Las siete palabras de Cristo en la cruz fueron recopiladas y analizadas en detalle por vez primera por el monje cisterciense Arnaud de Bonneval (+1156) en el siglo XII, dice el padre Sahabel. A partir de ese momento las consideraciones teológicas o piadosas de esas palabras se multiplican. Pero fue san Roberto Berlarmino (Doctor de la Iglesia, 1542-1621) quién más impulsó su difusión y práctica al escribir el tratado Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz. Desde entonces se propagó la costumbre de predicar el tradicional «sermón de las siete palabras» en la mañana o mediodía del Viernes Santo. En 1787 la hermandad de la Santa Cueva de Cádiz (España) encargó al compositor austriaco Joseph Haydn una obra orquestal que recordase las últimas siete palabras de Jesucristo en la cruz.
– Pater dimitte illis, non enim sciunt, quid faciunt (Lucas, 23: 34).
En esta se pone de manifiesto aquel mandamiento que Cristo nos enseño como el primero y el más importante de todos: Amar al prójimo como a uno mismo, así se explica que interceda por aquellos que lo han entregado y lo preparan para la muerte.
– Amen dico tibi hodie mecum eris in paradiso (Lucas, 23: 43).
El arrepentimiento es lo primordial en esta palabra que proclama Jesús, ese arrepentimiento que mostro aquel que durante toda su vida había procedido mal, es lo que lo llevan antes los ojos de Jesús a recibir su misericordia y con esto la promesa eterna.
– Mulier ecce filius tuus […] ecce mater tua (Juan, 19: 26-27).
Cristo entregó el cuidado de su madre al discípulo amado, cumpliendo un elemental deber filial. Se ve la enseñanza de atender «las cosas del reino» (a las que es enviado Juan), sin desatender las responsabilidades asignadas desde antes; si amamos a Dios, amamos a nuestro prójimo y le atendemos, pero primeramente lo haremos con los más cercanos.
– Deus meus Deus meus ut quid dereliquisti me (Mateo, 27: 46 y Marcos, 15: 34).
En su naturaleza humana se siente abandonado, sin embargo en todo momento clama al señor recordando que solo este es capaz de proporcionar alivio, de curar sus heridas e incluso de cambiar el curso de su vida, pero su obediencia fue mayor y entendió que como todo en la vida, su sacrificio tenía un propósito: Morir por cada uno de nosotros para redimir nuestros pecados.
– (Juan, 19: 28).
Se interpreta como expresión de dos tipos de ansia de Cristo en la cruz. En primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. En sentido alegórico, como la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto evangelio, y evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la samaritana.
– Consummatum est (Juan, 19: 30).
En esta se pone de manifiesto que ya la misión de Jesús en la vida se había cumplido, todo se había cumplido conforme a la Sagrada Escritura en su persona. Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora y la culminación del programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre. Más que una palabra de agonía, es de victoria, «todo está concluido».
– Pater in manus tuas commendo spiritum meum (Lucas, 23: 46).
Lo más importante de esta última palabra que nos deja Jesús antes de expirar es la confianza en el Padre, esa que nunca debe faltarnos no importa la situación por la que estemos atravesando. Palabra de fe, confianza y entrega a los brazos del altísimo.