Fuente: EFE
Un centímetro de suelo puede tardar hasta mil años en formarse y en ese proceso la erosión, la lluvia y el viento hacen que se pierdan grandes cantidades de suelos, llevándolos a mares, lagos y presas.
Un suelo erosionado es como una persona desnuda, pues carece de la protección necesaria, y es incapaz de dar buenos alimentos, según el responsable de la FAO Ronald Vargas, que elogia la lucha en países como Honduras para frenar esa degradación.
Coincidiendo con el Año Internacional de los Suelos, el experto de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) insiste en que, aunque no se vea a simple vista el llamado “recurso oculto”, “la contaminación de los suelos puede afectar a la calidad de los alimentos”.
“Los desechos mineros y de los seres humanos, y el excesivo uso de pesticidas y fertilizantes minerales tienen un impacto en la calidad del suelo, lo que ejerce una influencia directa sobre las plantas y sus productos”, afirma en declaraciones a Efe.
Un centímetro de suelo puede tardar hasta mil años en formarse y en ese proceso interminable la erosión, la lluvia y el viento hacen que se pierdan grandes cantidades de suelos, llevándolos a mares, lagos y presas.
Por eso, defiende el especialista boliviano, cuando los agricultores se afanan en producir cada vez más sin proteger el suelo, dejándolo “limpio” para sus cultivos, en realidad lo que están haciendo es “como dejar a una persona desnuda”.
Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en Centroamérica con la práctica agrícola de la tala y la quema de materia orgánica, que -a su juicio- arrebata al suelo la vegetación con la que protegerse frente al impacto de los fenómenos meteorológicos.
En Honduras, el proyecto Quesungual, que lleva el nombre de la zona cercana a la frontera con El Salvador donde se implantó por primera vez en la década de 1990, ha cambiado el paisaje degradado por uno más verde.
Allí los pequeños agricultores, de escasos recursos y que cultivan sus tierras en laderas, solían cortar a cierta altura los árboles y quemar toda la biomasa.
Germán Flores, director del Programa Especial para la Seguridad Alimentaria en Honduras, destaca a Efe por internet que poco a poco lograron convencer a productores para que cambiaran de modelo.
Les ofrecieron grano en caso de pérdidas económicas y, tras dejar una primera parte de sus parcelas sin quemar y podar árboles dispersos en vez de talarlos, los propios agricultores observaron luego que la materia orgánica se había acumulado y fertilizado mejor el suelo, indica Flores.
El fenómeno de El Niño en 1997 fue, paradójicamente, la mejor carta de presentación en otras partes del país de ese sistema agroforestal promovido por la FAO.
Mientras los agricultores que habían quemado toda la biomasa perdieron su producción por completo, las pérdidas de aquellos que habían optado por el sistema alternativo fueron menos de una cuarta parte, según Flores.
El responsable hondureño enumera algunas ventajas del nuevo modelo: en este tiempo se han conservado mejor los suelos y ha aumentado su fertilidad sin necesitar tantos fertilizantes; hay más humedad y microorganismos en la tierra, y los pequeños productores tienen maíz y frijol para todo el año.
Flores considera que fue una buena idea no empezar con una ley, sino capacitando a los agricultores, y reconoce que sigue habiendo obstáculos como el impacto de la ganadería o la tenencia de la tierra en manos de terceros, aunque siempre puede haber un arreglo entre productor y propietario.
El director de Investigación para América Latina y el Caribe del Centro Internacional para Agricultura Tropical (CIAT), Elcio Guimaraes, considera que en Centroamérica todavía no ha llegado la tecnología y los conocimientos más avanzados, mientras que en países como Argentina, Brasil, Paraguay o Bolivia se desarrolla más la siembra directa sobre rastrojo, que no altera el suelo.
A su juicio, el sistema Quesungual está adaptado para agricultores de pocos recursos y con pequeñas parcelas, una experiencia que se ha reproducido en El Salvador, Nicaragua, Costa Rica o Guatemala, entre otros.
Para Guimaraes, el punto de partida es en cualquier caso el principio de recuperación de los suelos. A partir de ahí “hay que ajustar el sistema a las condiciones y las demandas de los agricultores”, enfatiza.