Estados Unidos ha sido, a lo largo de su historia, una nación con amplios niveles de cohesión social fruto de una visión común entre los distintos sectores de la sociedad sobre los aspectos fundamentales de las políticas internas necesarias para afianzar y promover el bienestar y el mejor relacionamiento internacional.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, el gran país del norte de América parece inmerso en un proceso involutivo, de dispersión social y política, que hace cada vez más difíciles los acuerdos mínimos y, por tanto, el diseño y la aplicación coherente de estrategias de nación.
El sistema de pesos y contrapesos concebido para garantizar el equilibrio de intereses, a falta de esos consensos y la creciente pérdida de escrúpulos propia de nuestros tiempos, ha devenido en mecanismo generador de accionar zigzagueante y, en muchos casos, con efectos paralizantes.
Así, hemos visto con estupor cómo en varias ocasiones la administración federal se ha visto al borde de la parálisis total por contradicciones con respecto al presupuesto anual de la nación. Las iniciativas fundamentales del presidente Barack Obama en materia de impuestos, salud, inmigración, salarios y otros aspectos, han sido boicoteadas o mediatizadas por el Congreso.
En materia de política exterior, la posición del Congreso ha sido hasta desafiante. Por ejemplo, la Cámara de Representantes acaba de aprobar una cláusula incluida en el presupuesto de Transporte 2016 que mantiene restricciones de viajes a Cuba, en contraposición a la política de acercamiento bilateral del presidente Obama.
El Congreso intenta boicotear también los acuerdos que se negocian actualmente con Irán para asegurar que el programa nuclear de este país se limite exclusivamente al uso con fines pacíficos de la energía atómica a cambio del levantamiento de las sanciones económicas, pese a que en esas negociaciones participan también las demás potencias con puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (el denominado Grupo 5+1).
La actitud del Congreso de hacer causa común con Israel en su oposición a la política de la Casa Blanca hacia Irán no solo ha debilitado la política de Obama de cara al conflicto israelí-palestino, que ha puesto el acento en el derecho del pueblo árabe a tener su propio Estado, criterio de amplia aceptación en la comunidad internacional, sino que también ha contribuido enormemente a romper el consenso con los demás aliados fundamentales en la región, cuya preocupación principal es lo que identifican como el riesgo de “iranización” de Irak y Yemen.
La administración Obama, que evade por todos los medios nuevos despliegues de tropas estadounidenses en Oriente Medio, algo que intenta forzar la oposición republicana argumentando la poca efectividad de los bombardeos aéreos, sabe que necesita de Irán para contener al Estado Islámico, como ha quedado evidenciado recientemente con el avance alcanzado en las últimas semanas por la organización terrorista en el campo militar.
La Casa Blanca, sin embargo, pretende disimular su reciente consentimiento a esta participación iraní en la lucha contra el EI en Irak y Siria, que terminará perjudicando tanto al EI como al grupo Al Nusra, que tiene vínculos con Al Qaeda y que recibe apoyo de Israel.
El EI y Al Nusra son de origen sunita. Su fortaleza y protagonismo en los territorios de Irak y Siria son parte de una estrategia para derrocar al gobierno sirio y de crear un contrapeso al gobierno chiita de Irak establecido y apoyado por Estados Unidos, pero con tendencia a entenderse con los también chiitas iraníes.
Al evaluar la política del gobierno de Obama hacia Oriente Medio, muchos especialistas hablan hoy de “incoherencia estratégica”, lo que en modo alguno es una exageración. Esta incoherencia se pone en clara evidencia en el caso de Yemen, donde Estados Unidos ha terminado apoyando las operaciones de bombardeos aéreos contra los chiitas hutis que luchan por su autonomía, iniciados unilateralmente por Arabia Saudí y a los cuales se sumaron Egipto y las monarquías sunitas del golfo, que temen el efecto contagio y la extensión de la influencia iraní hasta este territorio.
Como explicamos en un artículo anterior, hoy se da el caso paradójico de que en la lucha contra los hutis intervienen también en Yemen grupos terroristas como Al Qaeda en la Península Arábiga, que ha devenido en rama local del Estado Islámico, con respecto a cuya presencia en este país árabe Estados Unidos llegó a mostrar gran preocupación.
Para Israel y las monarquías árabes lo más importante es la contención de Irán y el derrocamiento del gobierno Sirio, en choque frontal actualmente con el EI y a Al Nusra.
Barack Obama apostó a la derrota de Benjamín Netanyahu en las pasadas elecciones de Israel.
Sin embargo, el Congreso, mayoritariamente, le dio un espaldarazo al líder ultraconservador judío. La desavenencia entre los dos países con mayor influencia en Oriente Medio y la división a lo interno en Estados Unidos ha creado las condiciones para la actuación por la libre de actores de la zona casi siempre dóciles a las directrices de la Casa Blanca.
El resultado de todo esto, agravado por errores evidentes y una actitud a todas luces dubitativa de la administración Obama, es la “incoherencia estratégica” antes mencionada y un Oriente Medio, que perdió importancia estratégica como consecuencia de la aparición de la técnica de la fracturación hidráulica para la extracción de petróleo y gas, actualmente en llamas y empantanado en la guerra.