Bajo los auspicios del Banco Popular Dominicano fue publicado recientemente por el eminente historiador nacional, Frank Moya Pons, el libro, titulado, El Gran Cambio, La Transformación Social y Económica de la República Dominicana, 1963-2013.
Además de estar ilustrado con cautivantes fotografías que muestran la evolución de la República Dominicana durante los últimos 50 años, el texto parte de la premisa de que el país ha experimentado una profunda revolución capitalista que comenzó a finales del siglo XIX y se ha extendido en el tiempo en forma acelerada hasta hacerse indetenible en la actualidad.
La prueba de esa revolución en marcha radica, entre otros factores, en el hecho de que “la economía dominicana dejó de ser una economía exportadora de productos primarios para convertirse en una economía muy diversificada, en la que ya ningún producto es tan dominante como lo fue el azúcar”.
En el 1961, a la desaparición de la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo, el 60 por ciento de los ingresos en divisas del país dependía del azúcar. En la actualidad, sólo el 6 por ciento, lo que revela el ensanchamiento de la base productiva nacional.
Pero la transformación económica y social de la República Dominicana se pone en evidencia también a través de los procesos de industrialización, urbanización, desarrollo de infraestructuras, incremento de las comunicaciones, turismo, zonas francas, sector agropecuario, remesas, comercio, finanzas, tecnologías, así como de micro y pequeñas empresas, que de conformidad con Moya Pons, son “los rieles por donde ha transitado la formación de una nueva clase media”.
Para el destacado historiador nacional, en la República Dominicana, durante los últimos 50 años, todo ha crecido, y “el gran cambio que ha experimentado la economía dominicana puede resumirse en el extraordinario crecimiento del sector financiero, cuyos índices son el mejor reflejo de la marcha de los sectores productivos del país”.
Naturalmente, estas ideas expuestas con cifras por Frank Moya Pons, constituyen un cambio de paradigma o de mentalidad en nuestra historiografía nacional y en las formas tradicionales de pensar de nuestra élite intelectual.
Hasta ahora lo que había predominado en los círculos intelectuales y políticos del país era una visión pesimista acerca de nuestra capacidad como nación para progresar, desarrollarse, modernizarse, transformarse, y crear, en fin, una sociedad de clase media, con oportunidades para avanzar.
La publicación de El Gran Cambio pulveriza esa visión y demuestra, en forma inequívoca, que aunque todavía queda un largo camino por recorrer en materia de desarrollo sostenible, reducción de pobreza, desempleo, inclusión y equidad social, los dominicanos podemos sentirnos orgullosos de los logros alcanzados durante el último medio siglo.
La visión pesimista acerca del futuro de la nación dominicana surgió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de un grupo de pensadores que si bien llegó a desempeñar un rol encomiable de defensa a nuestra soberanía durante la ocupación norteamericana de 1916-1924, y de oposición al régimen de Trujillo, atrapado por la pobreza rural de su época, se sintió desalentado en creer en el porvenir de nuestro pueblo.
Pionero, tal vez, en esa manera de interpretar la realidad dominicana fue José Ramón López, brillante periodista montecristeño, quien en su afamado ensayo, La Alimentación y las Razas, sostuvo que el gran drama dominicano radicaba en la insuficiencia alimentaria.
Lo expresó con estas palabras: “Hace muchas décadas que estos pueblos, especialmente el dominicano… comen menos de lo necesario, y ésa es la causa más poderosa de la degeneración física y del apocamiento mental, en que vivimos”.
En adición a esas ideas, puntualizó: “Necesitamos un apóstol de la comida que venga a enseñar a comer a las gentes, y les predique que la civilización no la adquieren ni la conservan sino los pueblos que tienen una buena cocina”.
Si para José Ramón López, las causas del estancamiento dominicano se deben a razones de falta de alimentación, para otros connotados autores nacionales, como Federico García Godoy, Francisco Henríquez y Carvajal y Américo Lugo, por ejemplo, las raíces del mal se explican por motivos raciales.
En su gran novela, El Derrumbe, incautada e incinerada por los ocupantes norteamericanos de 1916, Federico García Godoy presenta como una causa del subdesarrollo nacional la mezcla racial que surge del europeo blanco, “de procedencia generalmente baja y maleante”, y la del negro africano, que él define como “etíope salvaje”, contaminado con supersticiones fetichistas.
Igual ocurre con Francisco Henriquez y Carvajal, para quien el desarrollo de países como Estados Unidos y Suiza, se debió, entre otros factores, a “elementos étnicos superiores”; y con Américo Lugo, un símbolo de la resistencia contra la dictadura, quien, sin embargo, en su tesis de grado para el título de Doctor en Derecho, El Estado Dominicano ante el Derecho Público, llega a negar la existencia de la nación dominicana, al afirmar:
“Lo que con sus actuales defectos de ningún modo puede servir para la formación de un Estado, es el pueblo dominicano. Hay que transfundirle nueva sangre…”.
Con posterioridad, otros pensadores nacionales, como Manuel Arturo Peña Batlle, con sus ensayos históricos; el doctor Francisco Moscoso Puello, en Cartas a Evelina; y Guido Despradel Batista, en su trabajo, Las Raíces de Nuestro Espíritu, también presentaron testimonios de lo que ha sido el gran pesimismo dominicano.
Pero ahora el pesimismo no es más que una rémora del pasado. Un lastre ocasionado por nuestras penurias de antaño. Ahora, desde hace 50 años, la República Dominicana ha entrado en una nueva etapa de su historia, caracterizada por una gran transformación económica y social, que ha significado progreso, modernización y prosperidad, en beneficio de nuestro pueblo.
En 1960, el Producto Interno Bruto de nuestro país era equivalente a 790 millones de dólares. En el 2013, de 58 mil millones de dólares, esto es, 58 veces más.
En 1961, el presupuesto nacional fue de algo más de 184 millones de pesos, equivalentes a 184 millones de dólares. En el 2013 fue de 516 mil millones de pesos, o igual a 12 mil millones de dólares.
Si en el 1961 el Estado gastaba 61 dólares al año por cada ciudadano, actualmente gasta mil 200 dólares, esto es, 20 veces más.
En el 1961, el ingreso per cápita era de 263 dólares. Ahora es de 6 mil dólares.
En 1956 la expectativa de vida era de 46 años de edad. En el 2013 alcanzaba a 72 años. La mortalidad infantil era, en 1975, de 100 niños por cada mil nacidos. Actualmente es de 32 por cada mil nacidos.
Hace 50 años, en el país sólo había una universidad y tres mil estudiantes de educación superior. Ahora hay 44 universidades y 423 mil estudiantes.
En 1963 visitaron el país 44 mil turistas. El año pasado, 4 millones. Hace 35 años teníamos 3 mil 500 habitaciones hoteleras. En estos momentos, disponemos de 70 mil.
En 1961, la red de carreteras era de 5 mil kilómetros. Ahora es de 18 mil kilómetros, constituyendo uno de los países con mayor densidad vial en América Latina y el Caribe.
Actualmente, en nuestro país hay tres millones de vehículos de motor, de los cuales 700 mil son automóviles y 300 mil yipetas.
En 1963, el activo de los bancos alcanzaba a 114 millones dólares. Ahora es de 22 mil millones de dólares. Para la misma época, los préstamos sólo fueron de 85 millones de dólares. En la actualidad, de 12 mil millones de dólares.
Los depósitos de los ciudadanos se multiplicaron por 100. En 1963, era de 157 millones de dólares. En el 2013, de 15 mil millones. Pero además, en estos momentos hay dos millones 500 mil dominicanos que disponen de tarjetas de crédito, lo que equivale a un tercio de nuestra población.
Hace 30 años en el país sólo había 254 mil teléfonos. Ahora hay 10.3 millones. Eso significa que la densidad telefónica nacional es de un 100 por ciento.
Más aún, hay nueve millones de celulares, tres millones de cuentas de acceso a Internet y de cada diez hogares, ocho tienen televisor. Además, existen 76 empresas que ofrecen el servicio de televisión por cable y 445 mil hogares suscritos.
En 1920, en la época de José Ramón López, Federico García Godoy y Américo Lugo, sólo el 16 por ciento de la población vivía en ciudades. Hoy lo constituye el 70 por ciento.
En 50 años, la sociedad dominicana ha experimentado un gran cambio, una profunda transformación. Hemos pasado de una sociedad campesina, rural, a ser una sociedad urbana, integrada de manera global.
En fin, una visión pesimista ha sido derrotada por la evidencia del progreso. Ahora, de lo que se trata es de garantizar la continuidad de ese progreso y que éste alcance para todos.
Ese es el gran desafío de nuestra generación.