Hablan los hechos

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, adoptada en el denominado Segundo Congreso Continental el 4 de julio de 1776, anunció al mundo la constitución de las trece colonias del norte de América en Estado independiente, exponiendo al mismo tiempo las razones que las motivaron a retirarle su lealtad a la Corona Británica.

En este documento trascendental se exaltan de forma original los principios básicos de libertad e igualdad, se proclama el derecho de los pueblos a revelarse contra el despotismo y para resguardar su seguridad y prosperidad, declarándose su voluntad como la fuente fundamental de legitimidad de los poderes públicos.

Once años después, en septiembre de 1787, es adoptada la Constitución como ley fundamental del Estado federal, que define los organismos principales del gobierno y sus jurisdicciones.

Más tarde, el 15 de diciembre de 1791, se le anexaron a la Constitución las primeras diez enmiendas, las cuales limitan el poder del gobierno federal y garantizan los derechos y libertades de los ciudadanos.

Estas 10 enmiendas se conocen como la Carta de Derechos (Bill of Rights), que entre otras cosas garantiza la libertad de expresión, la libertad de reunión, el derecho a portar armas, el derecho al debido proceso y a no testificar contra uno mismo.

Como puede apreciarse, Estados Unidos emerge a la vida independiente y se organiza como entidad soberana empujado por las ansias de libertad de los habitantes de las antiguas colonias británicas y su pasión por el autogobierno.

Sin embargo, ninguno de los tres documentos a que hemos hecho referencia se refieren en lo más mínimo a la situación de los esclavos negros, que continuaron en la misma situación en que vivían bajo la dominación británica, aunque es justo decir que los Estados al norte de Maryland abolieron la esclavitud entre 1787 y 1830, en distintos momentos. Pero más del 90 % de los esclavos estaban en los estados del sur.

La emancipación de los negros no fue incluida en la Constitución, que no declaró a los descendientes de africanos como ciudadanos de los Estados Unidos. La esclavitud fue abolida formalmente en toda la unión americana en1865, al término de la guerra de secesión, esto es, poco menos de un siglo después de la declaración de independencia.

La inferioridad de la raza negra era una idea bastante generalizada entre la población blanca, incluidos los padres fundadores de los Estados Unidos, casi todos propietarios de esclavos. Figuras como Thomas Jefferson y Abraham Lincoln, si bien condenaron la esclavitud, reconocían la inferioridad biológica e intelectual del negro.

La guerra de secesión, que enfrentó a los estados del Norte (la Unión) con los Estados del sur (la Confederación) que proclamaron su independencia, fue un enfrentamiento entre dos modelos económicos, sociales y políticos. Mientras los primeros tenían como actividades fundamentales el comercio, las finanzas y la navegación, los segundos vivían de las plantaciones dependientes de la mano de obra esclava.

Quiere esto decir que la guerra civil norteamericana no fue un enfrentamiento motorizado por ideales de justicia social, aunque el triunfo del Norte sobre el Sur trajo consigo la abolición de la esclavitud y abrió las puertas a la industrialización del país y al avance tecnológico, contribuyendo a mejorar significativamente las condiciones de existencia de toda la población.

Prueba de lo que acabamos de decir es el hecho de que, aunque los aproximadamente tres millones de esclavos que había en Estados Unidos al momento de aprobarse la Decimotercera Enmienda a la Constitución el 18 de diciembre de 1865 pasaron a ser formalmente libres, no se les reconocieron derechos civiles ni tampoco la igualdad ante la ley.

Las leyes segregacionistas y discriminatorias siguieron vigentes, sobre todo en los estados del sur del país, y no fue sino a finales del los años sesenta del siglo pasado cuando esta situación comenzó a revertirse. La intensa lucha por los derechos civiles de los afroamericanos que encabezaron líderes de la talla de Malcom X y Martin Luther King, ambos asesinados, se tradujo en victoria con la aprobación de la Ley sobre Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derechos del Votante de 1965.

Como puede apreciarse, desde la abolición formal de la esclavitud en todo el territorio de la Unión hasta la derogación de las leyes racistas transcurrió todo un siglo, lo que habla claramente de lo arraigados que estaban en la sociedad norteamericana los prejuicios raciales.

Hoy, varias décadas después, Estados Unidos presencia con estupor frecuentes crímenes de odio racial como el cometido el 17 de junio pasado por Dylan Roof, un joven de 21 años que descargó su pistola contra los asistentes a un culto religioso en la Iglesia AME Episcopal en Charleston, Carolina del Sur, dando muerte a 9 afroamericanos.

Tras la detención de Roof por la policía, han llamado la atención fotografías de éste empuñando la misma pistola con la que cometió el horripilante crimen y enarbolando la bandera de la Confederación, vista como símbolo del racismo y la esclavitud.

Debido a esto, muchos norteamericanos se muestran hoy alarmados por el hecho de que la bandera confederada todavía ondea en los edificios del gobierno de Carolina del Sur y en lugares diversos de varios estados sureños de la unión americana.

Si la bandera que acompañó a los estados racistas del sur en su guerra contra los abolicionistas del norte todavía ondea en Estados Unidos es porque, lógicamente, alguien se encarga de su confección, izamiento y cuidado. Esto habla, a su, de vez, de la falta de políticas para evitar que semejantes cosas ocurran.

Justamente, hace unos meses se desató una gran polémica en el estado de Virginia por los planes del grupo Virginia Flaggers de enarbolar una enorme bandera confederada en una importante carretera a la salida de Richmond, la capital.

Sobre las ideas que motivan a grupos como este no es difícil sacar conclusiones. Las fotos de Roof aparecieron en un sitio de Internet de supremacía blanca y el hecho de que éste haya escogido la Iglesia Episcopal Metodista Africana Enmanuel para cometer su crimen es un hecho cargado de simbolismo, porque precisamente esta había sido una modesta iglesia de los negros que a principios del siglo XIX fue quemada por los blancos, quienes ahorcaron a varios de sus fieles.

Son muchos los que como Roof abrevan en las aguas de la historia para alimentar su ira contra los negros. Está más que claro que el de este jovencito no es un caso aislado. Aunque no todos los días sale un blanco a cazar negros a tiros, los racistas en Estados Unidos se organizan, participan de la política, ayudan a financiar las campañas, tienen influencia mediática y realizan una gran labor a través de la red de internet.

Los organismos de derechos humanos han sugerido en forma reiterada a Estados Unidos la necesidad de leyes que prohíban la propaganda del racismo y la creación de organizaciones inspiradas en el odio racial. Pero las autoridades estadounidenses han dado siempre la misma respuesta: la Constitución garantiza plena libertad a los ciudadanos.

Por lo general, la labor de las organizaciones de supremacía blanca se realiza en forma discreta, asumiendo a veces tintes aparentemente inofensivos como el izamiento de una bandera que al decir del presidente Barack Obama debería estar en un museo.

Pero la complejidad del asunto se pone en evidencia en el hecho de que varios aspirantes a la presidencia, incluyendo a la favorita en el partido demócrata, Hillary Clinton, declinaron entrar en la polémica sobre el uso de la bandera de la Confederación, algo que solo la presión social sería capaz de impedir en una sociedad como la norteamericana, donde a pesar del esfuerzo del presidente Obama, no ha sido posible introducir controles en la venta de armas.

Ahora bien, el gran problema que tiene actualmente Estados Unidos es que el proceso de concentración de la riqueza se profundiza progresivamente, lo cual da a la situación de exclusión en que han vivido siempre las minorías, sobre rodo los afroamericanos, un tono cada vez más dramático.

Mientras sienten en carne viva el deterioro progresivo de sus condiciones de vida, las minorías estadounidenses, hoy en franca expansión numérica, sienten al mismo tiempo que se les estigmatiza como elementos socialmente peligrosos.

Al propio tiempo, es una realidad que el ambiente de gueto en que les ha tocado vivir, sin acceso a una educación de calidad, históricamente ha limitado la capacidad de formarse y desarrollarse como ciudadanos ejemplares de la inmensa mayoría de los afroamericanos. De ahí que el sistema haya mostrado comprensión en relación a la actuación policial.

El propio Barack Obama, en su condición de presidente y comandante en jefe, llegó a advertir: “Hay hombres negros jóvenes que cometen delitos. Podemos discutir sobre por qué sucede esto-, a causa de la pobreza en la que nacieron y la falta de oportunidades o del sistema escolar que les falló o lo que quieran, pero si cometen un crimen, entonces se les tiene que procesar, ya que a cada comunidad le interesa la seguridad pública”.

Pero el Obama conocedor de la realidad de su país también dijo hace poco que algunos grupos siempre “han tenido las oportunidades en su contra” y que “ese sentido de injusticia y la falta de poder ha ayudado a inyectar el tipo de agitación que hemos visto en lugares como Baltimore, Ferguson y Nueva York”.

Efectivamente, en la sociedad norteamericana se ha ido acumulando un gran malestar social que tiene como causas, desde una elemental falta de oportunidades hasta el hecho de que algunos grupos sienten que han sido blanco de la policía injustamente.

Ese malestar social ha comenzado a expresarse en forma de protestas y manifestaciones, alguna de ellas violentas. Esto, a su vez, aviva los prejuicios raciales.

Los testigos cuentan que, mientras disparaba contra los feligreses de la iglesia en Charleston, Dylan Roof vociferaba que era su deber hacerlo porque “ustedes violan a las mujeres y se quieren quedar con el país”.

Lo que dijo Roof de los negros mientras cometía su abominable crimen se parece mucho al comentario que sobre los mexicanos residentes en Estados Unidos hizo recientemente el multimillonario y aspirante a la nominación presidencial por el Partido Republicano, Donald Trump, en el sentido de que éstos son violadores, narcotraficantes y criminales.

Trump no disparó un arma, pero sus palabras, cargadas de evidente desprecio, son susceptibles de generar actitudes hostiles hacia una comunidad de más de 30 millones de personas.

La percepción de Trump no es algo excepcional. Es la misma que tiene la policía de los negros y otras minorías y que hasta el propio Barack Obama admite como real.

Pese a los ideales de libertad enarbolados en su declaración de independencia, Estados Unidos demoró 89 años en abolir la esclavitud en toda la unión americana, como hemos dicho. Cien años más fueron necesarios para que se declarara iguales ante la ley a los descendientes de esclavos y se les concedieran derechos civiles. Y hoy, a cincuenta años de la derogación de las leyes racistas, los odios raciales son evidentes y las tensiones se acumulan.

Es esto, lo que el presidente Barack Obama denominó como “la parte oscura” de la historia de los Estados Unidos, lo que mejor explica la naturaleza y complejidad del problema.

La ira que se ha ido acumulando amenaza con grandes convulsiones sociales. Justamente así lo percibió Dylan Roof, quien confesó al ser interrogado que su propósito era desatar una “guerra racial”.

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