El trasvase de un arte popular a otro no es un fenómeno nuevo, ni reconoce fronteras, ni pide permiso a nadie para asumir, o más bien compartir la narrativa y los intereses de su vecino, sin importar si es primero o séptimo.
Las definiciones son cosas de especialistas, eso se sabe, pues los creadores no hacen ascos para entenderse, y como si no quisieran, apropiarse de los símbolos de casi cualquier cosa en el universo.
La imaginación desborda las reglas del finito mundo real, adentrándose en esos espacios construidos a mano y sin la patina de lo perdido, lo hallado o lo políticamente correcto, signados, sellados o enviados, como nos advierte Stevie Wonder.
La canción, ese regalo envenenado que los juglares obsequian a las sociedades desde tiempos inmemoriales, se adentra en los espacios cinematográficos, asaltando a golpe de músicas narrativas las pantallas, las ondas Hertzianas y cuanto oído se descuide.
¿O era posible escapar a la influencia de unas imágenes que se mueven más rápido que nuestra imaginación? Ni la canción lo desea, ni es pertinente pensarlo, asumiendo la agilidad mental de los cultores de la música popular.
Joaquín Sabina afirma que: “…al asesino de la cola del cine, el Padrino 2 le ha decepcionado…”. Sus razones tendrá el “Señor Asesino”, porque por una vez están de acuerdo críticos y espectadores, cosa muy extraña, pero algo sabe el sicario que nosotros no.
“…Marilyn Monroe que nunca logra dormir, a veces ni con píldoras lo puede conseguir…”, susurra una y otra vez Víctor Manuel San José Sánchez en su voz, en la de su compañera, la actriz y cantante Ana Belén o incorporando a Manolo Tena.
Pharrell Williams, para no ser menos que el ibérico, nos cuenta otra versión de ese icono cuando canta a todo pulmón: “Not even Marilyn Monroe/ Who Cleopatra Pleas/ not even Joan of Arc/ that don`t nothing to me”. Estamos seguros que el bueno de Pharrel cuando habla de Juana de Arco se refiere a alguna versión fílmica, de eso podemos estar seguros.
Fito Páez tiene una versión más colorida de la historia, con grandes raíces fílmicas eso sí, cuando proclama: “…se proyecta la vida / mariposa tecnicolor / cada vez que miras / cada sensación/ se proyecta la vida / mariposa tecnicolor…”. Alusión del argentino a una técnica cinematográfica que glorificaba el color de una forma que no hemos vuelto a ver.
El cineasta, cantautor, pintor y actor Luis Eduardo Aute, hace un exquisito ejercicio de memoria cinéfila en sus letras de Cine, cine, cine: “…Recuerdo bien aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut / y el travelling con el pequeño desertor Antoine Doinel…”. Para proseguir con una declaración imperdible de amor al cinema: “…cine, cine, cine / más cine por favor/ que toda la vida es cine / y los sueños, cine son…”.
La dulzura de los fotogramas parece que sedujeron a Pedro Guerra, para en un alarde peliculero afirmar: “Amor y golosinas sueños perversos/ y Gerard Depardieu diciendo versos”. Agregando en Dibujos Animados: “…yo podría ser Bugs Bunny por mis dientes/tu eres algo como Dumbo en femenino/ personajes de dibujos como gentes/ animados por la vara de algún brujo…”. Al parecer el cantautor tiene divididas sus lealtades entre Disney y la Warner Brothers, sin decidirse por ninguna de las dos.
Silvio Rodríguez le escribió una canción a la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y al cineasta Alfredo Guevara, recordando su infancia y los matinées: “Soy de provincia y por eso tal vez/ el seguro de mi alma es tan leve / confieso que bien pasados los diez / volví al cine tras mi Blancanieves…”. Un tema que todavía recuerdo, pues tuve el placer de estar presente en su estreno al ser cantada por vez primera.
El merengue no se queda atrás y en El Herido, Fernando Villalona disfruta de la vaquerada del momento : “En un cine de mi barrio / estaba yo entretenido / con caballos y mil tiros / y vaqueros malheridos”.
Las influencias del cine son patentes en canciones tan famosas como Pedro Navaja de Rubén Blades, cuya atmosfera recuerda las películas policiales y mafiosas. Otro ejemplo es el Romance del Curro al Palmo donde Joan Manuel Serrat da vida a una historia que mucho más que una canción nos luce como el guión de un corto.
Le aporta la canción a la cinematografía las historias que narra, no por concisas menos profundas, sin contar las obras que describen las vidas de los intérpretes o sus cuitas existenciales, que de eso está lleno el mundo musical.
¿Cuántas veces no hemos escuchado una canción cuyas letras nos refieren a escenas de películas, sin que por ello deje de comunicar el mensaje que se ha propuesto el compositor? Muchísimas, diría yo, porque en estos tiempos que corren, la pureza estética es solo un slogan para mentalidades limitadas.
El cantante actual es heredero de los juglares, aquellos contadores de historias y entretenedores de la realeza y del vulgo, que en estos tiempos serian los directores de cine más dotados, pues sus habilidades expresivas eran inmensas para entretener a una audiencia, usando como artilugios esenciales su voz, su cuerpo y su creatividad.
Cronista de su tiempo al igual que los directores de cine, el cantor actual se confronta con las historias cotidianas, mínimas, retratando con sus ojos y guardando en su imaginación esas imágenes para transformar cual alquimista esas vivencias.
Cine y canción, eternos deudores del ritmo, artes cuya materia prima inicial es el ojo, comparten sus búsquedas en un mercado dinámico y sin exclusividades para nada ni nadie.
El despliegue de poesía que la canción asume con textos alegóricos al cine, encuentra su correspondencia en las historias que las pantallas cuentan con musical desenvoltura y atmósferas festivas. Ya lo decía Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca : “play it , again Sam.”