El cambio de rumbo en su política hacia Cuba anunciado en diciembre pasado por el presidente Barack Obama debería ser el inicio de una nueva estrategia del gobierno norteamericano encaminada a recomponer sus relaciones con toda la región.
El rechazo sistemático por parte de los países latinoamericanos y caribeños al embargo que por 53 años ha mantenido Estados Unidos contra la isla no solo constituye una condena a lo que sin duda ha sido un acto de agresión, sino que también expresa el reclamo de toda la región de unas relaciones de nuevo tipo con su vecino del norte y con el resto del mundo, basadas en el respeto a los principios del Derecho Internacional, como la no injerencia en los asuntos internos, el respeto a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos.
Es ese mismo reclamo, en gran medida, el que ha llevado a los países de la región a agruparse en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), de la cual no por casualidad quedaron excluidos Estados Unidos y Canadá. Se concibió esta nueva organización como herramienta para fortalecer la independencia de los países que la componen, dotarlos de una voz potente en el escenario mundial y fomentar la cooperación con beneficios mutuos para todos.
La creación de la CELAC significó un reconocimiento de las limitaciones de foros como la Organización de Estados Americanos (OEA), de la cual Cuba fue expulsada en 1962, y la denominada Cumbre de Las Américas, que ahora se intenta relanzar con la inclusión de la isla caribeña y que tendrá su próximo encuentro en el mes de abril en Panamá.
La proliferación de gobiernos progresistas en la región con notables éxitos en la conducción de sus respectivos países y con amplio reconocimiento expresado en sucesivas victorias electorales ha afianzado la tendencia hacia la emancipación de los países latinoamericanos y caribeños, con la activa participación de Cuba como integrante de pleno derecho de este proceso que Estados Unidos no ha podido revertir.
En adición a esto, los crecientes intercambios con China y Rusia han servido para demostrar que es posible desarrollar un tipo de relación de naturaleza distinta, sin odiosas condicionantes, provechosa para todos y basadas en el respeto mutuo. Esos intercambios, que la CELAC y China se han propuesto incrementar hasta los 500 mil millones de dólares en los próximos 10 años, han servido también para dar sustento económico a una mayor libertad política de la región.
Latinoamérica es hoy una región distinta. Aunque su influencia es innegable, Estados Unidos ya no quita y pone gobiernos a su antojo ni impone la agenda como en el pasado. El ascenso al poder en Colombia del presidente Santos produjo un cambio en las relaciones con Estados Unidos y un mayor acercamiento de este país con los procesos intrarregionales, lo que indiscutiblemente ayudó a eliminar focos de tensión política en Suramérica y abrió las puertas a negociaciones de paz con la guerrilla, que han recibido el apoyo de Cuba mediante la interposición de sus buenos oficios.
América Latina es variopinta desde muchos puntos de vista, incluido el político. Pero sus avances en la unidad, aún dentro de la diversidad, son incuestionables. Y eso la ha ido haciendo más fuerte, independiente y prolífica.
Si Estados Unidos quiere frenar el creciente proceso de pérdida de influencia y reencontrarse con una región cada vez más recelosa de su derecho a decidir sus propios asuntos, tiene necesariamente que modificar sus actitudes y competir con China, Rusia y la Unión Europea sobre la base de intercambios sin trampas y con absoluto respeto. Es la lectura del contundente rechazo al bloqueo contra Cuba expresado una vez más por la CELAC en su III Cumbre y la ratificación de la declaratoria de América Latina como zona de paz en la particular coyuntura en que se produjo ese encuentro.
Fue muy audaz la decisión del presidente Obama de normalizar las relaciones diplomáticas con Cuba anunciada en diciembre pasado. Aprovechando el criterio mayoritario existente actualmente en la sociedad norteamericana, incluso dentro de la propia comunidad cubanoamericana, de que la política de confrontación con la isla no tiene sentido, el mandatario produjo un giro radical en su política hacia el país caribeño, creando una situación de hecho que limita sustancialmente el margen de maniobras de los enemigos naturales de semejante cambio de rumbo.
Son muchos y muy complicados los temas que deberán debatir en lo adelante los dos países, como ya quedó evidenciado en el primer encuentro para abordar el tema migratorio. Pero hay razones poderosas para el optimismo. Sería un contrasentido establecer relaciones diplomáticas con el gobierno cubano, lo que implica un reconocimiento de su legitimidad, si al mismo tiempo no se levanta el bloqueo económico en su contra y se le excluye de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Otras medidas adoptadas contra la isla, como la Ley de Ajuste Cubano y la política de “pies secos-pies mojados” , que tanto evocan el período de la Guerra Fría, son claramente contrarias al derecho internacional y, por tanto, difíciles de sostener en un contexto de normalización de las relaciones.
Hay, pues, espacio para el avance y el despeje paulatino de la suspicacia. La desconfianza que no oculta la dirigencia cubana, con gran entrenamiento en estas lides, y su declaración de que no abandonará sus principios, por una parte; y la confesión de Obama de que es conveniente cambiar la política del bloqueo porque no ha dado resultado, pero que no renuncia a influir en el discurrir de los acontecimientos internos de Cuba, para lo cual aprovechará el cambio generacional ya en marcha, son manifestaciones, obviamente, francas. Eso, que tiene algo que ver con la prudencia, guardar las apariencias y mantener la dignidad, no invalida lo fundamental, o sea, la decisión de medirse en otros escenarios y con métodos más civilizados. De lo contrario, el acercamiento no tendría sentido.
El hecho de que las negociaciones secretas entre Washington y La Habana con miras a la normalización de sus relaciones, que contaron con la mediación del Papa Francisco, los buenos oficios del gobierno de Canadá y la colaboración de figuras políticas importantes de la región, se extendieran durante 18 largos meses, constituye un indicador de que el acercamiento en su fase pública se produce en base a una hoja de ruta previamente acordada, con un mínimo de coincidencias que le dan sentido a los acuerdos ya anunciados y que permiten augurar el éxito del diálogo que se inició en La Habana.
Hace tiempo que Cuba decidió hacer cambios para acercarse al modelo de China, país con el que Estados Unidos mantiene relaciones normales desde aquel histórico viraje diplomático dirigido por Henry Kissinger, conocido como “la diplomacia del ping-pong”.
Los cambios en Cuba se han expresado en la aprobación de un conjunto de leyes, incluida una nueva ley de inversión extranjera que entró en vigor el pasado mes de junio y que, entre otras cosas, prevé incentivos fiscales para el capital foráneo y la libertad de contratación de mano de obra, como forma de “actualizar” el sistema socialista.
A finales abril de 2014 Cuba y la Unión Europea iniciaron el diálogo para la normalización de sus relaciones, que desde 1996 se venían condicionando a progresos en el ámbito del respeto a los derechos humanos en la isla. Está previsto que la tercera ronda de esas conversaciones se celebre el próximo mes de marzo en la capital cubana.
Brasil, por su parte, ha atinado al hacer cuantiosas inversiones en el país caribeño, incluida la remodelación del puerto de Mariel, equipado con tecnología de última generación para recibir y operar carga de naves de gran calado, como los llamados “Postpanamax”, que comenzarán a llegar cuando se complete la ampliación del Canal de Panamá en diciembre de 2015. Esta obra colosal conectará también con el nuevo canal interoceánico que construye China en territorio nicaragüense.
Estados Unidos acusa retraso en el aprovechamiento de los intercambios con Cuba y desde el fallido proyecto del Área de Libre Comercio para las Américas no produce propuesta alguna para el acercamiento con una región que una vez más luce inquieta por iniciativas que tienden a marginarla.
El cambio de política hacia Cuba pudiera ser el primer punto de una agenda constructiva que permita una colaboración más fluida con la región en aras del progreso de todos. La próxima Cumbre de las Américas a celebrarse en Panamá, donde probablemente se producirá el primer encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro, sería un hermoso escenario para dar el siguiente paso, dejando atrás, además de los métodos, la vieja mentalidad de la Guerra Fría.