Opinión

En el creciente mundo de las ciencias de la salud se ha convenido en definir la patología como esa parte de la medicina dedicada al estudio de las enfermedades.

Lo que ahora se entiende como patología moderna empieza su historia en Italia durante la época de la anatomía renacentista, teniendo como su máximo exponente al doctor Antonio Benivieni, oncólogo, de quien póstumamente a inicios del siglo XVI se publicaron sus notas acerca de unas veinte autopsias que realizó a algunos de sus pacientes fallecidos tratando de indagar las causas y mecanismos de los decesos.

Por esos valiosos aportes pioneros con justicia se le cataloga como el padre de la anatomía patológica. Doscientos cincuenta años después un paisano suyo, el gigante Giovanni Battista Morgagni, alcanzó la hazaña de llevar a cabo más de 700 necropsias con una meticulosa y detallada descripción de los cambios macroscópicos producidos en los distintos órganos como resultado de los diferentes tipos de dolencias. Más tarde, en Francia, el doctor Xavier Bichat, inconforme con los trabajos de su predecesor, acercó más sus ojos a los órganos seccionados, y les aplicó diferentes sustancias químicas y algunos procedimientos físicos, llegando a la conclusión de que los órganos estaban compuestos por tejidos, los cuales mostraban alteraciones que permitirían diagnosticar las enfermedades. Bichat es el fundador de Patología General en medicina.

Rompemos la barrera del tiempo y cruzamos la frontera francesa hasta llegar a Alemania, donde a mediados del siglo XIX nos espera otro patricio, Rudolph Virchow, quien para el 1858 planteó que los tejidos estaban a su vez compuestos por células, y por ende las enfermedades anidaban en esas unidades básicas. Se reconoce a Virchow como el padre de la patología celular. Rudolph fundó el Partido Progresista Alemán como instrumento de lucha a favor de la equidad social y en contra del racismo y el antisemitismo. Además dirigió el Instituto Alemán de Patología.

En 1860 Luis Pasteur demostró que el proceso de la putrefacción y el de la fermentación eran el resultado de la acción bacteriana, consiguiendo identificar los gérmenes microbianos responsables de la tuberculosis, el ántrax y el cólera, entre otros. Robert Koch confirmó esos microbios como causantes de dichas afecciones, mediante el cumplimiento de una serie de razonamientos conocidos en el mundo como los postulados de Koch. Arribamos al siglo XX abandonando a Europa por el océano Atlántico hasta llegar a los Estados Unidos de Norteamérica.

Allí un químico, el Dr. Linus Pauling, estudió en 1951 la Anemia drepanocítica o Falcemia, concluyendo que se trataba de un defecto hereditario presente en la hemoglobina y catalogándola como una enfermedad molecular. Aquí nace la patología molecular para investigar los orígenes del cáncer, los daños causados por tóxicos ambientales, drogas y medicamentos, ingredientes utilizados en las comidas, agentes físicos, biológicos e inmunológicos, amén de un gran número de etcétera.

La larga marcha diagnóstica de hoy arranca con la interpretación de síntomas y signos, pudiendo llegar hasta la analítica molecular para definir el tipo específico de enfermedad presente en un paciente. Así como la vida solo se detiene con la muerte, la patología también “prosigue su agitado curso”, como solía decir nuestro recordado Rodriguito.

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