No hay nación que haya alcanzado el desarrollo y la prosperidad en ausencia de la paz. No hay familia que progrese en ausencia de paz. No hay matrimonio que alcance la felicidad anhelada en ausencia de paz. Y es que, la paz no es solamente ausencia de violencia, es mucho más que una aspiración legítima que toca la soberanía personal. Es un proceso dinámico, multidimensional y transversal que exige la colaboración del Estado y la gente; y se sustenta en el respeto y la efectividad de los derechos humanos.
Construir una cultura de paz es esencial para garantizar mayores niveles de inversión extranjera y local. Alcanzar el progreso económico y social que demandan las sociedades requiere de una transformación de actitudes, valores y comportamientos de los ciudadanos que conforman un conglomerado social. Se requiere construir entre todos una cultura de paz.
La Primera y la Segunda Guerra Mundial pusieron de manifiesto, la relevancia del ideal de la paz. Por eso surgieron dos organizaciones internacionales cuyo objetivo principal era servir como mediadores, para evitar que se produjeran nuevos enfrentamientos armados: la Sociedad de Naciones, mediante el tratado de Versalles el 28 de junio de 1919, y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 24 de octubre de 1945.
En la Carta de la ONU se consigna como el primer propósito el mantenimiento de la paz: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz;”
La ONU entendió que la paz era difícil de alcanzar sino se reducen las desigualdades sociales. Y una forma de enfrentar esas desigualdades era promoviendo la educación, la ciencia y la cultura. De ahí que el 16 de noviembre de 1945, se constituye la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que en su carta sustantiva los Estados firmantes declararon que: “puesto que las guerras principian en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz” por lo que “la difusión amplia de la cultura y la educación de la humanidad para la justicia, para la libertad y para la paz son esenciales a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que todas las naciones deben cumplir dentro de un espíritu de responsabilidad y de ayuda mutua”.
La creación de la UNESCO, marca una nueva era en la educación, donde ya no se trata de enseñar a leer, escribir, sumar, o enseñarnos las teorías sobre la evolución de los planetas que conforman el Sistema Solar. El nuevo modelo educativo debe enseñarnos a convivir e interactuar en un marco de respeto y tolerancia, en donde la armonía social, la igualdad, la justica y la dignidad del ser humano se impongan a la concepción individualista de la sociedad (la paz positiva).
De igual manera, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la Proclamación de Teherán, son instrumentos de carácter internacional que coinciden en enarbolar la paz como un elemento indispensable para el desarrollo de las personas y los pueblos y expresan que es necesario que la educación sea el medio por el que se cree y fomente una cultura de paz.
Este cambio de paradigma necesario en la concepción y consecución de la paz solo se logrará, por medio de la educación para la paz y del fomento de una cultura de paz, en la cual la formación de los niños y jóvenes es un elemento clave.
La Constitución dominicana, establece la paz como un valor supremo y principio fundamental que rige el Estado. En ese sentido, en su Preámbulo comparte este ideal con otras constituciones progresistas, como la de Colombia, Argentina, Ecuador, Guatemala, Honduras y Venezuela.
La Carta Fundamental dominicana, establece en el artículo 63, numeral 13, que la enseñanza de los principios de convivencia pacífica es parte de una formación integral que coadyuve en la educación de ciudadanas y ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes.
Esta enseñanza es de carácter obligatorio en los sectores público y privado, y debe enfocarse en aspectos variados como la promoción de la solución pacífica de los conflictos, el diálogo, la búsqueda de consensos y la no violencia; el respeto de los derechos humanos; la igualdad, la tolerancia y la solidaridad; enarbolar los valores patrios y fomentar la participación democrática.
Otro instrumento jurídico que consigna la paz como un elemento esencial para el desarrollo, es la Ley 1-12 de Estrategia Nacional de Desarrollo, que consigna la importancia de la educación en valores para la convivencia social y la paz.
Con el propósito de fortalecer estos mandatos y colocarnos al nivel de países como Argentina, Colombia y España, en mi calidad de legislador, he sometido a consideración del Senado de la República, un proyecto de ley novedoso que busca la inclusión en el currículo del sistema educativo dominicano (en los niveles inicial, básico, secundario y universitario) una asignatura centrada en la enseñanza de los principios y valores de convivencia pacífica y el fomento de la cultura de paz.
Esta iniciativa tiene como finalidad el fortalecimiento de las actitudes y comportamientos que promuevan la convivencia pacífica, la democracia y el respeto de los derechos y las libertades fundamentales; la instrucción en todos los niveles para que las personas desarrollen aptitudes para el diálogo, la negociación, la formación de consenso y la solución pacífica de controversias; la eliminación de todas las formas de discriminación y desigualdades por cuestiones de género, color, edad, discapacidad o nacionalidad.
El activista, pensador y político indio, Mahatma Gandhi (1869-1948) logró capturar la esencia de implantar una cultura de paz cuando expresó: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. En ese sentido, la educación es el primer escalón para transformar los patrones de violencia y desigualdad que afectan medularmente del desarrollo de todos los pueblos. Hay que educar para la paz, que es lo mismo que educar para el desarrollo.