Opinión

El mundo académico, literario, periodístico y, en especial, el mundo científico, han quedado estupefactos al leer el más reciente artículo del laureado escritor y neurólogo Oliver Sacks, quién ha sido diagnosticado con un cáncer terminal a sus 81 años.

El artículo escrito por Sacks para The New York Times, y que fue traducido, reproducido y reseñado por los más importantes diarios del mundo, resulta una especie de pase de balance con la vida, una “despedida llena de optimismo” – como ha afirmado el periódico El País de España – que demuestra que “la tranquila lucidez con la que afronta la noticia de su cáncer sin retorno es una prueba más de su sabiduría.”

En el 2013, antes de conocer la noticia de la metástasis del cáncer que lamentablemente pondrá fin a su vida, Sacks escribió un artículo titulado “Al cumplir los 80”, donde decía: “Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más, y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes de la vida, como insistía Freud.”

En aquel artículo, Sacks mencionaba a Francis Crick, un colega científico que a sus 85 años fue diagnosticado con un cáncer mortal, quién al enterarse “hizo una breve pausa, miró al techo y pronunció: ‘Todo lo que tiene un principio tiene que tener un final’”. Una cita premonitoria de la propia vida de Sacks.

Leyendo la despedida de Sacks en el artículo que tituló “De mi propia vida”, he reflexionado sobre la valentía que se requiere para aceptar la certeza de la muerte mientras se afrontan los vaivenes de la vida con entusiasmo, lo que constituye, a mi juicio, uno de los grandes retos que nos plantea la vida misma.

La lección de Sacks es una reflexión para una vida con optimismo, donde aceptemos con humildad lo que la vida nos ha regalado y entendamos, con satisfacción, que aquello que nos fue negado resulta de una divinidad que ha sabido guiarnos por donde más nos conviene.

Pero también nos hace reflexionar sobre nuestra propia capacidad de vivir con la empatía suficiente como para pensar más en los demás. Sobre esto, he vuelto a leer a Eduard Punset, reconocido divulgador científico español, quién justo esta semana, visita nuestro país por segundo año consecutivo, por invitación nuestra.

Punset ha escrito una obra titulada “El Viaje a la Vida”, donde reivindica las libertades individuales y el gran potencial de la empatía y la intuición, así como el potencial de los descubrimientos científicos para impulsar el verdadero progreso de la humanidad.

Es una reflexión interesante en un mundo de grandes descubrimientos científicos, que nos dan la esperanza de una vida más longeva y productiva, de más calidad y tranquilidad, pero que se enfrenta a la realidad de seres humanos demasiado concentrados en tener y no en hacer. Resulta paradójico que ante la perspectiva de una vida más plena y de más felicidad, se eleven los niveles de violencia, suicidios, depresión y otros problemas psicológicos.

Punset lo atribuye al miedo y al estrés, afirmando que “solo el miedo y el estrés pueden alimentar ahora la infelicidad. Lo que a veces se olvida es que debemos aprender a lidiar con algo de miedo y algo de estrés para ser felices. El aprendizaje necesario solo se realiza cuando se experimenta un pequeño porcentaje de esos sentimientos.”

Ante esa realidad, el mundo de hoy es cancha abierta para los optimistas y para aquellos que la inspiran.

Como un amigo catedrático español, que vino hace poco al país, luego de haber superado el cáncer; y quién, a pesar de ello, agotó una intensa agenda de actividades y mostró un gran deseo por ayudar a nuestro país.

En una carta que me envió la semana pasada, me decía que le habían descubierto un nuevo cáncer activo en las suprarrenales, y que menos del 1% de los pacientes con un cáncer como el que padece, seguían vivos. A pesar de ello, me decía, “sigo trabajando en mi escuela, dando clases y de tanto en tanto visitando pueblos y ciudades de España para explicar mis conocimientos.” Son las palabras de un optimista.

Este mundo es para aquellos que como Sacks enfrentan la adversidad con la certeza de sentirse “increíblemente vivo”, y con el compromiso de, ante una despedida, “estrechar amistades, despedirse de las personas a las que quiere, escribir más, viajar si tiene fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.”

Yo leí a Oliver Sacks y pensé en la urgente necesidad de promover una vida más sencilla y humilde, como nos enseña Jesús con su ejemplo de sacrificio y triunfo de la vida sobre la muerte.

En esta Cuaresma que apenas inicia, les invito a pensar en vivir una vida con optimismo, en construir senderos de paz y confraternidad, a pensar en cómo hacer mejor la vida del prójimo, que quizás enfrenta la difícil enfermedad de Sacks o de mi amigo español.

Como también escribió Punset en su “Viaje al Optimismo”: “Hoy no se puede ser pesimista, porque, cuando miras atrás, cualquier tiempo pasado fue peor”.

Vivamos con la vista puesta en un futuro que cada vez será mejor.

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