Opinión

Las relaciones que se guardan entre el objeto analizado y el analista están marcadas por unas reglas de juego donde prima el máximo respeto, el reconocimiento de los límites que tiene cada cual y la templanza necesaria para no transgredir las mínimas normas de convivencia, aun en los momentos más difíciles.

Respetar las reglas no quiere decir castrar la visión crítica o una sugerencia para dejar a un lado los señalamientos controvertidos, incisivos o rigurosos, que son la marca de fábrica de cualquier analista que respete la ética de su trabajo.

En el momento en que se opte por abrir oídos a sugerencias sobre el contenido, a evitar puntualizar elementos defectuosos en la gramática de este o aquel filme, a aceptar dádivas que condicionen los escritos, las relaciones muy cercanas con realizadores de las películas cuestionadas ,elementos todos que atentan contra un análisis imparcial.

El analista fílmico debe andar en muchos de los casos, como la mala res, aunque con los ojos y los oídos muy abiertos para no perderse en la jungla del celuloide y quedarse desinformado y desactualizado.

La bifrontalidad ejercida en los ambientes peliculeros, donde se mira de frente a la industria nacional, y del otro lado, al panorama internacional, responde a esa necesidad de conectividad con la actualidad sin ser arrollado, claro está, con el tsunami de informaciones intrascendentes solo útiles para la prensa farandulera y de orientación fresa o light.

El joven cine dominicano, una industria que se desenvuelve en nuevos marcos, ha disparado sus niveles de producción a la estratosfera con grandes asistencias a las salas y recibiendo los lauros de festivales internacionales.

Todos estamos de acuerdo con que este inicio está lleno de múltiples fallas, y que la carga hay que arreglarla en el camino, el caso es no detenerse en este crecimiento para equiparar los niveles comerciales y estéticos.

Sin embargo, se oyen unas críticas mordaces y destempladas contra nuestras películas que no se corresponden con los niveles de moderación necesarios para catar no solo los defectos, que a ojos vistas están, sino los avances, los logros generales y de áreas específicas que han crecido de producción en producción.

No es que se le pida a la crítica de cine dominicana un doble rasero para juzgar de manera benevolente el cine nacional. Nada más alejado de la verdad, lo que se desea es una valoración justa sin la histeria hipster de querer comparar películas locales de modesta producción con las genialidades de cinematografías con todos los recursos.

Las comparaciones pertinentes deben hacerse sin pecar de excesos ni condescendencia, pues existe la tendencia, como lo explicaba el crítico Michael Chanan, de ser más severos con las películas nacionales que con las extranjeras, lo que no debe ser.

El actual nivel de desarrollo de nuestra cinematografía se corresponde con la cantidad de recursos invertidos, el personal técnico y artístico que poseemos, la novedad de múltiples producciones, el ajuste de los proveedores de servicios a este crecimiento, el acercamiento de sectores financieros importantes y otros elementos más a tomar en cuenta por nuestra crítica.

La actitud hater de una parte de la crítica dominicana con los filmes nacionales es a mi parecer un complejo de inferioridad desarrollado por degustadores impenitentes del llamado cine de arte que crea una deformación profesional e impide la correcta valoración de obras que no correspondan a esas tendencias.

Ir prejuiciado a ver una película que desde ya se tachara de fallida solo por el hecho de ser filmada aquí, es una total pérdida de tiempo, puesto que en su interior la decisión está tomada y el susodicho crítico escribirá su crónica en base a esa actitud anti-ética.

¿Es el crítico o analista cinematográfico lo más cercano a Dios? ¿Los dogmas escritos acerca de cualquier película son infalibles como los del Papa o de los expertos de la ley islámica? Si es así me declaro en un estado de perplejidad permanente hasta que mis sentidos entiendan la situación.

A mi entender, la misión del analista de una obra fílmica es acerca de tender puentes entre el espectador y dicha obra. Esto lo hemos escrito muchas veces y no es que esté esculpido en piedra como los doce mandamientos, pero ayuda a definir los objetivos de los escribidores que intentan desentrañar los secretos de este arte.

Un crítico no es un juez del tribunal del Santo Oficio para enviar a la hoguera de manera sumaria a ninguna película, su trabajo es contextualizar sus elementos y producir un escrito balanceado que permita al espectador tomar sus propias decisiones.

El justo balance que un buen análisis produce, redunda en una saludable cultura cinematográfica y beneficia enormemente a la economía del sector, pues un público informado eleva las exigencias, lo cual obliga a ofrecer una mayor calidad estética en las obras.

Los extremismos no son buenos y mucho menos para el proceso de observación y crítica de un filme donde se acude a una variedad de elementos para sustentar una visión que comunique el acierto en la construcción de su discurso o el fallo en hacerlo.

La crítica de cine dominicana es rigurosa y atinada en su gran mayoría, a excepción de un ala Hater que con una severidad extrema juzga y condena a las películas de nuestro país.

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