el tratamiento que se le dispensa a una obra con nivel y bien realizada.
Los analistas y los directores son compañeros de viaje en el tren cinematográfico. Son socios en un negocio donde el crítico aporta sus consideraciones y sirve como facilitador ante la audiencia de los productos artísticos y comerciales, como son las películas en cuestión. El otro, es el realizador.
Respetar los conceptos, las ideas y las expresiones de los críticos acerca de las películas dominicanas, es un punto clave para nuestra industria, y para nuestros directores quienes deben asumir una actitud tolerante ante esas opiniones.
Al margen de los medios de comunicación, existen foros, seminarios y talleres, vías para discutir las problemáticas fílmicas que aclaran los tópicos en donde se producen los desencuentros.
Los distinguidos directores, y los críticos dominicanos, están obligados a entenderse, o por lo menos a tolerar sus diferencias conceptuales buscando el fortalecimiento de la industria para beneficio de ambas partes.