Opinión

En CNN se reprodujo declaraciones de Evo Morales, Presidente de Bolivia, del pasado 23 de enero, donde dice que «si las bolivianas no fueran tan caprichosas gobernarían en Bolivia, porque son más honestas y trabajadoras que los hombres».

Es como si Evo Morales hablara de la mujer dominicana, sobre las cuales he referido esas mismas características en diferentes escenarios, solo que he agregado a esas que son leales.

Efectivamente, en los años que estuve al frente del Ministerio de Interior, fruto de la evaluación y eficiencia en el desarrollo de los programas y sub-programas de políticas públicas, la titularidad de ellos fueron pasando inadvertidamente bajo la dirección de mujeres por su eficiencia.

Las mujeres son honestas, trabajadoras y leales a los objetivos y métodos de lo que se diseña. Esperan la evaluación formal para sugerir modificaciones y confían en la coordinación del trabajo colectivo para fortalecerlo; es usual en mujeres de edad adulta promedio, no igual en adultas mayores. En cambio, algunos hombres por conveniencias personales hacen lo que se les ocurre, si es que algo hacen. Regularmente buscan «favores diversos».

Los programas de políticas públicas sobre seguridad ciudadana fueron exitosos, al extremo de que provocaron diversas reacciones. En los barrios los partidos y organizaciones de izquierdas que ya no podían hacer huelgas y protestas violentas porque el Estado rompía su ausencia entrando a esas poblaciones excluidas, al ser atendidas sus necesidades; ni los narcotraficantes porque esa presencia del Estado no les dejaba espacio; y hasta en mi partido por los efectos políticos del reconocimiento de las bases partidarias.

El efecto, se manejó en los medios maliciosamente el éxito como un comportamiento de «asunto de faldas», por encargos a «columnistas» reconocidos y a «productoras» destacadas de TV y hasta por compañeros de mi partido.

Los derechos de las mujeres empezaron a ser reconocidos a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado, hará menos de 70 años. Se han integrando al mercado productivo desplazando notoriamente a los hombres, aunque son más mal pagadas; hoy hay más del 60% de mujeres en las universidades.

He sido profesor de historia y en algún momento me impactó saber que en Europa, en plena Edad Media, el señor feudal tenía derecho de pernada, que era dormir la primera noche con la mujer del siervo de la gleba para «honrar su convivencia marital». Mucho más al saber que la mujer campesina dominicana para retirarse a dormir preguntaba al marido: «¿Ud me va a usar?», para estar bañada y despierta. Éramos una aldea hasta casi mediados del siglo pasado.

Aún hoy pueden verse reglas sociales encaminadas a incorporarlas, como el obligado porcentaje en la representación electoral o los mecanismos legales para superar la violencia intrafamiliar y desigualdades de género.

El equilibrio de género sigue siendo desigual, puesto que el hombre no ha entendido que el acoso y su propia abulia lo va excluyendo. Pero hay un efecto mayor, es obvio que, en sentido general, la familia está siendo desatendida porque es la madre que ha inculcado los valores.

Está pendiente superar la pobreza y la desigualdad, que afecta en nosotros cerca de 4 millones de personas; incorporarlos es el desafío del PLD y provocará efectos beneficiosos para la dignidad humana y la actividad productiva.

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