Hablan los hechos

Las políticas neoliberales que se impulsan desde las instancias europeas, las cuales están en el origen de la más severa crisis económica que afecta al viejo continente desde la Segunda Guerra Mundial, unidas al amplio descrédito de la política tradicional y el crecimiento de la inmigración están generando paulatinamente un verdadero movimiento insurreccional contra el proceso de construcción europea.

Una de las particularidades de este movimiento es que se produce como consecuencia del auge de organizaciones políticas no tradicionales tanto de izquierda como de derecha. Aunque como denominador común está la inconformidad con las políticas que se impulsan desde Bruselas, la derecha está en contra de una Europa unida, mientras que la izquierda cuestiona la forma en que se construye esa unión.

Entre los que militan en la primera posición está el Frente Nacional francés (la organización francesa más votada en las últimas elecciones europeas), el Partido por la Independencia del Reino Unido o Partido Ukip, que emerge con fuerza y amenaza con romper la hegemonía tradicional de laboristas y conservadores, y el movimiento Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA), una organización que lucha contra la supuesta islamización de Alemania y el peligro que para la cultura occidental representa el Islam.

Entre los que militan en la segunda posición está la nueva izquierda europea, a la que pertenecen la Coalición de la Izquierda Radical (Siryza) en Grecia, que ya conquistó el gobierno, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) en Italia, el partido Die Linke en Alemania y el partido Podemos en España.

Surgido de entre las redes de ciudadanos “indignados” por las políticas de austeridad con que se ha pretendido enfrentar la grave crisis económica, Podemos ha logrado desplazar en apenas un año de existencia a los partidos tradicionales de las preferencias del electorado.

Pese a su juventud y aún sin haber dado los pasos necesarios para constituirse formalmente en partido político, Podemos participó en las últimas elecciones al Parlamento Europeo celebradas el año pasado, logrando la cuarta posición con el 7,98 por ciento de los votos (cinco escaños de 54).

Conforme a la última encuesta divulgada en España hace unos días, Podemos cuenta hoy con un 27,7 por ciento de aceptación popular, frente a un 20,9 por ciento del Partido Popular y un 18,3 por ciento del Partido Socialista Obrero Español. Una verdadera hazaña lograda en tiempo record.

Una de las principales críticas que se le hacían a la formación política en sus inicios era la de carecer de un discurso y de una estructura de mandos definida. Pero no hace mucho la organización celebró su primer congreso, en el que fueron escogidos sus órganos de dirección mediante votación directa con la participación de unos 95 mil ciudadanos, de un total de 250 mil militantes previamente registrados. Como Secretario General fue electo Pablo Iglesias, quien logró el 88,6 por ciento de los votos.

El congreso constitutivo de la organización fijó como metas principales ganar las elecciones generales del 2015 e iniciar inmediatamente un proceso de revisión de la Constitución de 1978. Según proclamó Iglesias en el cónclave, “las bases del régimen se desploman”, en alusión a las dos organizaciones que han dominado la vida política española en las últimas décadas, las que según su visión cumplen el mismo rol de asegurar la hegemonía del capital financiero transnacional que les sirve de soporte económico. Según Pablo Iglesias, esos partidos políticos son “una casta que no desea cambiar nada”; son “una casta de magnates que van desde el consejo de administración a la política”.

Aunque la organización debe en parte su fortaleza a las duras críticas que ha venido formulando a las políticas europeas y a los burócratas que las diseñan, incapaces hasta ahora de sacar de la crisis a la eurozona, Podemos es partidario de permanecer en la UE, aunque aboga por la derogación de una serie de convenios de libre comercio que convierten a España en el “apéndice turístico de la Unión Europea”, según sostiene Iglesias, así como la supeditación del Banco Central Europeo (BCE) a las autoridades públicas.

“Estamos en contra de las decisiones de un triunvirato compuesto por la Comisión Europea, el BCE y el FMI que no hemos votado”, dice al abogar por un reenfoque de las políticas promovidas desde las instancias de la UE y la manera en que estas se generan.

La nueva formación política aboga por la recuperación del control por parte del Estado español de los sectores estratégicos de la economía (telecomunicaciones, energía, alimentación, transporte, salud, educación, etc.), la fijación de impuestos al patrimonio, nacionalización de la banca, promoción de leyes laborales que garanticen un incremento de los salarios y una renta básica a los trabajadores para estimular el consumo.

En cuanto a la participación de España en la Alianza Atlántica y el tratado de defensa mutua con Estados Unidos, Iglesias los considera “útiles”, aunque favorece la celebración de un referéndum que los ratifique.

Otra idea que promueve el liderazgo de la organización emergente es la ampliación del uso de las iniciativas legislativas populares en los distintos ámbitos y la limitación de las actividades llevadas a cabo por los lobbies.

Así, al asumir como identidad posiciones que la ubican como conciliadora de la participación social con el mantenimiento de un capitalismo con rostro humano, al mejor estilo de la vieja socialdemocracia europea, Podemos tiende a disputarle el espacio político sobre todo al PSOE, si bien aprovecha el deterioro de la imagen del PP por los pobres resultados alcanzados en el manejo de la crisis e identifica a ambas organizaciones por igual como defensoras de los intereses de los más poderosos y pertenecientes a la misma “casta”. Pero, como lo reflejan las encuestas, el crecimiento de la organización se ha producido fundamentalmente a expensas del PSOE.

Podemos ha sido un eficiente catalizador del descontento que ha afrontado con éxito el reto que significa asumir una identidad ideológica para convertirse en actor político central, logrando abrir una grieta al sistema bipartidista vigente en España desde 1982.

Algo parecido ocurrió en Grecia, como señalamos en un artículo anterior, donde el centroderechista Partido Nueva Democracia (ND) y los centroizquierdistas del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico), que desde 1974 se alternaban en el gobierno, se vieron obligados a conformar una coalición para retener el poder y cerrarle el paso a la Coalición de la Izquierda Radical (Siryza), un partido joven que logró capitalizar el descontento generado por la grave crisis económica que ha venido afectando a este país y que en las elecciones celebradas el pasado 25 de enero se anotó una contundente victoria, haciendo pedazos el sistema bipartidista griego.

En España hay entre los socialistas quienes se inclinan por la conformación de una coalición entre PSOE y populares (centroizquierda y centroderecha, respectivamente) para cerrarle el paso a Podemos, aterrados por la idea de que aún estando en la oposición esta formación deje de ser alternativa de gobierno. Otros, en cambio, entienden que lo correcto sería pactar con podemos para crear en el país “una izquierda más plural”. Pero también están los partidarios de una tercera vía: “ni con los populares porque dejamos de existir, ni con Podemos porque dañamos a España”.

La primera de esta fórmula fue a la que se apeló en Grecia, como ya dijimos, para cerrarle el paso a Siryza. Pero el gobierno producto de la coalición entre el la ND y el PASOK tan solo duró dos años y medio.

Podemos en España observa la misma trayectoria ascendente que Siryza, empujado por situaciones que son comunes a ambos países y otras naciones de la UE, o sea, la política de austeridad que mantiene ancladas las economías y a millones de ciudadanos pasando penurias.

Es poco probable que esta tendencia se modifique a menos que cambien las políticas de Bruselas. Las 30 huelgas infructuosas que tuvieron lugar en Grecia y las incontables protestas que se han escenificado en España desde el estallido de la crisis sin resultado alguno, han puesto en evidencia la inexistencia de canales institucionales para influir de manera contundente en los gobiernos locales. Es esto, más los factores más arriba mencionados, lo que explica que los cambios políticos en Europa se estén produciendo alrededor del cuestionamiento al giro que ha tomado el proceso de construcción europea a raíz del estallido de la crisis.

Las condiciones están creadas en Europa para que cualquier hecho de trascendencia pueda precipitar acontecimientos de gran calado a nivel de toda la Unión. La reciente iniciativa de la canciller alemana, Ángela Merkel, y el presidente de Francia, François Hollande, de propiciar una salida política negociada al conflicto en Ucrania, tiene que ver con el potencial desestabilizador político que representaría para Europa occidental una eventual escalada del conflicto bélico en la región euroasiática, particularmente como consecuencia de la expulsión masiva de refugiados que pudiera producirse, ni hablar de las inconformidades que genera entre los integrantes de la Unión las sanciones económicas contra Rusia.

El próximo 7 de mayo tendrán lugar elecciones legislativas en el Reino Unido. El crecimiento del euroescepticismo en el país ha provocado que el primer ministro David Cameron se comprometa, en caso de ganar los conservadores, a renegociar los términos de la adhesión a la Unión Europea, a fin de trasladar a los parlamentos británicos competencias actualmente en manos de órganos comunitarios, y de convocar a un referéndum sobre la permanencia o no del país en la UE en el 2017.

Como puede apreciarse, las amenazas al proyecto europeo son múltiples. Curiosamente, la derecha emergente es más radical en sus posiciones “antisistémicas” que la izquierda. El proceso de cambios camina a pasos acelerados.

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